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Agente contrainteligente

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Caca, culo, pedo, pis... y semen. Así es el humor de Sacha Baron Cohen. Leche, cacao, avellanas y azúcar: nocilla. Una escatología muy completa y nutritiva. Y si luego mezclas los ingredientes con una sátira política que también es para mearse de la risa, o para cagarse por la pata abajo -incluso para correrse del gusto con un golpe de barriga- ya tienes una película tan divertida como “Agente contrainteligente”: la versión loca de Borat haciéndose pasar por 007.

Sacha Baron Cohen podría enviarnos el mismo mensaje social haciendo películas al estilo de su compatriota Ken Loach, cojonudas pero tristes, circunspectas y trágicas. Pero él prefiere camuflar la medicina en un excipiente más jovial y guarrindongo. Y en vez de por la boca, metérnosla por el culo, a manera de supositorio. Quiero decir que Sacha es un cerdo cavernícola solo en apariencia, porque por debajo hay un tipo muy serio que conoce los males del mundo y propone maneras inservibles pero muy divertidas de acabar con los hijos de puta.

Yo, al menos, que crecí en la barriada, en los bajos fondos de León, me mondo con sus muy marranas ocurrencias. Sucede, además, que el bueno de Sacha tiene una manera muy retorcida de estirar los chistes que él sabe más ofensivos para las beatas y las maestras de escuela. Y eso es oro puro... No solo les mete el dedo en el ojo y el pene en las meninges, sino que además los retuerce con una saña malévola. Es mi puto ídolo. Un genio. Un provocador maravilloso. 

Las maestras de mi colegio -las maestras del ancho mundo en general- se desmayarían viendo los gags más pervertidos de “Agente contrainteligente”. Vomitarían la cena, o quedarían traumatizadas, o lanzarían una campaña de quejas en internet. Me imagino sus reacciones en el sofá y mi carcajada se multiplica por dos o por cien. Gracias, de verdad, amigo Sacha.





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La invención de Hugo

🌟🌟🌟


Los hermanos Lumière no inventaron el cine, como nos decían de pequeños en el libro de Sociales. Ellos inventaron la máquina de hacer cine, que no es lo mismo. Ellos eran ingenieros, pero no cineastas. Clavaban la cámara en la estación de tren o en la salida de la fábrica -de su fábrica- y dejaban que la vida transcurriera ante el objetivo sin trampa ni cartón. Vamos a conceder que eran... documentalistas. Carecían, además, de cualquier espíritu visionario. Después de asombrar a los parisinos con sus proyecciones en el Grand Café Capucines, los Lumière pronosticaron que el cine nunca pasaría de ser una atracción de feria. Una curiosidad de la ciencia, que avanzaba a todo trapo. Edison, al otro lado del charco, pensaba tres cuartos de lo mismo.

Hace muchos años, en las madrugadas de Antena 3 radio, Carlos Pumares nos contaba que en una de esas proyecciones estuvo presente George Méliès, el ilusionista que asombraba a los parisinos con sus trucos en el teatro. Cuenta la leyenda -más o menos como lo cuenta Martin Scorsese en “La invención de Hugo”- que Méliès se quedó... embobado, boquiabierto como un niño, y que al mismo tiempo que la luz atravesaba la oscuridad para estamparse en la pantalla y crear vida animada, una certeza de genio atravesó su meninge para alumbrar un mundo lleno de posibilidades. Méliès supo que iba a transformar aquel proyector de realidad en una fuente de sueños. El cine nació justo en ese momento de intuición. De esa quijada descolgada, y de esos ojos como platos. Todo lo que vino después -el amor y el dolor, la sorpresa y el llanto, el terror y la pasión, Luke Skywalker descubriendo los caminos de la Fuerza- ya lo imaginó Méliès en un solo segundo de divina inspiración.

La pena es que este homenaje de Martin Scorsese a George Méliès sea tan... infantil. Desconozco las razones. La figura de Méliès merecía otro tipo de acercamiento. Espero, sinceramente, que “La invención de Hugo” no tuviera un “afán pedagógico”, porque don Martin es más inteligente que todo eso. Los “afanes pedagógicos” a los niños se la soplan. A las niñas igual. A les niñes ni te cuento.





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Borat, película film secuela

🌟🌟🌟


Pues no. Después de ver Borat, película film secuela queda claro que no fueron los chinos los que crearon el coronavirus en el laboratorio de Fu-Manchú. Y que tampoco lo dispersaron por el mundo aprovechando las convenciones tecnológicas y los eventos deportivos. Y es sorprendente, porque esto de Fu-Manchú era la teoría más en boga por las barras de los bares, y por los foros de internet. Es lo que pasa cuando no dejan de nevar y llover majaderías: que se acumulan y al final siempre cuajan. Qué bien manejan el aparato de propaganda esos cabronazos del otro lado... Saben que la gente, por lo general, es medio mema y que carece de formación científica. Que es vulnerable y manipulable, y por tanto, carne de reacción, de asalto capitolino.

Y no, tampoco: vistas las andanzas de Borat también queda claro no fue Bill Gates el que diseñó la vacuna para introducir en ella el control de nuestras mentes, el nanorobot de nuestra conciencia, con cuatro microchips que le sobraban por el garaje del último ordenador. También lo cacareaban por ahí gentes que yo presumía con dos dedos de frente, y resulta que sólo tenían el cabello en retirada. 2020 ha sido un año terrible para la vida social, y no sólo por el aislamiento en los hogares. Estamos como para reírnos de los americanos... Entre la América Profunda y el bar peninsular yo no veo ninguna diferencia. Espero que Sacha Baron Cohen ambiente su Borat III aquí, en la Piel de Toro, porque también hay mucho conspiranoico al que trolear, mucho indocumentado al que sacar los colores con una cámara oculta. Una jartá de risas por explotar, ahí mismo, a la vuelta de la esquina.

