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Días de radio

🌟🌟🌟🌟


Ahora que sabemos lo que pasó -y lo que no pasó, y lo que dicen que pasó- se hace extraño ver a Mia Farrow en las películas de Woody Allen cuando era la actriz y la amante, la musa y la compañera. Es como si un amigo divorciado te pasara el vídeo de su boda, o de su luna de miel, en Bora Bora, con esa mujer que ahora le odia y desea su ruina completa. Eran tan dichosos entonces... A todos nos ha pasado esto del vídeo traidor que te vomita el pasado feliz, sólo que nosotros solemos tirar esas cosas a la basura, o a la papelera de reciclaje, y ya no queda ni rastro de su hijaputez. O las guardamos en discos duros tan ultrasecretos que luego ya no sabemos ni dónde están. Pero las películas de Woody Allen son historia, patrimonio público, y sus tiempos gozosos con Mia Farrow están a la vista de todos, como un recordatorio de que todo es efímero y enclenque en el amor.

    De todos modos, el papel de Mia Farrow en Historias de la radio es episódico, intermitente, porque se trata de una película coral, sin personajes principales, y estos pensamientos se diluyen en el resto de anécdotas y recuerdos. Historias de la radio es el homenaje de Woody Allen a la radio de su infancia, allá en Brooklyn, cuando el invento de Marconi era el rey del salón, y toda la familia se reunía a su alrededor para conocer las noticias del mundo, y las canciones de moda, y los inventos maravillosos que se anunciaban en las pausas. Fue mucho antes de que se inventara la tele, y siglos, eones, antes de que un ovni venido de Andrómeda nos trajera lo de internet.

    Aunque en mi casa teníamos televisor,  la infancia radiofónica de Woody Allen se parece mucho a la mía, y quizá por eso la película me toca cierto tuétano de los huesos. En mi casa la radio estaba encendida a todas horas. Mi madre hacía sus labores llevando la vieja Grundig por todas las habitaciones, y eso empapaba la casa de ondas hertzianas, a veces lejanas, a veces cercanas, según dónde estuviera la tarea. Cuando mi padre llegaba del taller, comíamos con la radio puesta, para escuchar el parte. Todavía hoy, cuando visito a mi madre, comemos con la radio puesta, en la mesa de la cocina, para comentar las noticias... Yo me apropiaba de la Grundig por las tardes, para escuchar los partidos de fútbol, y Los 40 principales, cuando me entró la tontería. Luego, por la noche, mi madre hacía las cenas con ella puesta, al hilo del último noticiero, y cuando mi padre llegaba del cine, a las tantas, escuchaba los deportes con José María García, y yo a veces me asomaba por allí, a ver qué decían del Madrid...  


    Tengo muchos recuerdos de la tele, pero creo que tengo más de la radio: de las voces, de las sintonías, de los anuncios. Había unos puros que se llamaban como yo, y que tenían mucha vitola.





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Mula

🌟🌟🌟

Dentro de mil años, cuando de nosotros ya no queden ni el recuerdo ni las pestañas, quedará, con un poco de suerte, el apellido. Esto es lo que decía Tywin Lannister en aquel soliloquio bajo la carpa que definía los empeños de su vida.  Claro que esto lo decía en los tiempos muy antiguos, cuando el apellido paterno prevalecía por ley, y existía una cadena reconocible que unía a los antepasados con sus descendientes…
   
    Tywin Lannister, atravesado por la melancolía de Ozymandias, se lamentaba de que tarde o temprano se perderán nuestros textos y se destruirán nuestras obras. De que todo lo que comimos y viajamos, bebimos y follamos, quedará congelado en una región inaccesible del espacio-tiempo (bueno, él no decía espacio-tiempo, pero creo que nos entendemos). También se perderán los lagrimones y las desgracias, y los tiempos estúpidos que pasamos haciendo cola o viendo majaderías en la tele. Todo. Ni siquiera nuestros genes conformarán ya individuos familiares, reconocibles, porque se mezclarán y se extraviarán en las cien coyundas de las próximas generaciones, y en nuestro tataranieto ya sólo quedará un residuo de lo que nosotros fuimos, un escorzo de la nariz, o un lunar en el culo. Nos iremos por el retrete del tiempo como zurullos que una vez fueron comida fresca y palpitante, y pasaremos la eternidad en un mar oscuro y profundo que no es navegable y además no figura en ningún mapa.

    Pero ahí arriba, en la biosfera, alguien seguirá llevando nuestro apellido aunque sea de un modo simbólico, en el primer lugar de la ristra, o en el octavo, ocho apellidos vascos, o murcianos, y ese hilo muy fino nos seguirá uniendo de algún modo con la vida. Esa es la enseñanza de papá Lannister que el viejo Earl Stone, en Mula, asume casi al final de su vida. En sus casi noventa años, el viejo Earl ha hecho de todo menos cuidar a su prole: ha combatido en Corea, ha cultivado flores, ha ido de flor en flor, y ahora, para tapar unos cuantos agujeros, ejerce de mula para una banda de narcos chapuceros que Héctor Salamanca o Gustavo Frings se cargarían con un simple pestañeo. Earl Stone ha comprendido que las flores se pudrirán, que sus amantes se morirán, que los mexicanos le asesinarán tarde o temprano... Que dentro de cien años Corea será un país finalmente unificado por las aguas del Pacífico, que lo anegarán en la subida climática de los océanos. Una vida entera hecha filfa, triturada, que sólo habrá dejado el legado sólido de su progenie. Ésa que ahora ya se atreve a visitar, y a mirar a la cara, en las bodas y en los funerales, reconciliado con el sentido de la vida que los Monty Python tanto buscaron y jamás encontraron.  





