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Otra Tierra

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En la película Otra tierra, un planeta idéntico al nuestro aparece de pronto en el cielo, con los mismos mares, los mismos continentes, la misma luna orbitando pesadamente a su alrededor. Los astrónomos de nuestro planeta, ahora rebautizado como Tierra 1, establecen comunicación por radio con los habitantes de la denominada Tierra 2, y comprueban, atónitos, que también las personas vivimos repetidas en el nuevo astro, con los mismos recuerdos, y con la misma voz que responde a las preguntas. Tierra 2, para bien y para mal, es la imagen especular de lo que ocurre en la Tierra 1, con el mismo Papa, la misma contaminación, la misma Charlize Theron dejando turulatos a los cinéfilos del ancho mundo.

            Tras conocer el hallazgo, mucha gente de la Tierra 1 vive presa de la inquietud y del miedo. La existencia de Tierra 2 implica que hace dos mil años también hubo otro Jesús predicando en otra Judea, con lo cual habría dos Hijos únicos del mismo Dios, o quizá dos dioses gobernando cada uno su dominio particular, al igual que los emperadores romanos se repartieron el Imperio de Oriente y el de Occidente. Tierra 2 es la negación de las Sagradas Escrituras, y el principio del fin... Otros terrícolas, en cambio, como Rhoda, la protagonista de la película, viven fascinados con la idea de viajar a Tierra 2 para encontrarse consigo mismos, en la cafetería duplicada de la esquina, y charlar con esa persona que comparte al cien por cien sus gustos e inquietudes. Una oportunidad única para conocerse a sí mismo,, por fin, en el sentido estricto de la expresión, sin necesidad de filosofías socráticas ni de libros de autoayuda. 




    Algunos científicos sostienen que en Tierra 2 suceden exactamente las mismas cosas que aquí, en el mismo orden causal y cronológico, y que, por tanto, existe otra Rhoda que también planea el mismo viaje hacia Tierra 1, con lo cual ambas coincidirían en el trayecto, y terminarían por chocar en mitad del espacio, tal vez para morir ambas en el accidente, o para fundirse molecularmente en una sola Rhoda verdadera. Pero hay un científico que aboga por la teoría del Espejo Roto, según la cual, en el mismo instante en que nosotros los vimos y ellos nos vieron, las líneas temporales gemelas se rompieron, y cada planeta tomó sus propios derroteros. Como en la película ya han pasado cuatro años desde el encuentro sideral, Rhoda,  arrepentida de sí misma y de su vida, sueña con conocer a la otra Rhoda que triunfó en los estudios, que conoció al chico adecuado, que no cometió el error imperdonable que cercenó sus sueños de raíz. Sueña, quizá, con presentarse en Tierra 2, asesinar a su doble afortunada y usurpar su vida como en La invasión de los ladrones de cuerpos, abandonando la triste existencia a la que ha sido condenada en Tierra 1.


            Como se ve, Otra tierra es una película de altos vuelos filosóficos, de profundos debates sobre la incertidumbre de ser uno irrepetible. A mí, personalmente, no me gustaría encontrarme con mi doble paseando por la calle. No sabría qué decirme, ni cómo saludarme. Si ya es un incordio hacerlo con el vecino, o con el conocido del bar, cuánto más fastidio sería toparse con nuestra viva fotocopia, que nos conoce al dedillo, que sabe nuestras flaquezas, que podría avergonzarnos con sólo tres ágiles estocadas del florete lingual. Pero claro: si yo le rehuyera, él me rehuiría también, pues ambos seríamos el mismo tipejo acobardado y tristón,  y nos haríamos los suecos para agachar la cabeza y torcer ligeramente hacia la derecha. Y luego, con un poco de suerte, no volver a encontrarnos jamás. 

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