Mostrando entradas con la etiqueta Don Johnson. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Don Johnson. Mostrar todas las entradas

Brawl in Cell Block 99

🌟🌟🌟


En las películas de mi infancia, al indio que se caía del caballo nunca se le oía el crujido de los huesos al romperse. Al vaquero herido en el OK Corral nunca se le veía el agujero de bala en el estómago, ni le salían espumarajos de sangre por la boca. Al maleante reducido a golpes nunca le veíamos el ojo reventado, o el brazo dislocado, o el pie apuntando en una dirección imposible. Atropellaban a un gángster en la venganza siciliana y jamás oíamos el sonido del cráneo reventando contra el asfalto. Algún gorgoteo de muerte, quizá, en El Padrino, que ya era una película “ultraviolenta” de los años setenta, no apta para todas las sensibilidades. En las películas bélicas, los que eran  alcanzados por la metralla o por la onda expansiva simplemente pegaban un brinco y caían al suelo como muñecos de trapo, desmadejados, sin que los brazos, o las piernas, o la cabeza misma, se desgajara del cuerpo dejando un pozo petrolífero en el lugar de la inserción. 

En las películas de Primera Sesión o de Sábado Cine, que fueron nuestro primer contacto con la violencia de la tele, los seres humanos no tenían órganos por dentro, ni huesos, sino felpa, borra de muñecos. La violencia no sólo era ficticia -de actores que eran suplidos por especialistas en las escenas más peligrosas -sino que además era una violencia incruenta, desgrasada, y desangrada. Quizá por eso, todos los niños de mi generación -salvo los más raros del vecindario- éramos unos belicosos perdidos, todo el día recreando batallas y escaramuzas, en la percepción idiota de que la violencia no olía, ni sonaba, ni reverberaba en escenas vomitivas que daban mucho asco.

Tuvieron que venir estos cirujanos del mondongo como S. Craig Zahler -y mucho antes que él los Tarantino, o los Carpenter, o los David Cronenberg- para hacernos ver, no sé si con buenas o con malas intenciones, no sé si porque están perturbados o porque son unos pedagogos de la realidad, que cuando tipos como este Bradley Thomas la se pone a repartir estopa, o se la reparten a él, se produce una cacofonía asquerosa de vísceras y osamentas. Un placer culpable. Un apartar la mirada de vez en cuando. Un entrever por los dedos. Una pose y una incógnita. Una valentía idiota. Un entretenimiento culpable, pero del copón.




Leer más...

Watchmen

🌟🌟🌟🌟


Ahora, en los telediarios, y en las series de ficción como “Watchmen”, a esos tipos del cucurucho blanco los llaman “supremacistas blancos”. Pero en realidad son los racistas de toda la vida. Lo que no sé es por qué ahora usamos dos palabras para designar lo que antes quedaba claro con una sola. La inflación del lenguaje siempre es algo sospechoso. De sobrevolar sin atacar. En otro sentido completamente distinto, escribir este blog también es, por supuesto, una inflación del lenguaje. Una cosa gimnástica y superflua. Una obcecación mental. Una escritura muy sospechosa. Otro sobrevolar para no decir gran cosa.

De hecho, cada vez que escribo la palabra supremacismo, el corrector del Word me la subraya en rojo, muy atento siempre a las palabras mal escritas, pero también a las innecesarias, y a las redundantes. Pongo racista, o hijo de puta, o hijo de putero, que ahora es más políticamente correcto, y puedo seguir escribiendo sin contratiempos.  Pero bueno, da igual... No voy a hacer más inflación con las palabras. Y mucho menos, inflación con la filología, que es el tema más aburrido del mundo. Yo quería contar que Watchmen es en esencia una secuela de Raíces, o de Doce años de esclavitud. Y me temo, ay, que será una precuela de las muchas ficciones que están por venir. Porque el racismo es un tema tan viejo como la evolución de las especies. Tanto como la diferenciación de la melanina, y la idiotez de los homínidos.

Los temas se acabaron hace mucho tiempo. Lo que cambia es la manera de contarlos. Los enfoques originales. Y Watchmen, de originalidad, va más que sobrada. Para empezar, es una serie que ni siquiera empieza. Quiero decir que se pasa por el forro la secuencia clásica y pone el nudo antes que el planteamiento, de tal modo que te pasas tres episodios rascándote la cabeza, insistiendo por pura fe, porque el amigo que te la recomendó te ha aconsejado paciencia. Al final -decía él, en tono evangélico- todo se anudará, quedarás maravillado, y serás recompensado setenta veces siete cuando lleguen los episodios finales. Y tenía razón.





