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El reino

🌟🌟🌟🌟

No hay que ser muy listo para deducir que este reino sin nombre -el que estos cortesanos de traje y corbata esquilman para irse de yates con las esposas y de putas con los compadres- es el reino de Valencia que los camps y los zapalanas saquearon hasta dejar sólo las telarañas y dos gorritas amarillas de cuando recibieron al Papa emocionados. Y dos tornillos que se cayeron de los Fórmula 1 cuando quemaban goma por el circuito de la ciudad.

Para que el homenaje a la tierra valenciana no quede tan evidente, Rodrigo Sorogoyen rodó algunos exteriores en Madrid para hacer más universal el concepto de corrupción. Más transautonómico, digamos. Y luego, ya para esparcir la mierda en plan urbi et urbi, le puso a la jefa de los golfos apandadores -“La Ceballos”- un acento andaluz que disimulara su inquietante parecido con doña Rita, aquella chumadora que ponía orden y disciplina en estos latrocinios que asolaron los telediarios. De este modo, el público de derechas también sale reconfortado de ver “El reino”, y puede contarle a las amistades que “los andaluces también robaban”, los EREs y tal, que lo han dicho en la película, y que la corrupción es una cosa de todos los partidos políticos, de todos, y que ya está bien de señalar siempre a los mismos.

    No se salva ni Dios, en “El reino”. Poque no hay dios que pueda perdonar a todos estos atracadores: ni a los contumaces ni a los arrepentidos. Así se titulaba, justamente, otra película de Rodrigo Sorogoyen. Yo, en eso, estoy con el personaje de Bárbara Lennie imitando a Ana Pastor: ¡y una mierda!, los actos de contrición. Que le corten la cabeza igual al hijoputa este. Y que devuelva lo robado. Lo triste es que tampoco hay dios que pueda perdonar a los periodistas “incisivos” como ella. Cómo se puede ser tan lista, tan valiente, tan “independiente”, y no saber que el dueño que te paga está puesto ahí, precisamente, para proteger a los más altos saqueadores del reino. 





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En la ciudad

🌟🌟🌟🌟

Los personajes de “En la ciudad” son unos pijos que viven en los áticos carísimos de Barcelona. Y también en los áticos muy frívolos del amor. 

Aquí, en cambio, en  provincias, en los pisos bajos que dan a los coches y a los humos, el amor, cuando llega, es un asunto muy serio que se trabaja hasta las últimas consecuencias. Cuesta sudor y lágrimas encontrar a alguien que soporte nuestros defectos. Nuestras virtudes tan grises y tan poco exportables. El amor es un bien muy apreciado en estos sistemas exteriores de la galaxia, como un mineral raro, o una nave espacial que salte al hiperespacio. Aquí, por el amor, nos partimos la cara hasta el último instante. 

Ellos, en cambio, los barceloneses de la película, no. Los personajes de “En la ciudad” son treintañeros, son guapos, tienen posibles. Y el que no es guapo ni tiene posibles se autoengaña con mucha eficacia. Cuando sus matrimonios o sus noviazgos caen enfermos con las primeras fiebres, ellos y ellas se lanzan a las calles a buscar un amor de sustitución. Los pijos sólo tienen que dejarse caer por los garitos de moda, tan bien vestidos y tan bien peinados como están siempre. El amor les interesa, sí, pero sólo si funciona a las mil maravillas. Si va sobre ruedas; si no corta el rollo en ningún momento. Pero si el amor da la lata, si toca los cojones, si corta las alas en demasía, prefieren comprarse otro nuevo en las tiendas del sector. Es como cuando compran otra tele, u otro coche, o se cambian de apartamento para ganar 4 metros cuadrados. 

    Los pijos de “En la ciudad” se engañan todos entre sí. A veces se van y a veces se quedan. En el fondo son unos mentirosos de mierda. Nadie conoce a nadie porque todas las convivencias son un baile de máscaras permanente. En las provincias esto no funciona así: nosotros cuidamos nuestras relaciones hasta el último instante. Las remendamos, las repintamos, las remozamos. Las reanimamos cardiopulmonarmente hasta que dejan de respirar. Afuera hace mucho frío y hay mucha indiferencia. Aunque caliente el sol por las mañanas. En las provincias siempre es invierno y no sé por qué.

La película, por cierto, es cojonuda.





