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Larry David. Temporada 2

🌟🌟🌟🌟🌟


En esta segunda temporada Larry David ya no folla con su mujer. El abismo de la carne les separa mientras un ángel va tocando la trompeta del divorcio y varios abogados se frotan las manos con la minuta venidera. 

En la primera temporada todavía se veían arrumacos precoitales, conversaciones insinuantes cuando salían juntos a cenar. El matrimonio de los David parecía bien engrasado gracias al sexo más o menos cotidiano, aunque yo, la verdad, ya había detectado que a su mujer lo del sexo ni le iba ni le venía. Que si follaban bien y si no, pues mira, a dormir tan ricamente. Larry es un hombre jovial con muchos millones en el banco, pero físicamente no es precisamente el adonis de Los Ángeles: Larry tiene nariz ganchuda, alopecia galopante y andares de gibón. Y unas gafas como de nerd o de algo gilipollas. Si hubiera sido el basurero del barrio o el fontanero de los retretes, Cheryl nunca se habría casado con él. No es exactamente prostitución, aunque lo parezca: es el instinto. 

Es por eso que tras las cenas en los restaurantes caros o los ágapes con los famosos, ella, ya en casa, con el camisón puesto, a punto de que Larry insinúe que es hora de cumplir con el débito conyugal, finja que está muy enfadada por algo que sucedió durante la jornada y le deje sin follar, con un palmo de narices y un empalme en la entrepierna. Las escenas de darse la vuelta, poner el culo y soltar un buenas noches tajante se multiplican en las resoluciones de los episodios. 

Yo, como todo quisqui, también he vivido esos eclipses sexuales que anuncian la desgracia. Porque el sexo nunca es lo que tú piensas: el encuentro corpóreo que completa el encuentro espiritual. Una entrega gozosa y gratuita. No: el sexo siempre es el regalo que obtienes a cambio de un comportamiento ejemplar. El huesete del perro. A medida que las relaciones avanzan, la lista de cosas que hay que hacer bien para ganar la concupiscencia se hace tan larga, y tan imposible de cumplir, que al final se impone el desaliento y las ganas de claudicar.

Así es como terminan muchas relaciones en las vidas de ficción, y también en las reales.




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Larry David. Temporada 1

 🌟🌟🌟🌟🌟


Acabo de ponerme una foto de Larry David como avatar en el WhatsApp. Los que me conocen ya saben que no soy yo, y los que no me conocen, pues mira, qué más da. 

No es la primera vez que me transformo en Larry David para comparecer en sociedad. Cada vez que retomo sus aventuras en el DVD me acuerdo de que somos hermanos separados por un océano y le hago el homenaje. Larry, por supuesto, no sabe que yo existo, pero yo sí le tengo muy presente en mis oraciones. Él es el santo varón que nos guía en la cruzada contra los estúpidos, y yo soy el caballero armado que le secunda. El más humilde de sus templarios destemplados.

En "Black Mirror" hay un episodio que pronostica que algún día encenderás la tele y encontrarás una serie que habla exactamente de ti: las aventuras y desventuras de un fulano igualito a ti en el físico, con tu mismo nombre y tu mismo contexto, con la misma mujer (si la hay) y los mismos amigotes en el bar. Un auténtico clon que exhibe las mismas virtudes y oculta las mismas manías. Un shock capaz de dejarte turulato, claro. Y algo parecido me sucedió cuando descubrí las andanzas de Larry David hará cosa de veinte años. Le veía y es como si me hubieran fotocopiado el alma, o escaneado el carácter. 

Larry David es millonario, vive en Los Ángeles y seduce a mujeres que yo no puedo ni soñar, pero su temperamento, y su idiosincrasia, son, ya digo, como si me hubieran comprado los derechos televisivos. No existe un personaje de ficción al que yo me parezca tanto. A veces es... mosqueante, de tan divertido. En uno de los primeros episodios le dan una clave de cuatro números para desactivar una alarma del hogar y Larry se anticipa: “Me liaré, me confundiré, se me olvidará, no seré capaz de acertar a la primera y montaré un cristo del copón...”. Y la caga, claro. Joder: es que yo debería pedirles dinero por el plagio.

Cuando se estrenó la 1ª temporada de “Larry David” él tenía 53 años. Yo ahora tengo casi 52. Quiero decir que en cierto modo ya soy más Larry que nunca. La distancia que nos separaba se la han ido comiendo los calendarios. Hemos convergido. “De viejo seré como él”, pensaba yo cuando le conocí. Y en el año 2023 resulta que ya soy viejo y que las profecías se han cumplido. 



