Mostrando entradas con la etiqueta Philippe Noiret. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Philippe Noiret. Mostrar todas las entradas

El cartero (y Pablo Neruda)

🌟🌟🌟🌟

Con cuarenta años en el pasaporte, Mario, el pescador que en sus ratos libres hace de cartero a ver si liga algo más vestido de gorra y uniforme, está a punto de conformarse con la primera lugareña que acepte su exiguo patrimonio: una barquichuela para pescar y la covacha encalada que aún comparte con su padre. Mario es un soñador, un simplón, un analfabeto al que se le está pasando el arroz de la reproducción y los orgasmos vigorosos. Un buen tipo en verdad, un hombre atento y responsable, pero indetectable al radar de las mujeres, que rastrean otras zonas del cielo más cercanas a la belleza. Otras opciones genéticas en la oferta menguada del islote napolitano.

    Mario, como Dante, vive enamorado de Beatrice, la tabernera, la mujer más bella del villorrio, una morenaza volcánica que luce un cuerpo de mareo y una mirada de derretirse. Beatrice lleva años espantando moscones autóctonos y moscones foráneos que bajan de los ferrys. En parte porque los insectos no la interesan, tan zafios, tan sudorosos casi siempre, en esa isla sin agua corriente que abastecen los barcos cisterna. Y en parte, también, porque su madre, la dueña del negocio, la vigila atentamente, sabedora de que esa entrepierna es el anzuelo irresistible para pescar un marido de postín, un yerno de los que poder presumir en la misa del domingo.

    Cuando termina sus faenas pesqueras y sus trasiegos postales, Mario ronda la taberna, cruza miradas infructuosas con su amada... Pero Beatrice no le hace caso, y la madame le sirve los vinos dando un golpetazo de advertencia sobre la barra: vete de aquí, zarrapastroso. Así que no hay nada que hacer. Sólo esperar que otro afortunado se lleve el premio gordo de la Lotería. Pero el señor gordo de la Lotería, el poeta inmortal, le va a caer del Cielo a él. Pablo Neruda, el vate del amor, el tipo que saca un lapicero y las vuelve locas con un par de metáforas y un puñado de rimas asonantes, se ha establecido a pocos kilómetros del pueblo, peñas arriba. Y Mario tiene que llevarle el correo todos los días: los obsequios de los que le quieren y los requiebros de las que le aman. Mira que había sitios en Europa, en Italia, donde Pablo Neruda podía hacer estación en el vía crucis de su exilio, pero ha ido a caer justo en el pueblo de Mario Ruoppolo, que está cerca de Nápoles, a un brazo de mar, pero a mil jodidas millas del progreso y del mundo de los literatos.

    A mil jodidas millas metafóricas estaba también Mario de Beatrice, tan insignificante el uno, tan hermosa la otra, pero ninguna distancia es insalvable para la poesía mágica de don Pablo, que le prestará algunos versos a Mario para que vaya seduciéndola a la espera de que llegue la poesía propia: el rumor del mar, y el vértigo de los acantilados.  






Leer más...

La gran comilona

🌟🌟

Me senté muy animado a ver La gran comilona porque de Ferreri y de Azcona trabajando juntos yo tenía la grata experiencia de El pisito, y de El cochecito, tan celebradas en este mismo blog. El argumento de La gran comilona, además, parecía un anzuelo muy jugoso para los glotones que aún no hemos sufrido la pitopausia: cuatro hombres maduros, en pleno uso de sus facultades físicas y mentales, se reúnen en una vieja mansión a comer hasta reventar, o a follar hasta desaguarse, lo primero que llegue.

    Si el cielo de los hombres -que ha de ser, por fuerza, muy distinto al de las mujeres- es un banquete perpetuo con féminas complacientes, estos cuatro amigos han decidido que no hay mejor modo de suicidarse que anticipando el cielo en la tierra. Para qué seguir penando en este valle de lágrimas y de bostezos si uno cree a pies juntillas en el paraíso de los laicos, que es un complejo turístico en las nubes de Bespin con bufé libre, mujeres en pelotas y fútbol ininterrumpido. Un paraíso dirigido por Lando Calrissian que dista muchos pársecs del cielo prometido a los católicos y a los meapilas, que pasarán la eternidad contemplando a Dios y escuchando recitales de María Ostiz. Y viendo partidos de pádel en Teledeporte, que es el único deporte homologado por la derecha cristiana.

    Si Comer, beber, amar era una película china de "sentimientos y emociones", La gran comilona es una película francesa de homínidos que mastican con la boca abierta y se tiran pedos en cualquier rincón de la caverna. Una película escatológica, excesiva, que se va sobrellevando por las curiosidades del menú, y por las tetas que salpican la fiesta, sin que en ningún momento llegue la moraleja ni la sabiduría. Los personajes pasan dos horas en un hastío existencial que es paralelo al hastío de los espectadores. La gran comilona - de la que he pasado los últimos tres cuartos de hora con la tecla de avance- es un experimento, una provocación, una gansada. Una gamberrada, quizá, a la que tratamos de sacar enjundia metafísica mientras Azcona y Ferreri, junto al bueno de Lando Calrissian, se descojonan de nosotros en la Ciudad de las Nubes. 



Leer más...