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Rapa

🌟🌟🌟

En la escena inicial de “Rapa”, Javier Cámara pasea por unos acantilados de mucho vértigo envueltos en la niebla. Y entre eso, y que los creadores de la serie eran los mismos de “Hierro”, me dio por pensar, absurdamente, que la serie transcurría en Rapa Nui, en mitad del Océano Pacífico, que es otra isla agreste y solitaria. La idea era un poco absurda, ya lo sé, pero cosas más raras se han visto en la televisión. Después de todo, Rapa Nui pertenece a nuestros hermanos chilenos, y Javier Cámara podría estar allí de expedición científica, o de turista divorciado, tratando de olvidar a Mari Pepa.

Pero cuando la niebla se va y aparece la mujer asesinada, en el primer revuelo de personajes ya descubres que todos hablan con un acento gallego nada propio de la Polinesia. No era finalmente Rapa-Nui, sino El Ferrol sin Caudillo, el lugar del crimen y el epicentro de la movida. Pierdes en exotismo, pero ganas en familiaridad.

“Rapa” es una historia de la España Profunda aunque transcurra al borde del mar. Hay envidias malsanas y rencores vecinales. Mucha mala hostia en los rostros cejijuntos. Y sobre todo, una estructura caciquil que resiste el paso del tiempo igual que los moáis: políticos también imperturbables, con una cara dura que se la pisan, mayormente de derechas o de extrema derecha, que hacen y deshacen por encima de constituciones y de órdenes de Bruselas.

La serie no está ni bien ni mal: está. Le sobra una historia que no voy a desvelar. Es la cuota de mercado. Cámara es un camaleón que se come cualquier mosca que le echen. Lo que me extraña es que Movistar + haya autorizado su producción. Desde que el facherío controla su línea ideológica, no se habían visto unos malotes tan claramente del PP, engominados según el manual. Hasta el logotipo del partido ficticio tiene aires blanquiazules. Es, además, cómo hablan, cómo deciden, como tergiversan... Mafia local de pura cepa. A los censores franquistas se les escapaban estas cosas porque ellos estaban a la teta y al baile agarrado. Pero estos fachas de Movistar ya follan como todo quisque, fuera de la Iglesia. No termino de entender su inacción. Pero se agradece.



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Hierro

🌟🌟🌟🌟

Yo también vivo en una isla, pero no rodeada de agua, sino de montañas. Un circo geológico que a veces también es un circo político, según quien gobierne, o un circo al que le crecen los enanos, cuando hablamos de economía popular. Es por eso, quizá, que viendo la serie Hierro he creído entender la idiosincrasia de la isla canaria-su estrechez geográfica, su aislamiento orgulloso- y también su madeja social, porque allí, como en mi isla peninsular, todo el mundo es pariente de alguien o amigo de alguien, o las dos cosas a la vez, y es imposible hablar mal de una persona a sus espaldas sin que se entere a la media hora por un cotilleo. Me pasó a mí, en los primeros tiempos en esta depresión paisajística, que alguien te ofendía, y se lo contabas en confianza a las amistades recién hechas, y no sabías que tu oyente era precisamente un agente secreto, un topo del aludido, que tomaba buena nota del asunto mientras sonreía y te daba la razón como a los tontos, qué barbaridad, ay que ver, cómo es la gente por aquí, ya te irás acostumbrando y tal…. Uno, como la jueza Candela de la serie, siempre era el último en enterarse de que habías quedado como un gilipollas.


     Sucede, además, que este valle donde yo vivo también es un lugar muy hermoso, de altas montañas y paisajes de vértigo, y tiene decenas de rincones que cuando yo llegué decoraban las postales de los estancos, para los turistas que todavía no tenían cuenta abierta en Instragram. Aquí también se podría rodar una serie de Movistar + donde se diera un contraste muy dramático entre la belleza del paisaje y la negrura del alma humana, porque siempre habrá alguien deseando a la mujer del prójimo, o los bienes ajenos, o ganar mucha pasta por caminos poco legales. Una tradición seriéfila que empezó seguramente con Twin Peaks, que transcurría en un bosque casi encantado, como de los elfos americanos, y que bien podría continuar aquí, en este Noroeste que no es ni Galicia ni León, en la isla del Carbón, más que del Hierro, donde no hay plataneros sino castaños, pero donde todo el mundo tiene las mismas debilidades que los herreños, y los madrileños, y los indígenas del Paraná…





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