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Seinfeld. Temporada 9

🌟🌟🌟🌟🌟 


Termino de ver la última temporada de “Seinfeld” y me ratifico en declaraciones anteriores: esta es la mejor sitcom de la historia. No las más perfecta, quizá, porque Larry David y Jerry Seinfeld tampoco aspiraban a la cuadratura de la comedia. Ellos iban un poco a capricho, a golpe de inspiración, y lo mismo sacaban episodios memorables que episodios prescindibles. Pero da igual: nada superará esta tesis doctoral sobre la farsa de ser adultos y responsables. ¿Adultos y responsables? Venga, hombre, hablemos en serio... Aquí no se libra ni el apuntador. Hablo de los personajes de la serie y de los espectadores en el sofá. Cualquiera de nosotros podría ser Jerry, o George, o Elaine. Kramer ya no tanto, eso es verdad.

Pero antes de juzgar a los personajes de “Seinfeld”, yo os desafío, queridos hermanos, a que el primero de vosotros que se considere normal lance la primera piedra. Ellos, como nosotros, también se ganan la vida y son amables con los demás. Tienen padres a los que quieren y policías a los que respetan. Hacen carantoñas a los niños. Pero nosotros sabemos... Nosotros les hemos visto por la mirilla cuando se juntaban en sus salones o en sus dormitorios. O en el Monk’s Café, alrededor de sus platos combinados. Nosotros les hemos sorprendido in fraganti cuando hablaban sin sentido. Cuando se comportaban como niños. Cuando planteaban cosas absurdas. Cuando cotilleaban y enredaban. Cuando juzgaban sin saber y anticipaban sin calcular. Cuando se mostraban maniáticos y bobos, estúpidos y arrogantes. Imperfectos hasta la ternura. Y yo digo que ay, que qué pasaría, si hicieran una sitcom sobre nosotros que les vemos, sorprendidos en los momentos más imbéciles de nuestra existencia. En esos instantes donde se descubre que ser adulto solo es un disfraz que nos ponemos por la calle.

Porque tengo a buen seguro que en la intimidad todos somos así: adolescentes sin escuadrar, temerarios y muy simples. Medio listos como mucho. Inteligentes en momentos puntuales. Más bien estúpidos en general. Maravillosamente imperfectos, y estúpidamente egoístas.




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Seinfeld. Temporada 8

🌟🌟🌟🌟🌟


Ahora que he terminado de ver la penúltima temporada de la serie, y que ya se acerca de nuevo el final del recorrido, vamos a hablar en plata: el personaje central de Seinfeld no es Jerry Seinfeld, sino George Costanza. O lo que es lo mismo: Larry David, porque George Costanza es Larry David que nunca quiso interpretarse a sí mismo, y que prefirió centrarse en los guiones y en la producción para aparecer solo de vez en cuando disfrazado del señor Steinbrenner.

El personaje de Jerry Seinfeld es el amigo común, el que ejerce de pegamento en la cuadrilla de los locos. Su apartamento es el escenario central porque allí entra Kramer cuando le peta, y se presenta Elaine cuando le place. El mismísimo George Costanza tiene allí su centro de operaciones cuando huye de su propio apartamento, o del piso de su novia, o de la casa de sus padres... De la oficina laboral o del asunto administrativo. George se pasa la vida escapando de las responsabilidades que le acechan: le estorba el trabajo, el amor, la amistad verdadera...  Él no quiere nada de eso. George solo aspira a vivir sin dar golpe y a que le dejen tranquilo frente al televisor con su bolsa de patatas. Bajar de vez en cuando al Monk’s Café para reírse de los demás y luego regresar a su cubículo feliz donde el sé cree un artista frustrado, y un arquitecto incomprendido. Todo lo demás es molestia y desconcentración.  La vida de George Costanza es una huida hacia adelante. Una fuga y un agobio. La neurosis en estado puro.

Las aventuras de Jerry Seinfeld nunca son las que se quedan en el recuerdo, o colgadas en la carcajada. Y luego está Kramer, que es el slapstick, y Elaine, que es la superficialidad. Todos son geniales y divertidos. Ya más que amigos, nuestros hermanos. Pero sus peripecias carecen de la negrura, de la siniestra profundidad que embadurna las acciones de George Costanza. Los demás son espíritus simples y algo bobos, pero George Costanza es otra cosa: él es complejo y retorcido. Barroco y demencial. Seguirle el rollo es descender a mucha profundidad. El descojono asegurado en las aguas abisales.





