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The thick of it. Temporada 3

🌟🌟🌟🌟🌟

De la lista de todos los hombres que nunca seré pero me gustaría haber sido, hay uno cuya pérdida me jode especialmente. Es el personaje de Peter Capaldi en “The thick of it”: Malcolm Tucker, el perro guardián del Primer Ministro británico. 

Y eso que el pobre tiene que acabar desquiciado cuando termina la jornada laboral. Lo suyo es un continuo ladrar, dar órdenes, deshacer entuertos... Un puro sinvivir. Cada vez que un ministro inepto o un funcionario estúpido -y “The thick of it”, como en la vida real, está lleno de ellos- comete un error y hace tambalear los cimientos del gobierno, Malcolm comparece en su despacho cagando hostias para corregir el desaguisado. Lo de “cagando hostias” no lo digo yo, sino el mismo Malcolm, que es así de peculiar y malhablado.

Pero yo no le envidio por su eficacia, ni por su delgadez cincuentona. Ni siquiera por el uso espléndido que hace del lenguaje más soez y ofensivo. Yo envidio a Malcolm Tucker porque siempre tiene en ls labios la respuesta exacta, el argumento preciso. Su inteligencia es brillante y abrumadora. Recuerdo que una vez, en una de esas conversaciones frívolas en las que eliges un superpoder por encima de los demás, yo elegí precisamente ése: la facultad de soltar en cada momento la frase exacta, el argumento irrebatible, el chiste definitivo. No para quedar como un campeón -que también- sino para no sufrir ese malestar que tanto incomodaba a George Costanza en “Seinfeld”: pasarte todo el día dando vueltas a la réplica para encontrarla siete u ocho horas después, ya en mitad de la nada improductiva.

Por lo demás, “The thick of it” sigue siendo esa serie indispensable que al parecer solo hemos visto dos fulanos en 500 kilómetros a la redonda: el buen samaritano que la ha vertido -incompleta- a la red y yo mismo, que recojo sus despojos con mi caña de pescar. Me gustaría pensar que este fulano y yo somos dos personas tan especiales que solo a nosotros se nos ha concedido el privilegio de encontrar esta perla y disfrutarla. Se trata de una serie perdida por las plataformas, inencontrable en DVD, desconocida en cualquier tertulia de los bares... Pero supongo que esta fantasía solo es un engreimiento de cultureta. Habrá más seguidores por ahí, me imagino. Así que si alguien la ha visto, y comparece por aquí, me encantaría diseccionarla un poquitín y no sentirme tan solo ante la pantalla.





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The thick of it. Temporada 2

 🌟🌟🌟🌟🌟

Lo más interesante de la política no es lo que vemos en los telediarios. Todo eso es una pantomima, un juego amañado. Los políticos -creo que no desvelo nada- solo son actores en una obra escrita de antemano. Se limitan a recitar lo que escribió el dueño de los teléfonos, o el jefe de la gasolina. Ya sabemos lo que van a decir antes de que hablen, y qué van a responderles sus oponentes desde los escaños. A veces, cuando no es indignante, te da la risa. La política es una lucha libre en la que nunca hay hostias de verdad, todo coreografía y gilipollez. Solo los cuatro políticos honrados que subsisten en cualquier parlamento se llevan las hostias de verdad, y luego, claro, terminan por dedicarse al cultivo del viñedo, o al anonimato en su ciudad.

Lo interesante -lo que yo pagaría mucho dinero por ver- es la política entre bambalinas. Los políticos en la trastienda. Qué dicen, y qué hacen, cuando se va el periodista, cierran la puerta, se aflojan las corbatas o las chaquetas cruzadas y se ponen a hablar con sus asesores, a ver qué tal les fue: si se notó mucho la mentira, si quedó demasiada clara la impostura, si la gente es tan imbécil como parece o todavía queda algo de imbecilidad que rascar en las próximas elecciones. Ese es el espectáculo verdadero que siempre se nos hurta; la verdad cruda de la democracia que siempre se nos niego. Y que, de conocerla, sería el fin de la democracia tal como la conocemos.

 Solo sabemos de estas interioridades cuando se filtra a la prensa un audio, o un video, y nos quedamos boquiabiertos no por la sorpresa, sino por la confirmación palmaria de nuestras sospechas. Es como pillar a tu amante en pleno adulterio cuando ya sospechabas... Menos mal que a falta de realidad, de veracidad informativa, tenemos a Armando Ianucci y a sus secuaces para enseñarnos una trastienda gubernamental que tiene pinta de ser bastante verídica. Te ríes de la hostia, pero luego caes en una ligera depresión.