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Rabbit Hole (Los secretos del corazón)

🌟🌟🌟🌟

Nadie ha fingido la muerte de un hijo con el talento de Naomi Watts en 21 gramos, la película de González Iñárritu. Cuando aquella mujer recibía la terrible noticia y se le transfiguraba la cara, uno, de pronto, ya no estaba viendo una película, sino mirando por una ventana, y el sofá ya no era el sofá, sino el asiento incómodo de una sala de espera. Y el espectador ya no era tal, sino un hombre que recordaba que seguramente no hay dolor más insoportable en el sinsentido de vivir, mientras esa mujer, a dos pasos de distancia, se moría de llantos, y se retorcía de estupor.

    Como ese momento actoral -actrizal- es insuperable, y ya se ha quedado grabado a fuego en la memoria, John Cameron Mitchell, el responsable de Rabbit Hole, ha decidido que su película empiece ocho meses después del fatal accidente, y que su pareja de padres consternados no tenga que competir con Naomi Watts en escenas de sufrimiento inconcebible. Y podrían, supongo, porque Nicole Kidman y Aaron Eckhart son dos actores consumados, de amplios registros y honduras profesionales. Pero es que, además, la película tampoco lo necesita. A Rabbit Hole le interesan sus personajes en fases más avanzadas del duelo, entre la tercera y la quinta, según los manuales que uno consulte. El matrimonio Kidman/Eckhart ya ha superado el estado de shock, y la fase de protesta y culpabilización. Ahora transitan un territorio indefinido, de límites difusos, que alterna días sin esperanza con otros en los que palpita el impulso de pasar página y empezar una nueva vida. 

    El problema es que él va muchos pasos por delante, y ella varios pasos por detrás, y en esa descoordinación la cuerda se estira y se tensa. Ellos no tienen la suerte de la fe religiosa, que en estos casos supone un gran alivio para las mentes más simples, con sus cuentos de niños convertidos en ángeles del Señor. Kidman y Eckhart sólo tienen esta vida para agarrarse y no caer despeñados. O muchas vidas, según la teoría de los universos paralelos, que están interconectados por madrigueras de conejos...





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Hannah y sus hermanas

🌟🌟🌟🌟

En Hannah y sus hermanas conviven dos tramas que tienen muy poco que ver. La historia central, la que trata propiamente de Hannah y sus hermanas, es el relato de tres neoyorkinas que se reúnen en los restaurantes y en los saraos de la familia para ponerse verdes las unas a las otras, y hablar sobre el cultivo insatisfactorio de sus espíritus. Quieren ser actrices, escritoras, fotógrafas, profesoras de universidad... Tirarse a los hombres más inteligentes de Manhattan y formar parte de los círculos exclusivos de la cultura. Pero siempre hay algo que se interpone en sus caminos: los maridos, los novios, la competencia feroz de otras mujeres. Es un drama familiar que me interesa más bien poco. Crónicas insulsas sobre burguesas de la vida resuelta, que se aburren infinitamente en su tiempo libre y no paran de dar la castaña con sus sueños artísticos. 

Me interesa mucho más la historia secundaria de Hannah y sus hermanas, la del mismo Woody Allen interpretando al exmarido hipocondríaco de Hannah. Quizá porque su drama médico es exactamente el mismo que yo viví hace unos años, cuando una sordera parcial del oído derecho suscitó la sospecha –luego descartada- de un tumor cerebral. Sus días de angustia antes de conocer el diagnóstico son el retrato fiel de la angustia que uno mismo vivió. De la angustia que otros seres muy cercanos han vivido en trances parecidos. Luego, para nuestra suerte, Woody se lanza a hacer comedia sobre el sentido de la vida, y embarca a su personaje en la búsqueda tragicómica de una religión que lo convenza de la existencia del más allá. Uno se ríe mucho con estas tribulaciones del escéptico que quiere creer en el catolicismo, en el judaísmo, en los preceptos básicos de los Hare Krishna, pero que al final lo descarta todo por falsario, por excesivamente optimista. Apesadumbrado ante la idea de la muerte, del vacío negro que allí espera a los ateos y a los descreídos, Mickey, cansado de dar vueltas por las calles, entra en un cine de Manhattan para distraer sus pensamientos. Proyectan Sopa de Ganso, y allí, refugiado en la oscuridad de su butaca, piensa:

“ Bueno, pues allí estaba yo, viendo aquella gente en la pantalla. La película empezó a interesarme.  Y entonces comencé a pensar otra cosa: ¿cómo se te ocurre matarte? ¿No te parece una estupidez? Fíjate en toda esa gente que está ahí arriba. Tienen mucha gracia. Incluso aunque lo peor sea cierto: ¿qué pasa si no existe Dios y nosotros sólo vivimos una vez y se acabó? ¿No te interesa, no te interesa, esta experiencia? Entonces me dije: ¡qué diablos! No todo es malo. Y pensé para mis adentros: ¿por qué no dejo de destrozar mi vida, buscando respuestas que jamás voy a encontrar, y me dedico a disfrutarla mientras dure?”.
      


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