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Seinfeld. Temporada 7

🌟🌟🌟🌟🌟


“Seinfeld” se estrenó en España en 1998, y desde entonces puedo asegurar que solo he conocido cuatro personas que hayan visto la serie. Y cuando digo visto quiero decir seguido, perseverado, admirado. Cuatro personas que entregaron su alma al diablo a cambio de la risa maliciosa. Sólo cuatro almas gemelas, en 23 años... Cuatro gatos del callejón.

En verdad, cuatro malas personas, porque hay que ser mala persona para quedarse enganchado a esta serie de personajes inmaduros, egoístas, neuróticos y rastreros. Chalados, en ocasiones. Y encima reírte a carcajadas, y presumir de que tu visión del mundo es más o menos así: una humanidad adolescente y caprichosa; risible y deleznable. Jerry y sus amigos  -predicamos a los gentiles- somos todos nosotros pero despojados del disfraz de los adultos. Y ellos cabecean sin creernos, y abandonan el sermón sin convencerse.

Las buenas personas no soportan el visionado de “Seinfeld” más allá de un par de episodios: el primero por curiosidad, y el segundo para vomitar. Lo sé porque me lo han contado varias de ellas, bienaventuradas y bien pensantes. Ellos vieron “Seinfeld”, pero no comulgaron. Otros, todavía más puros, ni siquiera eso: están los que conocen la serie sin haberla visto jamás, y están -la mayoría, con toda La Pedanía incluida- los que jamás oyeron hablar del tal Jerry ni de su panda de amigotes neoyorquinos.

De los cuatro gatos de mi cofradía, el más veterano es Pepe Colubi, que es como el sumo sacerdote de este culto oscurantista. Otro es Juan Tallón, el escritor, que el otro día en la radio explicaba que cualquier episodio en el que aparezca George Costanza es canela fina y carcajada asegurada. La tercera gata del callejón es una compañera de trabajo insospechada, todo mansedumbre y bonhomía -o bonmujería- pero que esconde en sus adentros un alma pecadora y bituminosa. De ella no será el reino de los Cielos, como tampoco lo será de aquella mujer junto al mar que también idolatraba “Seinfeld” y en su orilla hacía su apostolado. Será más difícil que todos nosotros pasemos por el ojo de una aguja que un camello entre el reino de los Cielos, o algo así.



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Seinfeld. Temporada 6

🌟🌟🌟🌟🌟


Leo en internet que “Seinfeld” se estrenó en España en junio de 1998, en la programación no codificada de Canal + (que a mí me daba igual, porque yo poseía la llave mágica que abría el cofre del fútbol y las películas, y las indecencias del viernes por la noche... Tiempos míticos y pre-platafórmicos).

“Seinfeld” se estrenó justo después de terminar su emisión en Estados Unidos, batiendo récords de audiencia. La serie se veía mucho en las costas civilizadas y nada en los cinturones de la Biblia. Aquí, en España, como reflejados en un espejo, la serie se veía mucho en Madrid y en Barcelona, pero nada en los terruños que yo habitaba por motivos laborales, periféricos y colonizados por Tele 5. Porque “Seinfeld” era -y es- una comedia urbana, pedorra, nada mainstream, que no deja ninguna moraleja en la meninge. No está hecha para formar mentes, ni para hacernos mejores personas. No le sonríe a la vida, ni a la desgracia, ni al sol de la mañana. Todo lo contrario: Larry David y Jerry Seinfeld tenían prohibido que en los guiones figuraran abrazos o cursilerías. “Seinfeld” soslaya cualquier poesía relacionada con el amor, la amistad, la fraternidad entre los hombres... Sus personajes, por supuesto, también aman, también tienen amigos, también hacen obras de caridad (a veces, y solo para ligar). Pero prefieren que no se les note, pasar desapercibidos, que nadie se ría de sus desgracias sentimentales. Yo les entiendo muy bien.

