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Black Mirror: Rachel, Jack and Ashley too

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Del mismo modo que Black Mirror ha entrado en la edad de la decadencia -y hemos pasado de las distopías orwellianas a un episodio donde ya sólo faltan los Goonies haciendo el ganso con Sloth- hay que decir que se está poniendo fea, dentuda, abotagada, como de señora algo precoz, Hannah Montana. Recuerdo con añoranza que era una chica guapísima, en el Disney Channel, cuando el pequeñajo se enganchó a la serie y yo, que supervisaba sus gustos, hacía sofá a su lado conteniendo los bostezos. Hannah Montana era una serie infumable, para adolescentes muy tontos o muy crédulos, de Kansas City para arriba, o de Colorado Springs para abajo, y nunca supe muy bien qué hacíamos allí los dos, vecinos de Fuentesnuevas, algo más inteligentes que la media vecinal, instalados frente a la tele a la hora de la merienda, el retoño demasiado pequeño y yo demasiado mayor... Supongo que era la belleza de Miley Cyrus la que nos convocaba, y que ninguno de los dos le confesaba al otro su turbación, su sentimiento de culpabilidad: uno por estar viviendo su primer amor catódico y otro por estar viviendo su último deseo inapropiado. Nos azoraba, Miley Cyrus, tan sana, tan vivaz, tan mofletuda. Tan americana, tan cantante pop, tan cheerleader del instituto.  Yo intentaba cortar por lo sano aquel malentendido cultural, y le preguntaba al retoño: “¿Pero esta serie te gusta de verdad?” y el respondía que no, que no mucho, que bueno, que a veces, que en su colegio había otra niña que también la veía. Y al día siguiente ya estaba otra vez allí, sentado en su rincón, con su bocadillete de chorizo, o su batido de chocolate, atento a cada gesto de la chavala, a cada giro tontorrón de sus aventuras. Y yo, con la excusa de hacerle compañía, de forjar el vínculo paterno-filial, de nuevo entregado a la visión avergonzada de aquella nínfula que era -manda cojones, qué caprichoso es el mundo- la hija del Billy Ray Cyrus de la música country. El que cantaba el Achy Breaky Heart que aquí decíamos iki-briki-jart, y que se bailaba haciendo un manspreading que ahora también es sospechoso y está muy pasado de moda.





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Crisis in six scenes

🌟🌟🌟

Según se cuenta en los mentideros de internet, Woody Allen rodó Crisis in six scenes maldiciendo, desde el primer momento la decisión de haber aceptado el encargo. Como si no se viera capaz de afrontar el desafío, y le doliera en el alma haberse vendido al pastón que le ofrecía Amazon por hacer una serie de qualité. Allen es un tipo rutinario que rueda su película anual, toca su clarinete los lunes y las fiestas de guardar, y dedica largas horas del día a ver deporte en la televisión, y ya nos parecía extraño -cuando saltó la noticia en los medios- que a sus ochenta y tantos tacos aceptara un encargo tan ajeno a su currículum. No debe de ser casualidad, por tanto, que su personaje en Crisis in six scenes, en la última escena de la serie, recostado en la cama como quien se ha desprendido de un peso mayúsculo, diga:

    "Quizá debería pasar de esa chorrada de serie de televisión y brindarme una última oportunidad de escribir un libro".

    Crisis in six scenes no es una mala serie, ni un fiasco, ni una puta mierda como afirman por ahí sus detractores masculinos, y su ejército de detractoras femeninas, que están a la que salta con el personaje. Allen lleva tantos años en el oficio que es incapaz de rodar algo que sea basura o desperdicio. Sin embargo, en los últimos tiempos -que se alargan ya en demasía- el genio que le inspiraba las grandes obras parece haberlo abandonado, y sus películas se suceden como si fueran un compromiso con sus productores, o consigo mismo, pero ya no con el público que lo veneraba, y que lo sigue venerando gracias a los viejos DVDs.

    Crisis in six scenes es una serie extraña, indefinible, tal vez porque en realidad no es una serie, sino una película de140 minutos repartida en seis párrafos que se van separando con un punto y coma. Allen ya no está para los trotes de la comedia vertiginosa, chispeante, "a la americana", y la serie le ha salido discursiva, premiosa, divertida sin más. Provoca varias sonrisas, pero ninguna carcajada. Lo mejor es que Allen vuelve a hacer de sí mismo, y a reírse de sí mismo, de sus neuras y manías, hábitos e hipocondrías, y es como regresar a los viejos tiempos de sus películas añoradas. Lo segundo mejor es que sale mucho Miley Cyrus, y Miley Cyrus es una chica que está muy rica, y además hace de revolucionaria que se acuesta con Panteras Negras y pone posters del Che Guevara en las habitaciones. Y eso es como una flecha de Cupido atravesando el corazón del viejo bolchevique.






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