Perdida ya la lucha de clases, a los pobres sólo nos queda
dar por el culo. Molestar. Hacer ruido. Interrumpir. No dejar dormir a gusto alguna
noche que otra. Dar picotazos por aquí y por allá, como avispas que al final
caerán aplastadas por una porra. Que los ricos, al menos tengan, que rascarse
la comezón. Comprarse una pomada en la farmacia. Qué menos. Lo que pasa es que ellos
envían a la criada a por el recado mientras se quedan tan ricamente en el
salón, haciendo sus cosas de ricos. Quizá ponerse a calcular cuánto le pagarán
de menos el próximo mes, a la pobre mujer.
En El hombre de al lado, Víctor, que es el hombre que
vive en el edificio de enfrente, al principio sólo quiere abrir una ventana en
su pared. Nada más. Capturar unos poquitos rayos de sol, como él dice. No le mueve
el afán de joder, ni de espiar a su vecino. La lucha de clases no parece estar
en su ideario. Pero su vecino, Leonardo, se toma lo de la ventana como una afrenta
personal. Leonardo es un diseñador de muebles pijísimos que vive en la Casa
Curutchet de Buenos Aires. Un edificio muy afamado de Le Corbusier que figura
en todas las enciclopedias de arquitectura. Leonardo es un snob gafapasta que
vive entre utensilios raros, escucha música dodecafónica y mantiene
conversaciones sobre el ser y la nada, la tontería y la sustancia. Le quiere su
esposa, le admiran sus amigos, y le llueven los encargos procedentes de Milán, donde
se estilan mucho sus gilipolleces creativas.
Leonardo -como su mujer, que es otra pija de mucho cuidado- no
tolera que el vecino pueda verle a través de su ventana. No se dedica a nada
delictivo, pero lo jode que un mindundi que viste chupas de cuero, mercadea con
coches usados y huele a colonia barata del súper esté siempre ahí, enfrente,
presente o imaginado. Leonardo vivía en una nube sin proletarios, a los que sólo
veía por las calles, conduciendo su Mercedes. Pero ahora un pobre se ha sentado
a su mesa, o casi, como en aquella campaña navideña de Plácido. Y Víctor
siente el desprecio, el recelo... Estamos de nuevo en Parásitos. Las dos
ventanas inocentes que daban al patio de luces se han convertido en dos
parapetos.