En un DVD de la sexta temporada, Jerry Seinfeld explica que el personaje de Elaine les estaba quedando demasiado inteligente, demasiado “maduro”. Elaine era feminista, lista, inclasificable... Casi una referencia. Una personaje que empezaba a destacar por encima de la estulticia general. Y decidieron -con el consentimiento cachondo de Julia Louis-Dreyfus- endosarle un novio estúpido y musculoso para rebajarle los humos, y achantar sus aspiraciones. Tanto rollo y al final ella era como todos los demás: superficial, carnal, esclava de la belleza exterior. Básica y primitiva. Una más de la pandilla. De nuestra pandilla. Jo, cómo los quiero...



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Seinfeld. Temporada 5

🌟🌟🌟🌟🌟


Es fácil enamorarse de las mujeres hermosas que uno se encuentra por la vida. Sucede, qué se yo, dos veces al día, a veces tres. A veces ninguna, pero luego llega un día de seis que mantiene la media aritmética. La vida de Jerry Seinfeld en Nueva York no es muy distinta de la vida de Álvaro Rodríguez en La Pedanía. Hay días de primavera, y también días de invierno cerrado, que no se ve ni a jurar.  Uno se queda prendado de esa mujer que le precede en la cola del supermercado, o que le adelanta apresurada por la acera. Que aparece en internet sonriendo desde una distancia casi siempre kilométrica. Tan lejanas, que yo ya utilizo el año-luz, y no el kilómetro, para ubicarlas con astrofísica precisión. Todas ellas son mujeres perfectas, lo mismo las carnales que las pixeladas, pero son perfectas porque en realidad no sé nada de ellas, y el anonimato, y la ignorancia, permiten fantasear. Alguna, quizá, hace lo mismo conmigo...

En Seinfeld, Jerry y George  también se enamoran de una neoyorquina nueva en cada episodio. Las conocen con suma facilidad en la cola del cine, o  en la fiesta de un amigo. Jerry es guapo y humorista profesional, y George... bueno, George vive en Nueva York, y allí hay mercado para todo el mundo. Me gustaría verle aquí, en el Valle Verde, lidiando con el personal. Jerry y George contactan, quedan, llegan a las primeras intimidades, pero luego, indefectiblemente, dejan a sus parejas por una nadería sin importancia: porque llevan ropa rara, o hablan demasiado bajo, o se ríen demasiado alto, o regatean la propina al camarero… 

El efecto que producen estas situaciones es de comedia, y uno se ríe con el puntillismo casi neurótico con el que Jerry y George rechazan a sus novias fugaces. Pero los romances a este lado de la pantalla se dilucidan de un modo muy parecido, y aunque te ríes, hay un poso de verdad que cristaliza como hielo en la sonrisa. Yo también me fijo en gilipolleces para mover la foto a la izquierda o a la derecha; ellas también hacen lo mismo conmigo. Nadie está para tonterías. Nos hemos vuelto mayores y selectivos. Y mientras nos perdemos, y nos esquivamos, Seinfeld sigue siendo la mejor comedia imaginable.



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Seinfeld. Temporada 4

🌟🌟🌟🌟🌟


Seinfeld es una sitcom defectuosa, descacharrada, de guiones que a veces hacen aguas o terminan en un bluf. Hay actores que hacen de sí mismos y se descojonan de sus propias ocurrencias. Se les ve, a veces, haciendo esfuerzos inhumanos por contenerse. Es una serie cutre y desaliñada. Los culebrones venezolanos, en comparación, tenían mejor factura técnica. En Seinfeld no hay esquema ni progresión. Apenas hay historia o trasfondo moral en qué pensar. “Ni abrazos ni aprendizajes”, era la máxima que presidía las reuniones. Seinfeld es un descalabro amoral y desconcertante, pero es la mejor sitcom de la historia. Y dudo mucho que hagan algo mejor antes de morirme. Los tiempos, y las corrientes, han cambiado...

En Seinfeld yo me reconozco, y reconozco a mis semejantes, y creo que nunca he estado tan cerca del conocimiento humano como en el apartamento de Jerry en Nueva York. En verdad todos somos así de imperfectos y de contradictorios, aunque algunos sepan disimularlo de puta madre, y nieguen la mayor. Nos perdemos en los detalles tontos como burros con anteojeras, como monos agitados en el zoo. La vida nos pasa por encima mientras diseccionamos las naderías y las gilipolleces. Huimos de las grandes palabras como del conjuro de un brujo. Nadie habla de amistad con los amigos, ni de amor con los amores. Hablar de sentimientos es confesar una locura, una debilidad, una concesión a la cursilería. Y además es inútil del todo. Las relaciones personales se diluyen en una cháchara improductiva. Somos egoístas, poco profundos, anormales con oficio.

