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Clerks

🌟🌟🌟🌟

Claro que yo también lo intenté… Incluso antes que Dante, que Randal, que aquel pobre desgraciado del que ellos hablaban, en un adelanto cultural que llegó a New Jersey con varios años de retraso. Cuando se estrenó Clerks, nosotros, los barriobajeros de León, los suburbiales de Mariano Andrés, descubrimos que ya habíamos estado allí, en la intentona, en la vaina, más salidos incluso que Jay y Bob El silencioso, pioneros del gran chiste que hizo famosa la película. Ése, el inmortal, y el otro, el de los currantes que fueron masacrados en la Segunda Estrella de la Muerte, ajenos al conflicto que enfrentaba al Gobierno con la guerrilla, y que nos hizo ver El Retorno del Jedi ya para siempre con otros ojos más sociopolíticos.



    Lo intenté, por supuesto, como todo el mundo, que ahora ya somos todos mayorcitos y se van sabiendo las cosas, y desliándose las lenguas. Alcanzármela, retorcido, llevando la columna vertebral al límite de la torsión. Jugándome la fractura, la hernia de disco, como arqueólogos intrépidos en busca del Santo Grial. Nos conjuramos una tarde, los amigos, a ver quién era capaz de llegar al final de la rambla y encontrar la negra flor, como en la canción de Radio Futura, cada uno en su domicilio, claro, en la intimidad de la habitación, acompañados por los futbolistas del Real Madrid que vivían en los pósters, y que pasaban de nosotros cantidubi porque ellos estaban a lo suyo, al regate, al marcaje, al balón cabeceado, y por el Che Guevara, obligatorio, con su boina estrellada, su pelazo rebelde, que era quien ponía más reparos porque proyectaba su mirada hacia empeños más honorables, y nos dejaba un poco en vergüenza, un poco señalados, a los alumnos tan poco aventajados de la Cuarta o de la Quinta Internacional, que por entonces ya no sé por dónde íbamos…
 
    Y con el pestillo bien cerrado, claro, y bien asegurado el perímetro, no sea que el familiar de turno, el que siempre entraba en el momento más indecoroso, como si dispusiera de un puto radar, o de un sexto sentido que no veía muertos pero sí masturbaciones,  nos descubriera en la tesitura y nos dejará el manchón de la vergüenza ya para siempre en la cara, como los coloretes de Oliver y Benji, los magos del balón. Y si alguno llegaba al objetivo, héroe  inmortal, y sobrevivía al escorzo espinal, y nos aseguraba que el placer compensaba con creces el dolor, estaba comprometido a explicar el procedimiento al día siguiente, con pelos y señales, en vista pública, en el rincón más aparcado del parque donde echábamos el fútbol veraniego y luego hacíamos la tertulia del tema, que nos traía fritos, obsesionados. Nadie pudo alcanzar la cima, claro, porque en la pandilla no iba ninguno para gimnasta, ni para artista de circo, y si algún expedicionario alcanzó finalmente la cumbre del Everest, lleva más de treinta años con el secreto bien guardado, el muy hijo de puta.



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Mallrats

🌟🌟🌟

Shannen Doherty me pareció durante muchos años la mujer más bella del mundo. Y eso que yo no la veía, sino que más bien la acechaba, en Sensación de vivir, una serie proscrita por mi religión de cultureta, de la que jamás llegué a ver cinco minutos seguidos, no fuera a convertirme en estatua de sal, o en antorcha de fuego. 

Pero a veces, porque la vida doméstica de los pobres es estrecha y comunitaria, uno pasaba por el salón a buscar un libro, o a curiosear el panorama, y justo en ese momento aparecía Brenda, la hermana de Brandon, diciendo no sé qué paridas de los ricos en California, que si el golf o que si el yate, y yo me quedaba gilipollas perdido, admirando ese contraste entre su cabello y su piel, la noche y el día, la tiniebla y la luz. Y sus labios repintados de rojo, y su cabello a la moda de los noventa, y sus ojos, claro, que chisporroteaban sexualidad, o eso me imaginaba yo, porque la actriz era más bien limitada e inexpresiva. Las cosas del amor, que no sólo es ciego, sino que además imagina cosas... 