No. Nada de esto. Ni siquiera era cierto lo del bocata de pangolín, o lo de la sopa de murciélago, que defendíamos con ahínco los cuatro gatos apegados a la ciencia. ¡El paciente cero era Borat! Le inocularon el virus en la prisión de Kazajstán y luego lo enviaron a Estados Unidos tras dar varias vueltas por el mundo, en misión diplomática, para vengarse de todos los espectadores que nos reímos de aquel remoto país en la primera entrega. ¿Inverosímil? Entre Borat y Fumanchú, o Bill Gates, me quedo con el kazajo tontorrón. Puestos a delirar, que sea con una sonrisa.



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El juicio de los 7 de Chicago

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No sé si veré Antidisturbios, la serie que ahora cacarea Movistar + a todas horas. Me huele a blanqueo, a oportunismo. Quién sabe si a componenda con la autoridad competente. Como cuando los americanos entran en guerra y de pronto sus películas cantan las excelencias del ejército. Ojalá me equivoque con todo esto, cuando ceda a la tentación. Porque Rodrigo Sorogoyen me tira mucho...

    De vigilar el toque de queda se encarga ahora la policía normal, pero dentro de nada, cuando la gente se quede sin trabajo, habrá que enviar a los antidisturbios a poner orden en las manifas, y al gobierno le preocupa mucho la mala imagen que van a dar con las porras en mano. Me imagino de qué va la serie: los antidisturbios son, en el fondo, buena gente, tipos normales como usted y como yo, pero cuando salen a trabajar se ven en el brete de ahostiar o de ser ahostiados, y no tienen otro remedio. Me imagino que habrá un personaje que será un bestia, otro que será un tipo decente, y otro que anda ahí ahí, en tensión emocional, porque se acaba de divorciar y no encuentra otra cama en la que relajarse. No sé...

    Pero yo venía a hablar de El juicio de los 7 de Chicago, casi se me olvida... Se me ha ido la pinza porque en la película de Aaron Sorkin -basada en hechos reales- los antidisturbios de Chicago reparten una buena somanta de hostias entre los manifestantes que iban a la Convención Demócrata de 1968, a pedir que cesaran los bombardeos en Vietnam. Luego, por supuesto, los condenados, los que se sometieron a este juicio político y demencial, fueron los rojos que agredieron a las porras con sus cráneos, y a los gases con sus lágrimas. Una pura provocación. Terroristas de manual. Pero todo esto es archisabido. Mola, pero no aprendes nada nuevo. A mí, en la película, lo que me sigue maravillando es la capacidad de la izquierda para autodestruirse. Para estar todo el puto día a la greña, consumiendo energías, desviando el objetivo. Discutiendo sobre el sexo de los ángeles. Es un espectáculo fascinante. Lo mismo en la América de Nixon que en la España de la Transición, donde la izquierda, ay, siempre es transitoria...




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El dictador

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El dictador, aunque vaya dedicada con recochineo al difunto Kim Jong-il, es en realidad la parodia de un déspota africano muy parecido a Muamar el Gadafi. Un retrato parido en la mente demenciada, sumamente particular, de Sacha Baron Cohen. Un humorista británico que jamás cultivó el humor inglés. 

    Por su picadora de carne, puesta a mil revoluciones, pasa el racismo, el machismo, el terrorismo... todos los ismos perseguidos por la fiscalía y denunciados por los colectivos sin sentido del humor. Y sí: yo soy de los que se ríe mucho con sus provocaciones, con sus chistes al filo de lo denunciable. Qué le vamos a hacer: soy un hombre a medio civilizar, mitad macaco y mitad literato. Me conmueve hasta la lágrima ese humor tan arcaico y tan grosero. Son las cosas de haberse criado en un arrabal, entre gente muy poco recomendable. De haber frecuentado malas lecturas y malas películas en los años decisivos de la formación. Y de ser uno como es.

    Pero Sacha Baron Cohen, por supuesto, no es un ningún imbécil que desconozca el objetivo último de sus excesos. Lo que en apariencia es una sucesión de sketches desordenados sobre cacas y culos, pedos y pises, al final es un misil de punta afilada sobre nuestra idea muy equivocada de lo que es una democracia verdadera, y sobre la escasa diferencia que en realidad separa nuestras dictaduras económicas de aquellas dictaduras militares. Cuando Aladeen de Wadiya, en la asamblea de la ONU, rompe en mil pedazos la que iba a ser la primera Constitución de su país, los asistentes, indignados, demócratas bien trajeados de piel blanca y alma impoluta, le abuchean y le hacen puñetas sin disimulo. Pero Aladeen, más chulo que nadie, no se echa atrás en su determinación de seguir manteniendo la satrapía:

   “¡Oh, cállense! ¿Por qué son ustedes tan antidictadores? Imagínense que América fuera una dictadura. Podrían hacer que el 1% de la población tuviese todas las riquezas de la nación... Podrían ayudar a que sus amigos ricos lo fueran aún más reduciendo sus impuestos y sacándoles del apuro cuando apostaran y perdieran. Podrían ignorar las necesidades de los pobres en salud y educación. La prensa parecería libre pero estaría controlada en secreto por una persona y su familia. Podrían pinchar teléfonos, torturar prisioneros extranjeros... Podrían manipular las elecciones, podrían mentir sobre por qué van a una guerra. Podrían llenar sus cárceles de un grupo racial en particular y nadie se quejaría. Podrían usar los medios de comunicación para asustar a la gente y hacer que apoyen las políticas que van en contra de sus intereses. Sé que para los americanos resulta difícil de imaginar, pero por favor, inténtelo”.



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