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Mr. Turner

🌟🌟🌟🌟

J.M.W. Turner fue el gran pintor de los amaneceres, de los atardeceres, de los barcos que transitaban lánguidamente el Támesis o se enfrentaban a los navíos franceses. En sus cuadros -que ahora, con la excusa de la película, cuestan un huevo más en las casas de subastas- los seres humanos son figuras diminutas que se adivinan en los muelles, en las bordas, en los campos de trigo, como hormigas que buscan el sustento mientras por encima sucede el gran milagro de la luz, que quita y pone las formas, las siluetas, los colores. 

    A Mr. Turner no le agradaba mucho la gente: tramitaba los asuntos imprescindibles del día -la comida, las pinturas, los escarceos sexuales con la criada- y luego, en las horas que su estudio se veía iluminado por el sol, pintaba paisajes donde los humanos sólo eran figuras decorativas como las piedras o los árboles. No los estimaba en su vida diaria, y no los estimaba tampoco en sus cuadros de paisajes bellísimos, o de naturalezas atroces.


            Un tipo difícil, el señor Turner, si nos atenemos a lo que cuenta Mike Leigh en su película. Una película de narrativa extraña, fragmentada, como si paseáramos por el museo biográfico del personaje y fuéramos contemplando, en cuadros separados, hechos cruciales o aclaratorios de su vida. No hay condenas morales, ni juicios de valor, en estas estampas coloridas del señor Turner. Ni se abuchean sus defectos ni se subrayan sus virtudes. Mike Leigh es un tipo demasiado inteligente, demasiado british, para caer en los retratos de brocha gorda que tanto gustan a los americanos. Los americanos habrían filmado un biopic de loosers y winners con esta vida huraña y genial del pintor: una cosa moralista, pastosa, de músicas grandilocuentes. Un despelote de medios para filmar el mismo guión simplón y torpón. Gracias, Mr. Leigh. Y gracias, también, Mr. Spall, al que Cannes reconoció y los Oscars olvidaron.




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Happy, un cuento sobre la felicidad

🌟🌟🌟🌟

Hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy lejana llamada juventud, conocí a mujeres que se parecían mucho a esta Sally Hawkins de Happy-Go-Lucky, la película de Mike Leigh que aquí, en nuestra patria de los traductores libertarios, se tituló Happy: un cuento sobre la felicidad

En aquellos tiempos conocí a mujeres risueñas, extrovertidas, que te soltaban confidencias en las fiestas, que te ponían la mano en el hombro para acompañar el relato. Que rompían las distancias de seguridad que separan a los simples amigos. Mujeres hermosas que te hacían soñar con un amor que quizá estaba naciendo en sus corazones... Pero luego, cuando reunías el valor, y dabas el primer paso, caías en el más espantoso de los ridículos. Ya era muy tarde cuando caías en la cuenta de que sus secretillos, sus sonrisitas, sus ligeros contactos físicos, eran regalos inocentes que todos los hombres recibían gratis de su señoría. Demasiado tarde, ay, cuando comprendías que el gesto serio, la conversación intrascendente, las manos quietas en el regazo, eran conductas solemnes que ellas reservaban para el hombre que en verdad amaban, siempre el más guapo, el más intrépido, el más seguro de sí mismo, porque ellas eran un poco incendiarias, y un poco inconscientes, pero no tenían ni un pelo de tontas. Como esta Poppy de Londres que vuelve loco de amor a su profesor de la autoescuela, que llega a creerse pretendido. Pobre hombre. Qué inexperiencia, esta suya, y aquella mía, de los tiempos de gilipollas. Más que ahora, todavía.




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Naked

🌟🌟

Del director británico Mike Leigh guardo un puñado de grandísimas películas que ocupan varios centímetros en el ancho de mis estanterías. Hace unos meses, en este mismo diario, ponderé el tono melancólico de Another year, esa película que no es un retrato de la vida, sino un trozo de la vida misma, con personajes como usted y como yo que no viven grandes tragedias ni grandes pasiones, que se esfuerzan, simplemente, por vivir el paso de las estaciones, con el espíritu alegre, y la tristeza en la retaguardia.

Hoy, para mi desconsuelo, Mike me ha dado harina de otro costal. Uno empezaba a pensar que este tipo era un genio infalible, un director elegido por los dioses para dar siempre con el tono justo y los guiones precisos. Un retratista ejemplar de la clase media británica venida a menos. A veces tan a menos, que ya es directamente lumpen, y objetivo eugenésico de los tipejos que manejan los dineros. Pero me equivoqué. Mike Leigh era, después de todo, un ser humano, un cineasta que hace años aún buscaba el sendero de la excelencia. De aquella época perdida en los bosques surgió esta película demencial, sin cerebro ni columna vertebral, que se titula Naked. El Indefenso de la traducción española es un ácrata que padece un revoltijo neuronal incomprensible. Un pirado disfrazado de espíritu libre que se dedica a vagar por las calles para violar mujeres (sic), filosofar sobre el Apocalipsis o pegarse de hostias con el primero que pasa. Se coja por donde se coja, es una gilipollez de campeonato. Y puede que algo peor...




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