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Reencuentro

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"Inespelado" es el neologismo que inventó Luis Piedrahita para definir al amigo de juventud que uno se encuentra años después por la vida y que tarda en reconocerse porque su cabello ha decidido echar raíces en otro lugar. Y uno, en ese páramo desolado, resbala la mirada sin encontrar un asidero que le devuelva su nombre y apellido, o, al menos, el mote vejatorio que fulano arrastró durante años como hizo el Cireneo con la cruz de nuestro Señor.

    En Reencuentro, que es la segunda película que dirigió Lawrence Kasdan, todos los amigos que se reúnen en el funeral de Alex lucen un cabello sanísimo, americano, sin asomo de caspa o de abandono del hogar. No hay inespelados, ni inespeladas, entre estos treintañeros que sólo llevaban una década sin verse las caras y que en la iglesia donde se celebran las exequias se reconocen sin esfuerzo. Han tenido hijos, se han posado en varias flores, han visitado alguna clínica para descarriados, pero en líneas generales siguen siendo los mismos hombres incorregibles, y las mismas mujeres archisabidas.


    Tras el entierro, los reencontrados pasan el fin de semana en casa de Harold, que es algo así como el líder espiritual, como el jefe de la manada, y allí filosofan sobre la vida y mariposean sobre los recuerdos. Esta gente no hizo la mili, así que nos ahorramos las anécdotas sobre borracheras y sargentos chusqueros, pero sí vivió las movidas universitarias en los tiempos de Vietnam, y del flower power, y con eso tienen material de sobra para alargar las sobremesas y las veladas. Que si el porro, que si el polvazo, que si las hostias que nos daba la Guardia Nacional... Además, como todavía son liberales y enrollados, los huéspedes de Harold se dedican, en los tiempos muertos, a acecharse sexualmente en el jardín, o en las alcobas con pestillo echado.

    Y así, entre comidas muy sanas y recuerdos muy jugosos, entre canciones de época y polvos de aquí te pillo, transcurren las horas muertas de los reencontrados, que no parecen, la verdad, muy afectados por la ausencia de Álex, como si este desgraciado hubiera sido el último gato de la pandilla, el amigo del fondo, el comensal prescindible. Y es aquí, en esta indefinición, en esta atonía, donde Reencuentro se va un poco por el sumidero. No hay drama, ni comedia, ni apenas existencialismo postmortuorio. Este espectador -que confiesa haberse dormido en algunos tramos -no acabó de entender la moraleja, la intención última de la película, más allá de que unos amigos parlotean hasta las tantas con la oculta intención de no volver a verse en mucho tiempo.






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