Mostrando entradas con la etiqueta Pedro Casablanc. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Pedro Casablanc. Mostrar todas las entradas

Saben aquell

🌟🌟🌟🌟


De niños, en León, también hablábamos catalán en la intimidad. O al menos lo entendíamos en parte. Y no como ese fascista de José Mari, que solo lo dijo para arañar votos en Barcelona. 

Pero tampoco nos pongamos estupendos: en realidad solo sabíamos dos frases de catalufo, aunque encerraran mundos completos de referencias. La primera, claro, era “Tot el camp és un clam”, que entonaban los culés en el colegio las raras veces que tenían algo que celebrar: que nos ganaban en los duelos directos, mayormente, porque luego, de títulos, no se jalaban ni una rosca, siempre que si el árbitro, que si las lesiones, que si el sursuncorda... Igual que ahora, vamos. 

La segunda frase de nuestro acervo catalán era “Saben aquell que diu...”. Era la muletilla con la que Eugenio siempre comenzaba su show cuando salía por la tele. Y nos descojonábamos, claro, por su acento cerrado de Barcelona, y porque ya anticipábamos el chiste genial que iba a venir justo después. Lo suyo era humor inteligente, y no como el de otros. “Un esqueleto entra en un bar y pide una cerveza y una fregona...”. Yo era mucho de Eugenio, de su semblante y de su distancia, y no tanto de Arévalo o de Bigote Arrocet, que no eran más que dos tolais repetitivos. Los tres eran los reyes de la casete de gasolinera y salían mucho en el “Un, dos, tres”. Y si salías en el “Un, dos, tres” ya te llovían los contratos y te forrabas. Y follabas cantidubi, supongo.

En eso, la película de Trueba es un poco tramposa, porque Eugenio compareció por primera vez en el “Un, dos, tres” cuando ya era un hombre viudo y depresivo. La gran fama de la tele le llegó después de que se muriera Conchita, el gran amor de su vida, con la que empezó haciendo dúo musical y acabó teniendo un dúo de retoños. “El gorrino y la mujer, acertar y no escoger”, que decía Marcial Ruiz Escribano. Y Eugenio acertó el pleno al quince en la quiniela. Conchita, si hacemos caso del biopic, le regaló los mejores momentos de su vida, aquellos en los que su carácter autocorrosivo encontró un descanso y una cura temporal. Hay tipos con suerte, aunque la suya, ay, fuera una suerte con fecha de caducidad.





Leer más...

B

🌟🌟🌟

"Sé fuerte, Luis", escribió don Mariano el día que supimos que un pastel con nuestro dinero se amasaba en los bancos de los suizos. Y Luis, soldado disciplinado, trabajador incansable en la lucha contra los rojos, lo fue: fuerte. Fuerte que te cagas. 

Dos años después, ante el pelotón de periodistas que lo esperaban a la salida de la cárcel, Luis dio testimonio de su obediencia, y entonces se escuchó el gran suspiro en la España como Dios manda, toda pintada de azul. Corrió el champán en los despachos de quienes nos roban la plusvalía y aplauden con las orejas.  Paralelamente, en las tascas del populacho los simpatizantes de don Mariano invitaron a vinos y cañas a todos los parroquianos, incluidos los izquierdistas más recalcitrantes, porque gracias a la intercesión de la Virgen no había sucedido nada grave: sólo una corruptela más de las muchas aisladas. El Partido Popular, vigía de Occidente y salvaguarda de la patria, ejército desarmado de la gente decente, había vuelto a salir indemne de las falsas acusaciones. Bárcenas había sido fuerte, sí, pero es que además no tenía nada que confesar, salvo sus propias travesuras.


    Trece meses antes, sin embargo, estas gentes andaban todas sin uñas, comidas, y sin aliento, acojonados. Después de pasar una temporadita en la cárcel, Luis se presentó ante el juez Ruz dispuesto a largar. En setenta y cinco minutos del más puro minimalismo judicial, la película B cuenta lo que sucedió en aquella comparecencia, que pudo ser histórica y definitiva, pero que al final se quedó en nada.  En B. no hay golpes de efecto ni dramatismos americanos. Ruz pregunta, Bárcenas responde y los abogados intervienen de vez en cuando para aclarar los puntos oscuros. El actor que encarna a Luis Bárcenas, Pedro Casablanc, no guarda parecido alguno con su personaje, pero es como si el pelo a doble color y el traje azul inmaculado le hubieran investido del autocontrol, y de la chulería innata. Ante nuestros ojos se obra el milagro de estar allí, espiando por una mirilla mientras Bárcenas pone en marcha el ventilador y empieza a esparcir mierda por doquier. Sí, los papeles son ciertos, y sí, las donaciones son ilegales, y sí, yo repartía dinerito rico en sobres...

   Pero Luis, de pronto, se hizo fuerte y se paró. En cuestión de segundos, cuando el interrogatorio ya se volvía peligroso, Bárcenas pasó de la memoria de elefante al encogimiento de hombros, y el lanzallamas que amenazaba con quemarlo todo se quedó sin gasofa, bien adiestrado y aconsejado. O bien amenazado, que nunca sabremos.



Leer más...