En otras series, los personajes se relacionan para alcanzar el amor o la sabiduría. En Seinfeld la convivencia sólo es una excusa para seguir hablando. Lo que importa es conseguir que alguien te escuche, aunque no te oiga, o al revés. Si callas, piensas, y si piensas, te mueres. La realidad es decepcionante y triste. La gente es estúpida y veleidosa. Nada vale nada si lo miras con detenimiento. Jerry Seinfeld y sus amigos, aunque parezcan idiotas, han comprendido que la conversación intrascendente es un fin en sí mismo. Una serie sobre nada...





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Seinfeld. Temporada 3

🌟🌟🌟🌟🌟


La soledad es una barrera que se construye ladrillo a ladrillo. Hablo de la soledad mental, no la física, que ésa es casi imposible de alcanzar, o de padecer, a no ser que uno se dedique al farerismo, o a ser anacoreta en el desierto. Al pastoreo por los montes, o a la radioastronomía en la montaña. Uno, que tiene dos profesiones de andar por casa, tiene amigos, vecinos, familiares, compañeras de trabajo. El mundillo del fútbol base. Conocidos a los que saludo a diario con un simple “hola, ¿qué hay?”, o con un golpe de mentón. Y si dejo La Pedanía y paseo por la ciudad, está el bullicio, el gentío, el paisanaje de los bares o de las calles.

No hablo de esa soledad matemática, aunque dijo el poeta que uno puede sentirse sólo entre multitudes y bla, bla, bla. Centrémonos. Yo hablo de la soledad... no sé cómo llamarla... cultural, aunque no quiero decir que yo sea más culto que la gente que me rodea. Lejos de mí tal tentación. Hay más cultura y más sabiduría en saber cultivar un tomate que en toda esta parafernalia de estanterías Billy con libros y películas que yo exhibo. Esto mío sólo es un pavoneo, y un matarratos, la medicación diaria que me impide pensar y hundirme. En vez de gastarlo en psiquiatras, yo gasto el dinero en escritores y en directores de cine, pero es más o menos lo mismo. Se trata de mantener las neuronas a raya, dispersas, que no se junten en conciliábulos para repasar el pasado o planear el futuro, dos actividades tan subversivas como peligrosas.

Quiero decir -de una vez, que se me acaba el folio- que uno descubre que está solo, muy solo, cuando habla por ahí de Seinfeld a los gentiles y nadie sabe qué serie es, o si lo sabe, no recuerda de qué iba, o quiénes eran sus personajes. Sólo una mujer, extraña, de ciencia-ficción, que una vez me dijo que Elaine Benes era una de sus heroínas femeninas, y feministas. En fin, que yo venía aquí a decir cuánto me he reído -otra vez- con la tercera temporada de Seinfeld y resulta que me ha salido un texto como cenizo y pesadón, lleno de amarguras de poetastro. Para la cuarta temporada prometo reformarme.





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Seinfeld. Temporada 2

🌟🌟🌟🌟🌟


Seinfeld, en realidad, es una versión libre de Big, aquella película en la que Tom Hanks vivía entre adultos con cuerpo de hombre, pero con edad de adolescente. Los cuatro prendas de Seinfeld no le pidieron a la máquina de Zoltar que acortara los plazos: ellos, simplemente, se han ido rezagando poco a poco, perdiendo comba entre tonterías y distracciones, hasta que un día descubrieron -demasiado tarde, pero tampoco sin montar una tragedia- que se habían plantado en la treintena con una inmadurez de colegiales.

Elaine y George, Jerry y Kramer, son cuatro teenagers infiltrados en el mundo del trabajo, de las relaciones serias, de las decisiones inmobiliarias... Disimulan porque ganan dinero, son autónomos y se comportan con cierta racionalidad en los espacios públicos -a veces ni eso-, pero en realidad son personas que viven fuera de contexto, fuera de época, con el software sin actualizar. Ellos van al trabajo como antes iban al instituto, y en el amor siguen usando el “te ajunto”, o el “no te escucho, cucurucho”. La gente se ríe de ellos, y trata de evitarlos, pero a ellos les da igual porque nada les parece trascendente o definitivo. Son tontainas pero felices.  

