“El verdugo” fue aplaudida por el antifranquismo como una
comedia negra que protestaba contra la pena de muerte. La crítica escribió que
la película era una excusa muy hábil para retratar la inmoralidad de las leyes, y la podredumbre del sistema, y que Azcona y Berlanga eran dos tipos muy listos
que habían liado a los censores con los escarceos sexuales mientras cebaban con pólvora los cañones de la pena capital.
Es indudable que Azcona y Berlanga se
posicionan contra la pena de muerte en "El verdugo", y que dejan caer su crítica en un par de líneas
de diálogos “inocentes”, aparte de lo grotesco de las situaciones. “Yo pienso
que todo el mundo tiene que morirse en su cama...”, dice el personaje de Nino
Manfredi. Pero tengo la impresión de que Azcona y Berlanga sobrevuelan lo
espinoso como queriendo pasar rápidamente a lo sustancial, que es otra cosa. Me
da -es un pálpito, una lectura quizá demasiado personal- que en “El verdugo” se
ponen más antropólogos que políticos, más biólogos que filósofos, y que lo que
les interesaba de verdad era hablar de la maldición del trabajo, y del hombre
atrapado en el matrimonio. De la suerte que le espera al homínido que se deja
llevar por los instintos genitales y luego se ve atrapado en las
responsabilidades derivadas.
Que Franco era un militar carnicero o que la pena de
muerte era una práctica del Medievo son dos evidencias que no necesitaban mayor
explicación. Azcona y Berlanga, más inteligentes que todo eso, dan el asunto
por archisabido y lo utilizan como telón de fondo para narrar una historia de
pobres que se enamoran. Aquí lo que importa es que hay un piso precioso en
Madrid, amplio, luminoso, con vistas a la sierra de Guadarrama, y que si José
Luis Rodríguez -que no es el Puma, sino un pobre desgraciado- no hereda el
oficio de su suegro, todos tendrán que regresar al piso de mala muerte a
malvivir de su parco sueldo en la funeraria. Un asunto socioeconómico, en un
último término, si es que en la vida hay algo que no sea socioeconómico. La
infraestructura, y la superestructura, que explicaba el abuelo Karl.