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El clan

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"La gente que se queda en su casa entretenida en sus cosas rara vez hace daño a nadie: lo trágico de la vida es que en casa la mayoría de la gente se aburre. Y como se aburren, proclaman que quedarse tranquilamente en casa es cosa de cobardes, de egoístas y de malos patriotas".

    Esta sabiduría la escribió hace algunos años Fernando Savater en su Diccionario Filosófico. Y aunque me jode darle la razón a este tonto útil de la derecha, tengo que reconocer que me acuerdo mucho de su aporte. Hoy mismo, sin ir más lejos, mientras veía la película argentina El clan... Cuando Arquímedes Puccio comprendió que la dictadura argentina había terminado, también debió de pensar: "¿Y ahora qué hago yo, aburrido en casa, sin comunistas a los que poder torturar o hacer desaparecer?" Don Arquímedes, que había trabajado fielmente para los militares, de pronto se vio viejo y prescindible. Le quedaban sus hijos, sí, y sus negocios, y la partidita de baraja o de dominó con los compadres. Poca cosa en comparación con la adrenalina del matarile, de la acción paramilitar que había construido una Argentina mejor para las clases pudientes. 

    Si ahora los rojos eran intocables, quedaban, al menos los empresarios con dinero: los tipos que para Arquímedes Puccio habían traicionado al país acojonándose ante la democracia, o apropiándose los dineros necesarios. Y así, sin leer a Fernando Savater, pero igualmente convencido de que quedarse en casa "es cosa  de cobardes, de egoístas y de malos patriotas", don Arquímedes formó una banda criminal con sus viejos camaradas, y con sus propios hijos, que cegados por el dinero o acojonados por su figura no supieron negarse a este negocio de secuestros y extorsiones.

    Es una película escalofriante, El clan. Lo peor del ser humano expuesto en una carnicería del alma: casquería de psicópatas, magro de megalómanos, filetes de avariciosos... Y la sangre, claro, la voz de la sangre, que todo lo justifica y todo lo perdona, hecha morcillas. 




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