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El autor

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La escritura es el refugio de los artistas mediocres. O ni siquiera mediocres: directamente sin talento. Las otras artes requieren un instrumento, una cámara, un material comprado en la tienda especializada. Unos conocimientos mínimos. ¿Pero escribir? Escribir está al alcance de cualquiera. Sólo se necesita papel y bolígrafo. O un ordenador, que ya tiene todo el mundo en su habitación. Enciendes el Word, adoptas la postura literaria, y con el folio en blanco ya parece que tienes medio camino recorrido hacia la gloria. Que lo otro sólo es ponerse y enmendar borradores. "Que la inspiración te pille trabajando", nos decimos para justificar nuestra pose, nuestra petulancia. Y la inspiración nunca llega, porque es muy escogida, y muy mirada, y sólo desciende sobre las cabezas que verdaderamente poseen el talento. Las únicas con helipuerto preparado para su aterrizaje. Los demás somos filfa y diletancia.

    Hay algo muy turbio, muy inquietante, que une a este Álvaro del blog con el otro Álvaro que protagoniza El escritor. No, desde luego, su hijoputismo sin escrúpulos, pero sí su afán estúpido. Su autoengaño preocupante. Porque este blog también nació de un orgullo sin sustento.  De un desajuste muy grave entre la competencia real y la competencia imaginada. Juntar letras para componer palabras y luego oraciones está al alcance de cualquiera. Sólo hay que saberse las normas de ortografía y tener un poco de oído para colocar los puntos y las comas. Pero escribir, escribir de verdad, es otra cosa. Hay que tener una voz propia, y los mediocres sólo repetimos lo que dicen los demás: los escritores de verdad, o los guionistas de las películas. Las personas ingeniosas que nos rodean. Los escritores sin chicha somos postes de repetición, papagayos de feria, grabadoras poco fidedignas. En el mero hecho de transcribir –pues eso somos en verdad, transcriptores- ya metemos la pata y estropeamos el mensaje original. No tenemos remedio. 

    Tardé tiempo en darme cuenta de todo eso. En eso sí que mejoro al personaje de Javier Gutiérrez, que no tiene pinta de haberse aprendido la lección. Al principio lo pasé mal, pero ahora ya me he curado. Ya no me tomo en serio este ejercicio. Pues es sólo eso: un ejercicio. Una gimnasia mental para que se desperecen las neuronas. Primero la  ducha, luego el café, y más tarde, siempre por este orden, el juntaletrismo, para solventar la resaca cotidiana del mal dormir. Si durmiera bien no necesitaría venir aquí a desbarrar. Simplemente disfrutaría de la vida.



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Caníbal

🌟🌟🌟

Esta película española titulada Caníbal, que anunciaban como terrorífica y muy particular, ya la filmó hace quince años Atom Egoyan en las calles de Londres, que no de Granada. Se titulaba El viaje de Felicia, y el psicópata de turno era el entrañable y muy convincente Bob Hoskins, uno de los grandes actores olvidados cuando se elaboran las listas, o se conceden los premios conmemorativos. No recuerdo si este asesino de Atom Egoyan también se comía el solomillo de sus víctimas acompañado de un buen vino, como hace Antonio de la Torre en plan Hannibal Lecter, pero sí recuerdo que su afición principal era la cocina, y que se arrepentía de sus fechorías en el momento más inesperado de la película, así que por ahí se anda la historia. 




Y es que aparece un psicópata en cualquier película, y ya te sale, sin quererlo, un juego de asociaciones con los innúmeros malandrines que le precedieron. En la vida real, los psicópatas son un vecino de cada mil, y la mayorìa ni siquiera asesinan: sólo te putean, o te buscan las cosquillas, o se meten a policías o a guardias civiles para dar mamporros al amparo de la ley. Son notorios, pero escasos, los psicópatas que viven a este lado de la pantalla. En  la ficción, en cambio, es como si la psicopatía fuera el mal común de los habitantes, y todo el mundo guarda ganchos de carnicero en el garaje, y cadáveres corruptos en el jardín. 

  Los planos de este asesino de Caníbal masticando la carne femenina son clavados a los que retrataban a Mads Mikkelsen en Hannibal, la fallida serie que hace meses quiso hacerse un hueco en este blog. ¿Que el criminal es un sádico matamujeres y además sastre? Ahí está el villano de El silencio de los corderos para completar el árbol de referencias. ¿Que el criminal lleva años sembrando el terror en la comarca y nadie relaciona sus asesinatos? El malvado de Los hombres que no amaban a las mujeres sale a la palestra para seguir jugando a este Trivial Pursuit de los sanguinarios, muy pronto en las jugueterías, y establecimientos autorizados.



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