Seinfeld es mi serie preferida porque me veo reflejada en ella. Qué le vamos a hacer. Nobody is perfect... Yo podría haber sido el quinto Beatle de la pandilla. El vecino de Jerry Seinfeld que nunca sale en las tramas. Otro tipo como Newman, el gordito, que también se las trae el gachó... Tengo anécdotas personales para aburrir. Cosas tan estúpidas, tan seinfeldianas, que Larry David y compañía podrían hacer con ellas una temporada completa. Sólo habría que cambiar León por Nueva York y repensar un poco el vestuario. 

Yo también soy un inmaduro que da el pego, un gilipollas que se traviste de ciudadano. A punto de cumplir los cincuenta años, he aprendido a disimular mi tontería, pero nada más. Sigo prefiriendo la fantasía a la realidad, y la divagación a la responsabilidad. No sé enfrentarme a la vida, pero puedo pasarme horas hablando en el Monk’s Café. Sí, lo sé...







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Seinfeld. Temporada 1

🌟🌟🌟🌟🌟


Seinfeld es mi comedia preferida. La repaso enterica cada tres o cuatro años, en unos DVD que guardo como oro en paño, preservados del polvo, de la luz solar, de las visitas que me preguntan: “¿Qué podrías dejarme para ver...?” He pensado incluso cambiarles las carátulas, para que pasen inadvertidos: ponerles unas matrículas falsas de película porno, si es una mujer -rara avis- la que me pide material, o unas de “Amar en tiempos revueltos”, si es un hombre el que fisgonea en mi videoteca. Los DVD de Seinfeld son sacrosantos, intransferibles, y valen más que la habitación que los cobija, y que la casa que nos sustenta. Solamente Eddie, el perrete -ni siquiera su dueño-, vale más que ellos. Mi compañero de piso es lo único que valoro más, pero porque los DVD son reemplazables, recomprables, pirateables en caso extremo, y Eddie, pobrecico, no, claro.

Seinfeld vale tanto porque es canela fina, especia raruna, vintage sentimental para cincuentones o pre-cincuentones como yo. Los viejos guerreros del Canal +... Ay, el Canal +, el de la llave blanca donde veíamos Seinfeld y Frasier, el fútbol y el porno psicodélico. A los que llevamos pagando la cuota desde los tiempos fundacionales deberían de amnistiarnos, de concedernos una tarjeta oro, o una black card de ésas, para no volver a pagar en la vida  Es más, Canal +, ahora Movistar, debería pagarnos un sueldo mensual, porque nos pasamos la vida haciendo apostolado de sus programas, publicidad gratuita, todo el día recomendando esto y aquello: el fútbol, y el snooker, y las pelis, y el porno ya no.

Pero bueno, a lo que iba: Seinfeld es mi Santo Grial, mi Arca de la Alianza, y en eso, como en otras muchas cosas, yo estoy con Pepe Colubi, que a veces luce una camiseta de la serie en la televisión. No creo que en los veinte o treinta años que me quedan en el convento vaya a encontrar una serie mejor, así que supongo que Seinfeld ya será para siempre la number one. No es, desde luego, la serie más redonda ni la mejor escrita. En nueve temporadas hubo momentos tontorrones, desfallecidos, abismos culturales y chistes de relleno. Pero lo bueno era tan bueno como el oro encontrado en una mina. Nunca más se han vuelto a ver unos quilates como esos. Larry David y Jerry Seinfeld se aventuraron en las montañas donde nadie se había atrevido a buscar (una comedia sobre nada, sobre la nada más absoluta, pura memez argumental y puro diálogo para besugos) y encontraron un filón que los hizo millonarios Y a nosotros muy felices.





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Veep. Temporada 7

🌟🌟🌟🌟🌟

Ahora que termina, creo que en todo este tiempo he sido el único espectador de Veep en cincuenta kilómetros a la redonda. Al otro lado de los montes, en cualquier dirección en la que yo mire, existen otros fieles que programaron su cacharro del Movistar + para grabar los episodios, o que los descargaron puntualmente de los barcos pirata que surcan el océano. Pero aquí, en este circo glaciar, en este valle del Noroeste, he sido la única carcajada disonante que resonaba por las laderas. El ermitaño de la comedia, o el loco de la colina. Todas mis amistades -que yo presumía sintonizadas en la misma frecuencia, partícipes de la misma vibración- naufragaron en el segundo o tercer episodio de Veep, mareados por los chistes, incrédulos por los personajes, ofendidos, incluso, de que en los tiempos actuales se ridiculice a una mujer que ha roto el techo de cristal y ha clavado una pica en Flandes, Distrito Federal. 

