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Stockholm

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En un experimento llevado a cabo hace años en la Universidad de Florida, chicos y chicas que provenían de otras universidades se pasearon por el campus proponiendo sexo inmediato: “Hola, me gustas mucho, llevo largo rato mirándote. ¿Te apetece acostarte conmigo...?” Los muchachos, por suñuesto, al ser requebrados por las desconocidas, decían casi todos que sí, que all right, que bragas fuera y calzoncillos por los tobillos. Y las muchachas, por supuesto, al ser requebradas por los desconocidos, decían casi todas que no, que más adelante tal vez, que primero habría que tomarse un café -y luego muchos más- en el Starbucks.

    Durante mucho tiempo se usó este experimento para demostrar que los hombres vivimos  un apremio sexual permanente, mientras que las mujeres, con otra temperatura menos caldeada, son capaces de posponer el sexo hasta estar seguras de lo que hacen. Dos géneros distintos y una sola especie verdadera. Los psicólogos evolucionistas sonreían satisfechos, y yo, que hace años leía aquellos mamotretos, me reconciliaba con lo que parecía ser el sentido común de los ayuntamientos.

    Hace poco, sin embargo, dos psicólogos alemanes reprodujeron el experimento Florida para demostrar que las mujeres no sienten menos deseo sexual, sino que, simplemente, tienen miedo de encerrarse entre cuatro paredes con un tipo que no conocen. Entre nosotros mora el acosador, el violador, el asesino incluso, y no es fácil distinguirlos de buenas a primeras. Es por eso que en Stockholm, el personaje de Aura Garrido se lo pone tan crudo al muchacho que la aborda en la discoteca: él es guapetón, simpático, exuda autoconfianza, y es muy difícil resistirse a sus encantos. Se ve a la legua que es un ligón sin escrúpulos, un crápula de los colchones, y que a la mañana siguiente, con el sexo satisfecho, seguramente se transformará en el Mr. Hyde de la indiferencia. Pero de momento el tipo cuela, las feromonas subyugan, y ella, finalmente, con más dudas que certezas, subirá al piso del muchacho para darse el revolcón.

    Lo que sucede después del polvo, en el último tramo de Stockholm, forma parte de otra teoría que todavía está por demostrar: que las mujeres hermosas sufren un destino más cruel que las feas porque sólo los mujeriegos resabiados se atreven a abordarlas, y tras la alegría de saberse deseada siempre llega la decepción de sentirse utilizada. Y que en esa noria de la autoestima ellas naufragan y se sienten inseguras. No sé… Yo me he topado con muchas Auras Garrido de la vida y todas parecen tan felices con sus encantos, ligando con los hombres más hermosos y prometedores. Pero claro, esto es La Pedania, tan modesta, y aquí se corta otro bacalao, y se lleva otro rollo. Eso de que las guapas desearían ser las feas habrá que demostrarlo en Madrid, o en Estocolmo, donde bulle la modernidad y lo variopinto. Aquí todo es demasiado simple y previsible.





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