Yo me quedaba allí, alelado, enamorado de Brenda que en realidad era Shannen, hasta que mi madre o mi hermana empezaban a mirarme sorprendidas, y se preguntaban qué hará aquí este gilipollas, y yo, disimulando, a punto de azorarme como un tomate, a punto de ser partido en dos por un rayo de mi dios, me iba de allí con la intención de volver la semana siguiente, a ver si Shannen -que era Brenda- salía un poco más destapada, o besuqueándose con un maromo al que yo pudiera poner mi cara y mi deseo.

           La primera vez que tuve a Shannen Doherty toda para mí fue en Mallrats, la comedia de Kevin Smith que hoy me tocaba revisitar porque estoy melancólico de la juventud perdida, y atontado por los calores que no cesan. Hace veinte años, en aquella sala de cine que recuerdo veraniega y vacía, tuvimos Shannen y yo nuestras primeras palabras, nuestros primeros acercamientos ya sin testigos y sin vergüenzas. Shannen era basura que procedía la televisión, pero en la gran pantalla se le perdonaban todos los pecados. Mallrats, ademásempezaba cojonudamente, con la Doherty en la cama, en discusión postcoital, y uno la amó más que nunca durante esos minutos de bronca con su novio, que era un gilipollas de tomo y lomo que no se la merecía. Luego la película se fue en busca de otros personajes y apareció Claire Forlani, también discutiendo con su novio, otro imbécil de tres al cuarto que se merecía un par de hostias y tres pescozones, y todo mi amor por Shannen Doherty se evaporó como si nunca hubiese existido, porque Claire Forlani, con aquellos rasgos de gata y aquella boca de gominola, tan guapa que parecía de mentira, era ya sin duda la mujer de mi vida. Tan hermosa que ya todo en mí era sensación de vivir, y Sensación de vivir ya no era nada en mis adentros, o algo parecido, que dijo Santa Teresa de Jesús.



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Persiguiendo a Amy

🌟🌟🌟

Alyssa es una anglosajona canónica de cabellos rubios, nariz respingona y labios carnosos. En sus ojos azules, algo achinados, brillan los destellos del mar del Norte donde sus antepasados botaron los barcos que condujeron hasta ella. Alyssa es una chica liberal y moderna que se gana la vida dibujando cómics. Es simpática, habladora, aguda en sus opiniones. La mujer perfecta para cualquier hombre sin pitopausia, y perfecta, por tanto, para Holden McNeil, otro dibujante de cómics que buscando el amor de su vida la encontró a ella. Alyssa, además, en el colmo de las bendiciones femeninas, es una lesbiana de vida sexual muy activa y guerrillera, y eso, lejos de poner freno al deseo de Holden, lo acelera de cero a cien en muy pocos segundos, como un burro de carreras espoleado en los ijares. 

            Este es el punto de partida de Persiguiendo a Amy, una de las comedias románticas que Kevin Smith rodó en sus tiempos de juventud, de cuando hacía películas cachondas con los amiguetes y se reía de los puritanos y los católicos, y no como ahora, que rueda películas de madurez y le salen unas cosas entretenidas pero muy raras que luego hay que desentrañar en los foros . Kevin Smith, cuando se ponía el traje de Bob el silencioso y salía con su amigo Jay a vender marihuana por los videoclubs y los centros comerciales, era el tipo que nos regalaba comedias deslenguadas como ésta, deslenguadas por lo verbal, y por lo genital, de diálogos marranos que casi veinte años después todavía nos hacen de reír a los cuarentones. Los que nos descojonamos con las paridas de Pepe Colubi en Ilustres Ignorantes somos el target comercial de estas películas ya casi antiguas, ya casi clásicas, que de vez en cuando apetece rescatar para corroborar, una vez más, que seguimos siendo los mismos chavales de siempre, inmaduros que no hemos salido del caca, culo, pedo y pis. Y lo que nos reímos, eso sí. 