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The thick of it. Temporada 1

🌟🌟🌟🌟🌟


En estos tiempos de políticas neoliberales que unos aplican con sonrisa de psicópatas y otros con gesto de resignados, el Ministerio de Asuntos Sociales de cualquier país -en The thick of  it es el Reino Unido, pero podría ser perfectamente España, o Moldavia- el Ministerio, decía, es un negociado carente de contenido, inoperante, o como mucho de corto alcance, que tiene que suavizar los golpes que propinan los otros ministerios criminales. Asuntos Sociales es una tirita de dispensario que se pone en la aorta que se desangra. Una cartera sin contenido. Un botiquín sin instrumental, o con el instrumental que llevaba el botiquín de la señorita Pepis. Un maquillaje publicitario que dice “la gente nos importa”, cuando todos sabemos que al neoliberalismo la gente se la sopla, básicamente. Asuntos Sociales es un juguete sin punta y sin pólvora que los gobiernos psicopáticos siempre regalan al ministro más tonto del Consejo, y los gobiernos resignados a la buena persona que jamás va a bajarse de su nube de algodón, beatífica, y medio lela también.

    No es casualidad, por tanto, que las trapisondas imaginadas por Armando Ianucci y sus guerrilleros transcurran en un Ministerio de Asuntos Sociales que no tiene gran cosa que  decir, con un ministro al que sólo le preocupa no perder la silla y medrar, y unos colaboradores que los días pares improvisan una medida y los días impares justo la contraria, para ir justificando el sueldo y matando el aburrimiento. Ellos saben que todo da lo mismo.

    Podría parecer que Ianucci ridiculiza a los políticos en The thick ok it. Que los exagera y caricaturiza como hizo poco después en Veep, su obra maestra del otro lado del charco. Pero no creo que sea así. En la intimidad de los despachos, donde los gobernantes se toman el café, se aflojan las corbatas y estiran las piernas en los sofás -o en las mesitas de café, como "Ánsar"- tengo por seguro que la realidad no es muy diferente de todo esto que cuentan en la serie. Cuando un político mete la gamba pensando que el micrófono estaba cerrado, nunca es para decir "qué pena me da la gente, voy a seguir luchando por ella...". Siempre es para soltar cosas como ésta:


Ministro: A veces, ¿no te pasa?… cuando te encuentras con la gente de verdad, de la calle… ¿No te pasa que miras a sus ojos vacíos y sus bocas llenas de vulgaridades…? Ya sé que la gente como ellos piensa que la gente como yo piensa así, y por eso odio pensarlo, pero es que, joder, parece que son de otra especie. Con sus camisetas, y pantalones, y viseras… ¿Por qué llevan camisetas con cosas escritas? ¿Y por qué están tan gordos, joder?

 Asesor: Ya te digo… Y tan imbéciles. 


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Los idus de marzo

🌟🌟🌟🌟

Para triunfar en el mundo de la alta política es aconsejable no ser buena persona. Cualquiera, dadas las circunstancias, podría ser el alcalde de su pueblo, o el representante local de un partido marginal, si hubiera que echar una mano a la comunidad o a los amiguetes que te reclaman. Sólo hay que leerse los papeles, firmar los documentos y manejar la suma y resta con llevadas para administrar los presupuestos. Y tener un poco de sentido común. Pero la política de verdad, la que consiste en ascender peldaños para alcanzar las esferas del poder, necesita tíos y tías con virtudes muy poco recomendables. No se puede llegar a presidente de nada, ni a subsecretario de cualquier cosa, si no se dispone de cierta habilidad para mentir, de cierta indiferencia para liquidar rivales. De tragaderas como bocas de metro para pactar con los enemigos si la situación lo requiere. Hay que manejar un cinismo de griego clásico para decir una cosa y luego sostener la contraria sin que a uno se le quite el sueño por la noche, ni el autorrespeto durante el día. Y sin que luego, delante de la cámara o del micrófono, la disonancia cognitiva altere tu gesto o tu mirada. O te haga temblar la voz. Hay que tener mucha jeta, mucho orgullo, mucho disimulo. Un autocontrol gélido que mete miedo en los votantes. Y luego hablan de la abstención...




    Pero hay gente todavía más sospechosa que los políticos: los asesores de los políticos. Lo aprendimos en Veep, o en The Thick of It, que son dos comedias canónicas donde los adláteres que rodean a la vicepresidenta, o al ministro de turno, son todavía más mezquinos y más intrigantes. Verdadera gentuza que vive directamente de la mentira, de la intoxicación, de la traición al compañero. Y lo aprendimos, también, en películas dramáticas como Los idus de marzo, donde los políticos que entrechocan las cornamentas sólo son actores secundarios en manos de sus asesores, que los traen y los llevan, los recomiendan y los advierten, los jalean o los reprenden. Tipos que conocen a la perfección los resortes del sistema, las estupideces de los votantes, las artimañas de los rivales. Una jungla de gorilas trajeados, chimpancés lúbricos, orangutanes con estudios y panteras rubias con ojos verdes que te nublan los sentidos. Es ahí, en ese ecosistema tan salvaje, done se juega el prestigio y los cuartos el bueno de Ryan Gosling. 

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