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The Americans. Temporada 1

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Estuve muchos meses remoloneando con The Americans, deshojando margaritas siberianas con la hoz afilada y el martillo de minero. Mi disco duro es como la sala de urgencias de un hospital, que va tramitando los casos no por orden de llegada, sino por la gravedad de la lesión. Y antes de llamar por megafonía a los espías soviéticos había muchas series inaplazables, porque las quitaban del pago, o porque los amigos demandaban, o porque la apetencia, sin más, imprevisible y caprichosa, iba concediendo la oportunidad a otros seriales. Hasta que un buen día, mi cuñado balear, que es de un gusto mujeriego exquisito -aunque algo tendente a los pechos excesivos- me habló en términos muy laudatorios de la actriz principal, y fue entonces cuando The americans se saltó todas las listas de espera. 

     La muchacha se llama Keri Russell, en la vida real; Elizabeth Jennings, en el registro ficticio de los americanos; y Nadezhda, a secas, que es un nombre precioso que sabe a estepa en verano y a nieves en invierno, cuando deja de fingir y regresa a sus recuerdos de la Madre Rusia, a la que sirve fielmente en territorio enemigo mientras compra en el hipermercado, ve la tele en colorines y maneja los modernos electrodomésticos. Y finge, por las noches, con marxista resignación, un matrimonio ideal con un pazguato que también es espía ruso, y también se sacrifica por sus compatriotas mientras come perritos calientes, bebe Budweisers refrigeradas  y anima con la gorra vuelta a los Yankees de Nueva York. 

    Eso sí, para ganarse el sueldo, y quién sabe si una futura medalla de la Orden de Lenin, nuestra Nadezhda las pasa canutas en cada episodio, y cuando no tiene que hacer de francotiradora, o de luchadora de kárate, o de experta en explosivos, ha de manejarse con el cuchillo o conducir a toda hostia por las calles. O liarse a patadas voladoras con las huestes torponas del FBI, que no sé por qué, siempre acuden a las refriegas con gruesos abrigos que entorpecen sus movimientos, mientras que ella, nuestra guapérrima comunista, tiene un fondo de armario con mucho ropaje de ninja y mucho perifostio de camuflaje.

    La serie, como se ve, es un poco pasote, y en los trece primeros episodios nuestra Nadezhda y nuestro Mischa -como el osito- ya han salvado el pellejo las mismas veces, y han impedido la escalada nuclear entre ambas superpotencias otras tantas. Peccata minuta, en todo caso, porque The Americans es sumamente entretenida, y porque Nadezhda, efectivamente, es una mujer bellísima que bien vale las trece misas de guardar.
 




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