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La vergüenza

🌟🌟

Me he quedado solo, y avergonzado, frente a La vergüenza de Ingmar Bergman. Avergonzado de mí mismo. Avergonzado de esta cinefilia impostada, de salón casero, de provincia alejada. Una cinefilia que sólo parece un invento para tirarme el rollo: una estrategia reproductiva disfrazada de gafas de pasta, y de estanterías con DVD. Una gran mentira, y una pérdida de tiempo. 

A veces no sé qué cojones hago por las noches, desplomado en mi sofá, programando películas que en el fondo no me interesan, o que me interesan lo justito. Lo mío -con matices, con el oropel justo para disfrazarlo de cultura- siempre fueron las risas chorras, las hostias como panes, las actrices de buen ver... Las persecuciones y los gángstes de Nueva York. Y las comedias de Azcona y Berlanga, claro. Tramas simplonas que mi cerebro pre-informático, con muy poquitos gigas de memoria, pueda entender sin grandes complicaciones.

La vergüenza -que a mí me ha parecido un truño, una kafkianada tan grande como la catedral de Praga, o de Estocolmo- resulta, para mi asombro, para mi humillación intelectual, que es materia de aclamación en los círculos cinéfilos: ¡un análisis magistral sobre el hombre y su pesar, la mujer y su carga, la humanidad y el vacío existencial! El drama modélico de un Ingmar Bergman en plena forma que nos regala otra genialidad, otra  disección profunda del alma humana. Pero sólo a quien tiene ojos para apreciarlo, claro, y oídos para comprenderlo. E inteligencia, para asimilarlo. Pues bueno. Cojonudo.

Así que aquí yazgo, medio listo y medio tonto, en el sofá incómodo y recalentado ya con los primeros calores. De nuevo en pantalones cortos, como un niño pequeño que echa de menos las explosiones y las persecuciones. Harto de Bergman. Harto de no comprenderle. Harto de vagar por la isla de Farö sin entender ni jota. Harto de la política nacional, de la marcha del Madrid, de la lentitud de la justicia... De este cansancio físico y mental que ya entrado mayo perturba mis ánimos.



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