Leer más...

Puñales por la espalda


🌟🌟🌟🌟

Se suponía que estos escritos eran una consecuencia de las películas, y no su causa. Que la cinefilia era lo primordial, y luego emborronar el Word una tarea secundaria, el deber escolar que mantiene la mente activa y el culo aplanado. Como la famosa curva…

    Cuando inicié esta costumbre que ya se ha hecho tan cotidiana como sacar al perrete o descubrir canas en el espejo, se suponía que yo primero elegía una película, la veía, se me revolvían los pensamientos con el éxtasis o con el bostezo, y luego, en un rato robado a las obligaciones, escribía un folio más o menos decente en lo literario pero siempre muy honesto en su contenido: cosas de mi vida, de mi ombligo, a veces autorretratos al desnudo, y otras, según el humor, un cuadro más bien misterioso, con sombras que tapan la verdad sin desmentirla. A veces, las menos, asuntos del mundo, de la sociedad, siempre en plan bolchevique de salón, revolucionario de pacotilla que jamás ha gestionado nada ni piensa hacerlo hasta que la jubilación lo libere ya de cualquier responsabilidad.



    Sin embargo, en estas cuatro semanas de confinamiento, la escritura se había convertido en causa, y la película en consecuencia. No era yo el que elegía libremente las películas, sino el blog, de pronto autoconsciente y vivo, el que me las pedía a gritos para alimentarse y hacerse el interesante: títulos apocalípticos, películas con moraleja, series sobre políticos para establecer paralelismos cachondos o sangrantes... Así que hoy me he rebelado, he respirado profundamente mientras manejaba los mandos a distancia, y he puesto la película que me ha dado la real gana. Una que es imposible de encajar en cualquier esquema autobiográfico o coronavírico. Pura… dispersión. Puñaladas por la espalda es una película como de Agatha Christie, con su muerto, sus varios sospechosos y su detective sólo tontaina en apariencia. Un lío, y un descojono, y un respiro para esta cinefilia mía que vivía secuestrada por la actualidad.




Leer más...

Frío en julio

🌟🌟

Decía Carlos Pumares en aquel programa suyo de las madrugadas que de vez en cuando había que ver una mala película para luego saborear mejor las buenas. Decía, con sabiduría, que si uno, en su cinefilia desbocada, iba continuamente de peliculón en peliculón, al final caía en la insatisfacción rutinaria de quien come caviar y bebe champán todos los días. Lo que Pumares no explicaba era si él elegía malas películas a conciencia, como una especie de purga o de penitencia, o si le bastaba con las se que encontraba en los festivales del ancho mundo, o en sus obligaciones profesionales de programador.

    Uno, la verdad sea dicha, jamás ha visto una mala película a sabiendas. Mi intención de cada noche es limpiarme la mierda del día con una película de risas o de lágrimas, de sustos o de emociones. Con los años he ido desarrollando un sexto sentido que falla muy pocas veces. Frío en julio, por ejemplo, es una película que no pensaba ver ni en pintura, ni en pixelación. De venganzas entre tejanos hormonados ya está uno muy informado y muy resabiado. Estaba borrada de mis agendas hasta que el otro día, en el pasillo laboral, una amiga de gusto exquisito me la puso por las nubes. En esos momentos uno casi siente, físicamente, la disonancia cognitiva que provoca un terremoto en las neuronas. Por un lado la compañera, disfrazada de abogada, que te canta loas y alabanzas, y por otro lado, sulfúrico y enrojecido, el instinto que te ruega no escucharla. Son segundos decisivos, inquietantes, en los que pones en juego la amistad si tuerces el morro con desagrado, o dices que no con sequedad. 

    Frío en julio, efectivamente, era una película que no encajaba en mi perfil, por decirlo de manera suave. Pero no voy a pedirle daños y perjuicios a mi compañera. Ella, otras veces, me ha enseñado joyas que yo no conocía, maravillas que me habían pasado desapercibidas. Las películas que entran por las que salen. Además, gracias a estos bostezos, como bien enseñaba el maestro Pumares, mi próxima película me sabrá a teta de monja. Ya me estoy relamiendo.







Leer más...