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Tusk

🌟🌟🌟

Kevin Smith ya no hace películas de humor transgresor. Los tiempos salvajes de Jay y Bob El silencioso se han perdido en la lluvia como lagrimones de la risa. La juventud de Kevin, como la nuestra, ya ha cumplido cuarenta y tantos años, y se nos ha puesto en la edad de filosofar, y de sonreír con más cinismo que alegría. Los dependientes de Clerks se han convertido en padres de familia que llegan a casa derrotados, barrigudos, sin ganas de hacer chistes sobre los obreros masacrados en la Estrella de la Muerte, ni sobre vecinos que se rompieron la espalda tratando de chuparse su propia polla.


            En Tusk, su última película, Kevin Smith quiere hacer cuchipanda del cine de psicokillers, y uno, que vive cansado de este género reiterativo que atiborra las pantallas, agradece el esfuerzo satírico de nuestro orondo y barbudo amigo. El problema es que el Kevin adulto no ha querido que el Kevin jovenzuelo tomara las riendas de la trama, y en esa lucha interior, Tusk se  ha quedado a medio camino de todos los géneros, y de todas las intenciones. A ratos es El silencio de los corderos y a ratos es Muchachada Nui. Cuando parece que la película se decanta por ser una salvajada al estilo de Quentin Tarantino, aparece Johnny Depp haciendo una mala imitación -o un homenaje sin gracia- del inspector Clouseau, y todos los esquemas vuelven a romperse y a enredarse. Tusk se queda en divertimento, en astracanada, en película  extrañísima e intraducible. Hay que verla para creerla. No queda otro remedio. Si el aburrimiento es mucho, la curiosidad es insaciable. 

    También sale el tipo que un día se comió a Haley Joel Osment. Con patatas y Coca-cola. Y suplemento de McNuggets.



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Red State

🌟🌟🌟
Desde que aquellos yihadistas entraron a sangre y fuego en las oficinas de Charlie Hebdo, aquí, en España, por las mañanas, en las radios de derechas, los tertulianos hablan de la superioridad moral de la civilización cristiana en contraste con esa otra de los musulmanes que vive anclada en su particular Edad Media, y que produce terroristas casi como una consecuencia lógica de sus doctrinas. Es, por supuesto, un razonamiento interesado, vomitivo, de un elitismo moral que me recuerda al cura que nos daba religión en el Bachillerato, el padre Ángel, cuando nos aseguraba que todos los no-católicos del mundo irían derechitos al infierno por conocer la palabra de Dios y no haberla incorporado a sus creencias.

      La película Red State nos viene al pelo para recordar que ninguna religión está libre de sus fanáticos violentos. Que en todos los credos cuecen habas, y que siempre hay un trastornado que no tiene reparos en morir empuñando un arma, pues en el Cielo le aguardan mujeres desnudas, o asientos VIP situados a la derecha de Dios Padre. Según lo estipulado en el contrato. Estos cristianos fundamentalistas que retrata Kevin Smith en la película son tipos que hemos visto muchas veces en los telediarios, en los documentales, sectas dirigidas por un mesías que se atrincheran en una granja y terminan liándola parda con sus armas semiautomáticas. Uno pensaba que esta iglesia ficticia de Red State era una cosa muy exagerada, un poco traída por los pelos, pero resulta, para mi asombro de navegante, que esta gente existe de verdad, y que el mismo Jordi Évole, en un programa de Salvados, entrevistó a la familia de este predicador de carne y hueso llamado Fred Phelps. Se autotitulan la Iglesia Bautista de Westboro, y practican su apostolado veterotestamentario  allá en las llanuras agrícolas de Kansas. God hates fags -Dios odia a los maricones- es el slogan que lucen en sus pancartas cuando se presentan en los funerales para insultar al homosexual fallecido, y recordarle que el infierno es su destino ineludible.
Hosti, nen.





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