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The Deep Blue Sea

🌟🌟

Del cine de Terence Davies hablan cosas tan eruditas en los ateneos de postín, que uno, desde su insignificancia paleta, desde su escaso andamiaje artístico, no se atreve casi a disentir. Seré yo, y no la película, piensa uno. Será una tara, una deficiencia, una falta de vitaminas. Un aminoácido que escasea o una hormona que se multiplica sin control. Algo orgánico, involuntario en cualquier caso, que me impide paladear este cine de alta cocina y plato cuadrado. Pero sé que es falso. Es un razonamiento cobarde que sólo busca quedar bien con la crítica oficial, con el canon establecido. No existen las buenas o las malas películas: sólo las películas que a uno le gustan o que no. Para millones de mujeres de este país, y de otros parecidos, Pretty Woman es la obra cumbre del cine norteamericano, y nadie podrá convencerlas jamás de lo contrario. Para millones de hombres que sólo gustan del western o de las hazañas bélicas, las demás películas son sentimentalismos o mariconadas de las que pueden prescindir sin graves consecuencias para su intelecto. Y quién de entre nosotros se atrevería a bajar al barro para convencerles de lo contrario... 

Algo parecido pensarán de mí los que han llenado páginas ensalzando la última película de Terence Davies, The Deep Blue Sea. Mientras ellos hablan del amor que arrasa el alma y de la soledad que invade el ánimo, yo sólo veo a una mujer que ha experimentado tardíamente su primer orgasmo y que ya no sabe si quedarse con el marido que la quiere pero no la toca, o con el amante que la ignora pero le arranca gemidos de placer. Toda una dicotomía que a los veinte minutos de película se estanca y ya no progresa. El resto es decorado, floritura, musiquillas... Exhibición física y artística de esa mujeraza que las diosas modelaron a su imagen y semejanza para educarnos el gusto y consolarnos la mirada. Uno persevera en The Deep Blue Sea sólo porque es Rachel Weisz la que duda en su habituación, o vaga por las calles lamentando su destino. Sólo por ella aguanta uno los paréntesis y los vacíos. Es el amor, y no la cinefilia, la que me lleva a buen puerto y no me deja naufragar. Es la belleza de una mujer, y no la pericia de un hombre. Es la actriz, y no la película. Es Rachel, y no Terence. Rachel, Rachel... Como en aquella película de Paul Newman.




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Distant voices

🌟🌟

De aquellos polvos de Mark Cousins y su Historia del cine, bajan todavía, por las torrenteras ocasionales del verano, estos lodos de películas descatalogadas, semiolvidadas, que voy descargando fatigosamente en internet, y entre las que busco, armado de criba y paciencia, esas pepitas de oro que el crítico irlandés juraba haber visto en el barro, con aquella voz suya de liante profesional que lo mismo te vendía la moto que la gasolina necesaria para hacerla funcionar.

Después de ver Distant voices, still lives, todavía no sé si el pedrusco que he encontrado en mitad del arroyo es oro o pirita. A ratos te emocionas con la película, y a ratos te adormilas, y te vas. Cuando esta familia obrera rememora la mala vida que les dio el padre, allá en el adosado cutre de Liverpool, uno sintoniza con el pesar de estos proletarios atrapados en el paro, en el subempleo, en el alcohol. En el apagón vertiginoso de los pocos sueños que concibieron. Es el ciclo interminable de los pobres, que sólo un genio del balón, o una primitiva del copón, será capaz de romper. 

Pero luego, cuando la película cambia de escenario, y pasamos al pub donde la familia se reúne con las amistades a celebrar la vida, uno empieza a dar cabezazos en la siesta estival, y maldice la sonoridad de esas canciones folclóricas que no dejan conciliar la modorra, y que los personajes no paran de corear a voz en grito, cómo sólo saben hacerlo los británicos borrachos, y las británicas bebidas. Distant voices, still lives: o las voces amargas del pasado, o las músicas joviales del saberse vivo. Un capricho personal del puñetero Mark Cousins. Una interesante pérdida de tiempo. 





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