    Aún no había finalizado la primera temporada y ya estaba yo sólo en mi isla del náufrago, viendo episodios de Veep sin poder comentarlos con nadie, que es una tristeza reduplicada, la del sofá solitario y la del silencio tertuliano. Yo luego venía aquí a escribir mis humoradas, a ver si algún despistado se animaba a entrar en debate, a comulgar de la misma hostia consagrada. Pero este blog, ay, orbita en una región muy apartada de la galaxia, un lugar oscuro por donde no pasan ni las naves de la República ni los cargueros de la Federación de Comercio. Soy un habitante de Veep clamando en el silencio del esdpacio...


    Así que llevo siete años riendo para mis adentros, sacando mis propias conclusiones, en este salón que a veces es comedor comunal y a veces celda de cartujo. En este ¿septenio?, mi vida ha sufrido la lampedusiana contradicción de cambiar por completo para quedarse como estaba. Pero ahí fuera, detrás de la ventana, el mundo de la política no ha leído El Gatopardo, y se ha vuelto tan travieso y delirante, tan ridículo y mezquino, que Veep ha terminado por ser un reflejo de la realidad, un docudrama de los periódicos, y no una comedia que pretendía hacer parodia y exageración. Los guionistas de Veep se han dejado las pestañas, y las meninges, en parir personajes cada vez más exagerados, caricaturas ya de la caricatura, pero la realidad les ha adelantado contumazmente por la autopista, verdaderos autos locos conducidos por políticos que han trascendido la carne mortal para hacer idioteces y soltar barbaridades más propias de un cartoon. Veep, que parecía la descojonación pura, nos ha dejado la sonrisa congelada.




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Veep. Temporada 6

🌟🌟🌟🌟🌟

Basta con abrir el periódico cada mañana para comprender que en política, para llegar a lo más alto del escalafón, no se precisa tener, precisamente, una inteligencia preclara. Es más: la inteligencia suele ser un estorbo, un defecto básico que corta las alas de los políticos novatos que piensan que esto es cuestión de cultura, o de agudeza. De servir al pueblo con bonhomía. Qué equivocados están... Para encabezar las listas electorales hay que presentar otros argumentos, y otros poderes: la ausencia de escrúpulos, o la belleza física, o el desparpajo semántico. La jeta de un psicópata, en ocasiones. Tener el conocimiento exacto de los engranajes del partido. Y, por supuesto,  dar el pego en cualquier contexto periodístico, un vestidor repleto de disfraces ideológicos por el que suspiraría el mismísimo Mortadelo.

    Para poner la inteligencia y el análisis ya están los ejércitos de asesores, que destripan los sondeos electorales y conocen la última hora del lugar donde se da el mitin, o se inaugura un pabellón, para que el populacho se sienta concernido y jalee las propuestas con ruidosos aplausos, y carteles de "Fulano, te queremos", o "Mengana, qué guapa eres". ¿Pero qué sucede cuando los asesores tampoco están a la altura, y sus estupideces se suman a la estupidez del mandamás, y se hace más evidente todavía que esto de la democracia sólo es una tomadura de pelo, un sainete que protagonizan cuatro caraduras con corbata ? Pues que tenemos el pan nuestro de cada día, si ponemos el telediario al mediodía, o que nos partimos el culo de risa -pero una risa muy cínica- si nos reencontramos con la ex vicepresidenta de los Estados Unidos, Selina Meyers, en la sexta entrega de sus cómicas desventuras.

    Despojada de la presidencia y curada de su depresión, nuestra veep se afana por limpiar el buen nombre de su mandato fundando bibliotecas, liberando al pueblo tibetano, prestando atención a los colectivos marginales que jamás entraron en su Despacho Oval. El problema de Selina Meyers -que es tan vivaracha como boba, tan activa como metepatas- es que vive rodeada de unos asesores que lejos de salvarla el culo la meten en nuevos laberintos que ahondan su impostura. Selina Meyers es tan parecida a la mayoría de nuestros políticos nacionales -tan corta, tan falsa, tan mezquina- que sigo sin entender por qué hay gente que ve la serie y se la toma como una comedia, como una exageración sin asideros con la realidad. Veep es un reality show muy crudo sobre los políticos que nos dan por el culo cada día. Porno muy duro del acto democrático.

