Mostrando entradas con la etiqueta Michiel Huisman. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Michiel Huisman. Mostrar todas las entradas

La invitación

🌟🌟🌟

La pérdida de un hijo debe de ser un dolor insoportable. Inimaginable. Como una daga clavada en las entrañas que no puede extraerse ni aliviarse. Un padecimiento que está más allá de nuestra comprensión de padres afortunados, o de humanos no reproductores. Incluso en los tiempos anteriores a la penicilina, cuando se perdían la mitad de las camadas en enfermedades ahora remediables, el sufrimiento de los padres distaba mucho del estoicismo que a veces adjudicamos a los hombres antiguos, como si la omnipresencia de la muerte les vacunara en cada tragedia, y en cada despedida.  

    Para amortiguar el dolor la única solución es alejarse, alienarse. Enterrarse bajo varias capas de experiencias y negaciones, como los niños se entierran bajo varias mantas para ahuyentar a los monstruos. Los padres sufridores de esta película titulada La invitación encuentran su consuelo en la religión, en la creencia de un más allá de nubes algodonosas donde les espera el hijo perdido con los brazos abiertos. Antes de la tragedia no creían, no profesaban, pero ahora han caído en las garras de los buitres que sobrevuelan la desgracia para alimentarse: sectas, gurús, sacerdotes, curanderos del espíritu... Toda esa fauna. 

    Eden y David han invitado a sus amigos para compartir cena, y cuchipanda, y estupendas noticias espirituales, allá en la casa apartada de las montañas que rodean Los Ángeles. No se nos especifica la situación concreta del retiro, pero el paisaje no parece muy distinto al de Cielo Drive, o al de Mulholland Drive, y con eso ya estoy dando demasiadas pistas sobre las desventuras sangrientas que se avecinan. También es verdad que La invitación no se molesta mucho en tapar sus intenciones, y hasta sus intríngulis, desde el cartel que la promociona a los actores que le dan vida. No se puede contratar al asesino de "Zodiac" o al holandés de la mirada frenética para construir un juego de falsas bondades o de intenciones ambiguas. Y hasta aquí puedo denunciar...





Leer más...

Alma salvaje

🌟🌟🌟
Max, mi homínido interior, al que algunos lectores veteranos recordarán de otros escarceos sexuales y peliculeros, tarda mucho en reaccionar cuando la actriz que uno recordaba bellísima aparece en pantalla afeada, desastrada, maquillada de mujer mortal por exigencias del guion.
En Alma salvaje, que es una road movie con pocas carreteras y muchos senderos, Reese Witherspoon recorre los dos mil kilómetros que separan México de Canadá atravesando desiertos resecos, pasos de montaña, pueblos de paletos muy parecidos a Cletus el de Los Simpson. Max empieza muy excitado la función, porque Reese, en los compases iniciales, es nuestra querida Reese de toda la vida, tan rubia, tan pequeñita, tan morbosamente deseable. Sin embargo, nuestra heroína tarda pocos fotogramas en llenarse de barro, de polvo, de cicatrices que arañan su cara de sempiterna adolescente. Además, para interpretar a su personaje -que es una pelandusca y una drogadicta en busca de redención por el camino de Santiago- Reese frunce mucho el ceño, y se pone adusta, y pensativa, y hasta un poco fea, y Max se rasca la cabeza desorientado.

    Alma salvaje es muy entretenida cuando Reese avanza decidida por los paisajes de Norteamérica, que son bellísimos y realmente salvajes, casi como si el hombre blanco, o la mujer blanquísima, los estuviera pisando por primera vez. Pero el director de la función es un pesado de mucho cuidado, y convierte en truño cualquier oro que le confían. Él prefiere atormentarnos con flashbacks que nos arrancan del paisaje para depositarnos en las habitaciones de hotel donde Reese se pincha la heroína, o se deja follar por tipejos desdentados. Uno quiere volver rápidamente a las montañas, a los secarrales, a los bosques de coníferas que te dan la bienvenida cuando atraviesas la frontera de Oregón. Pero Jean-Marc, que busca su propio destino, y Nick Hornby, que lo sacas del fútbol y se nos pierde en florituras, han decidido que no, que lo importante es lo que Reese recuerda, y no lo que Reese contempla. Un viaje psicológico y trascendente para el que no se necesitaban tantas alforjas.




Leer más...

Treme. Temporada 1

🌟🌟🌟🌟

Por la noche, en el sábado atípico  sin partidos de fútbol, veo los dos primeros episodios de la serie Treme. David Simon ha trasladado su máquina de sacar trapos sucios a Nueva Orleans ,devastada por el huracán Katrina. Nos coloca en el epicentro del drama tres meses después de la tragedia, cuando los que se quedaron tratan de rehacer sus negocios, y los que huyeron intentan salvar sus hogares del derrumbe. Si en el Baltimore de The Wire los desheredados usaban la droga para escapar de la realidad, aquí, en el barrio de Treme, los damnificados buscan la música como vía de escape a su frustración. El jazz  como centro de reunión social, como ritmo consustancial de la vida. Como música que a veces exalta el espíritu y a veces lo sume en la melancolía. Las trompetas y los trombones son la banda sonora de Treme, la banda sonora de la ciudad, lo mismo en los clubs que en los pasacalles o en los funerales.

Pero no todo es música en Treme. Otros habitantes de Nueva Orleans se dedican a denunciar el estado de las cosas. Es ahí, en el papel de un entrañable cascarrabias que podría ser el primo de Michael Moore en Luisiana, donde se produce mi feliz reencuentro con John Goodman, uno de esos mal llamados secundarios de lujo que siempre son principalísimos en sus películas, aunque sólo salgan cinco minutos. John Goodman es el inolvidable vendedor de Barton Fink, el  pirado veterano de guerra de El gran Lebowski. Uno de mis tipos preferidos. El actor con cara de noblote del que se sirve David Simon para soltar las verdades del barquero. Ésas que hablan tan mal del gobierno americano, despreocupado de sus ciudadanos más desamparados. De esa basura mugrienta y seguramente comunista...




Leer más...