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Historias mínimas

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De pequeño yo escuchaba la expresión "allá en la Patagonia" y me imaginaba, no sé por qué, una isla remota en el Pacífico, con su cocotero y su náufrago, y su bella aborigen meneando las caderas y saludando con un aloha!. Luego, en la Geografía del colegio, aprendimos que la Patagonia estaba efectivamente a tomar por el culo, pero en el otro lado del pompis, al sur de Argentina y de Chile, donde el clima se vuelve extremo, y el paisaje majestuoso. 

Los que no frecuentamos los documentales de La 2 nada sabíamos de sus habitantes hasta que descubrimos, hace diez años, esta joya del cine argentino que es Historias mínimas. Fue entonces cuando uno tomó la determinación -en caso de volverse rico y descubrirse libre de ataduras- de vivir allí para huir del calor y de la gente. Gracias a la película de Carlos Sorín, uno conoció a estos argentinos entrañables que viven muy lejos unos de otros, cada uno en su pueblo remoto, en su caserío de vecinos escasos pero serviciales. Gentes sencillas, que no simplonas, que hablan despacio y alegremente. Que dejan entrever, en sus gestos pausados, una inteligencia profunda del superviviente extremo, del terrícola que habita en la periferia del globo y todo lo contempla desde la distancia kilométrica y filosófica. Lo mío con la Patagonia ha sido  un enamoramiento instantáneo, un flechazo demográfico. 

Hoy, como entonces, he visitado la Patagonia de San Julián y de Fitz Roy, y he vuelto a descubrirme, a miles de kilómetros, desde esta España convertida en zoco abarrotado e invernadero insufrible, un vecino más de esos arrabales australes, donde el viento despeja las ideas, y el frío ahuyenta a los estúpidos. He tardado casi diez años en regresar. Enredado en mil filmografías y en mil series de televisión, olvidé por completo a este director por el que sentía una afinidad especial. Un descuido imperdonable que el otro día me sacó el sonrojo cuando descubrí, en la estantería más escondida, reordenando las películas de aquí y de allá, el DVD de estas Historias mínimas que siempre tuve por una película imprescindible. Basta, pues. Que se haga justicia con este hombre. Esta semana será la semana de Carlos Sorín. El homenaje debido a sus argentinos del habla hipnótica, ingeniosos o boludos, lo mismo me da.




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