Mostrando entradas con la etiqueta Vincenzo Natali. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Vincenzo Natali. Mostrar todas las entradas

El gabinete de curiosidades: Ratas de cementerio

🌟🌟🌟


Yo sí creo, aunque vagamente, en la resurrección de la carne. Pero no la que explican los curas católicos, que es como una versión bíblica del “Thriller” de Michael Jackson: según él Apocalipsis, cuatro ángeles tocarán la canción con sus trompetas, Jesús descenderá sobre la Tierra envuelto en un halo de luz y los muertos saldrán bailando de sus tumbas a recibirle, procurando, eso sí, no menear demasiado el esqueleto por si se pierde algún hueso por el camino. Jesús hace milagros, pero quizá necesite todas las piezas para recomponer el rompecabezas. (Por cierto: ¿dirá unas palabras evangélicas y la carne retornará de la nada a envolver nuestra estructura? ¿Tendrá que tocarnos uno por uno, como en el sacramento del bautismo, o será una bendición urbi et orbi como las que hace el Papa desde el balcón?)

Da igual... No creo en esos cuentos infantiles que nos contaban en catequesis. Yo solo creo en la resurrección de la carne que podrían practicar unos extraterrestres del futuro. Como aquellos que llegaban a nuestro planeta al final de “Inteligencia Artificial”. Solo en ellos deposito mi escasa fe: llegan con sus platillos volantes, despliegan su equipamiento científico y nos reconstruyen uno a uno rastreando las briznas de ADN. Supongo que nos resucitarán desde el principio, empezando de nuevo como bebés en sus probetas. Pero qué son unos pocos años de crecimiento en comparación con la eternidad que supone esperar en el limbo. Nada.

Ellos, los extraterrestres de Steven Spielberg, son la única razón que explica que yo todavía no me haya decantado al 100% por la incineración. Puede que tengan una tecnología de la hostia, indistinguible de la magia, ¿pero serán capaces de reconstruirme a partir de unas cenizas que a saber dónde andarán cuando ellos aterricen? No sé si es más creíble esto o lo de Jesucristo. Soy un mar de dudas. Puede que ellos mismos sean el Mesías anunciado en los evangelios, pero profetizados de una manera muy rara y particular. Enterrarse te da una pequeña oportunidad de resurrección, pero si lo piensas bien -y más después de ver “Ratas de cementerio”- no deja de ser un asco de decisión.





Leer más...

Cypher

🌟🌟🌟

Cypher es una película que llevaba más de diez años esperando una revisión. Más de una década acumulando polvo en mi estantería, desde los tiempos gloriosos del Canal +, de cuando la grabé entusiasmado por el intríngulis de sus juegos de identidades, de sus cachivaches de ciencia-ficción que parecían del siglo XXII.
         
En Cypher trabajaba Jeremy Northam, que era un actor británico que entonces lo petaba, y Lucy Liu, que era la china guapísima de Kill Bill. Y Vincenzo Natali, claro, que era un director criado en Canadá pero de nombre italiano que filmaba cosas muy arriesgadas y algo lunáticas, como aquella película, Cube, que fue un acontecimiento rarísimo y demencial, y sumamente entretenido.  

Cypher tenía todas las papeletas para ser una gratificante revisión, un feliz reencuentro con estos amigos que ahora andan un poco dispersos por el mundillo: Northam con sus series, y sus obras de teatro; Lucy Liu, la pobre, sin encarrillar su estrellato; y Vincenzo, el Arriesgado, perdido en sus propios mundos de pasotes postcientíficos... Pero el tiempo, ay, no pasa en balde. Trece años contemplan los argumentos y las estéticas de Cypher, que entonces eran rompedoras y ahora ya las hemos visto mil veces. Pero, sobre todo, trece años me contemplan a mí, que me he vuelto perezoso y mentecato, cuarentón y pre-senil. El personaje de Jeremy Northam, por ejemplo, es una especie de James Bond que se dedica al espionaje industrial, y maneja a lo largo del metraje tres identidades distintas, y trabaja de doble agente para tres empresas diferentes. Hace trece años no me extravié en el laberinto, porque yo entonces estaba treintañero de cuerpo, y fresco de mente, y estos desafíos eran pan comido para mi atención de cinéfilo. Pero ahora, ay de mí,  me cuesta un mundo seguir ciertos argumentos a según qué horas, sobre todo en las jornadas laborales, que uno finaliza con la lengua fuera, y con los ánimos por los suelos. Yo sí que necesitaría un implante neuronal de esos...




Leer más...

Splice

🌟🌟

Es difícil acertar con la película del día cuando el estado de ánimo se arrastra por los suelos. ¿Una comedia, quizá, para elevarlo? Se corre el riesgo de que las sonrisas salgan espurias, dolorosas de parir. ¿Un drama, entonces, para regodearse en el sufrimiento? ¿Y qué nos aportaría, en tal caso, el regodeo? ¿Una cosa romántica y tontorrona que nos engañe sobre la realidad arisca del amor? Pero nada, ay, en los días aciagos, me hará olvidar que Natalie Portman vive lejos, muy lejos, al otro lado de un gran océano de aguas frías y profundas.

Hastiado del proceso mismo de la elección, voy descartando una película tras otra hasta encontrar Splice. Es una de ciencia ficción que viene firmada por Vicenzo Natali, el tipo extraño que hace años nos metió en la locura de Cube, y que luego nos regaló esa gran película llamada Cypher. ¡Bingo! La ciencia ficción, ahora caigo en la cuenta, posee esa neutralidad curativa que hoy ya desesperaba de encontrar. Lo mismo te vale para un día soleado que para un día lluvioso. Lo mismo para celebrar la felicidad que para huir de la pesadumbre. Con la ciencia ficción, o te sales de esta dimensión o te piras de este planeta. En cualquier caso, abandonas este tiempo presente, esta humanidad previsible y monótona. Este hartazgo de uno mismo.

A los dos minutos de Splice presiento que van a pasar grandes cosas, y que, por fin voy a sentirme de nuevo un hombre atinado. Pintan bien, los esbozos iniciales, y además, para mi agradable sorpresa, la protagonista principal es Sarah Polley, esa canadiense con la que yo compartiría la isla más desierta del mundo. En Canadá, o en la Polinesia, lo mismo me da. Ya hace años que vivo muy enamoriscado de esta actriz, aunque ella a veces malgaste su excelencia en películas aborrecibles que no la merecen. Como Splice, por ejemplo, que a los veinte minutos de metraje agota todas sus promesas y se va volviendo, por este orden, aburrida y ridícula. Uno aguanta por orgullo, por Sarah Polley, por esperar el milagro de última hora que salve la jornada del naufragio. Pero no era el día. Definitivamente, no lo era.




Leer más...