    El mismo Timothy Simons -que es el actor que interpreta al insufrible Jonah Ryan- ha dicho hace muy poco. “Hubiera sido mejor que ciertas ocurrencias que los guionistas aventuraron se hubieran quedado en el plató”. Donald Trump y sus cortesanos están consiguiendo que la realidad, de nuevo, poco a poco, vaya superando a la ficción...






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Veep. Temporada 4

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"Veep era una sátira política, pero en estos tiempos parece un documental".

Y no lo digo yo, que ya he constatado varias veces esta paradoja, este acercamiento subversivo y hasta preocupante de Veep a la realidad, sino la propia Julia Louis-Dreyfus, que se creía embarcada en una comedia y ahora resulta que recibe innúmeros premios por hacer un papel dramático. Julia, magistral, encarna a  esta vicepresidenta elevada al rango interino de Presidenta del Mundo Libre. Una mujer engreída, caprichosa, sin ideología ninguna, que va sorteando las inconveniencias del mandato con más pena que gloria.

    En la campaña electoral que habrá de llevar a Selina Meyer a la Casa Blanca, los guionistas de Veep, buscando el eslogan más estúpido posible, eligieron Continuidad con Cambio, un lema absurdo que los seguidores de la veep esgrimen sonrientes en sus pancartas. Una gilipollez supina que ningún político real, pensábamos, sería capaz de consentir. Hasta que hace dos meses, no en nuestra España de la astracanada, ni en los Estados Unidos de la parodia, sino en la Australia que uno creía salvaje en la fauna pero civilizada en las gentes, el mismísimo primer ministro del país, un tal Malcolm Turnbull, ha definido su política como "continuidad y cambio". Ante tamaño disparate, los guionistas de Veep se han quedado estupefactos, y ya no saben qué pensar, ni qué escribir. Ellos, como Julia Louis-Dreyfus, también se creían únicos por escribir estos diálogos corrosivos, y estos enredos de sainete. Pero ahora sospechan que se estan convirtiendo en periodistas de lo cotidiano, en reporteros de la actualidad.

Estos muchachos, por descontado, no conocían las andanzas de nuestra querida Ana Botella en la alcaldía de Madrid. El "relaxing cup of café con leche" no hay guionista de Veep que lo supere. 


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Veep. Temporada 1

🌟🌟🌟🌟🌟

Hace varios días que terminé de ver el último episodio de Veep, y el recuerdo de los chistes todavía me asalta en cualquier sitio, público o privado, dibujándome la sonrisa de bobo. Por aquí, en el pueblo, cuando me descubren de tal guisa en la cola del pan, o guiando mi oxidada bicicleta, siguen pensando que estoy majara, y que voy empeorando con la edad. Cómo explicarles que a uno le perdura Veep en la sesera, y que no puedo remediar la sonrisa. Cómo explicarles, peor aún, que existe una serie llamada Veep, que la dan por el canal de pago, o que se descarga por "el internet”, y que va de unos políticos americanos y sus asesores que no paran de hablar y de meter la pata... 

Algunos, los más informados de la pedanía, pensarían que les estoy hablando de Vip Noche, aquella horterada televisiva que hace veinte años presentaba Emilio Aragón en zapatillas deportivas. Se acordarían del programa porque allí meneaban el culo Las Cacao Maravillao, y ahi cosas que se les han quedado marcadas a fuego en los corazones, y en las braguetas...

Hay series como Veep que te poseen como si fueran demonios cachondos, y durante varios días uno se convierte en el predicador paliza de su serie favorita. Un Juan el Bautista que a orillas del río Sil anuncia la llegada de la mejor comedia del año, y está dispuesto a bautizar a todo el que se acerque de buena fe, sea berciano o extranjero. Sé de algún amigo que estos días me encuentra por la calle y me rehuye con discreción, como hacía Larry David con el "parar y charlar". Los muy veteranos ya saben que tras los saludos protocolarios voy a volver rápidamente sobre Veep: que si tienes que verla, que si es cojonuda, que si te dejo los DVDs, que si ya estás perdiendo el tiempo... Estos días no debo de parecer muy en mis cabales. Como Juan el Bautista, decía, en lo enajenado, y en la larga barga.

Será lo de Veep, o será la insolación de estos días asesinos de julio, pero no se me va esta fiebre monomaníaca, este deseo evangelizador de mi nueva religión.



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