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Dune cuenta la historia de dos empresas familiares que se
disputan un valioso mineral en el planeta Arrakis, desértico y bereber. Y en
eso, haciendo paralelismos, es fácil identificar a los Harkonnen y a los
Atreides con los chinos y con los americanos
(o viceversa) que se disputan los minerales africanos que ahora mismo mueven
nuestro mundo.
Dune también va de un mundo al revés en el que los sometidos
tienen ojos azules, y no como sucede aquí, en el Sistema Solar, donde las
gentes con ojos claros son una casta superior que liga más y mejor, y obtiene
mejores puestos de trabajo. No lo digo yo: lo dice Nancy Etcoff en un libro fundamental.
Iggy Rubin, el humorista, decía que si bebes agua mineral en el embarazo te
sale un hijo con ojos azules, aristocrático, y no un simple “ojo de grifo” como
nosotros. También decía que si ves un mendigo con ojos azules puedes pedir un deseo;
que las lágrimas vertidas por los ojos azules curan la fiebre; que la miopía de
los ojos azules no se mide en dioptrías, sino en quilates. Y es la puta verdad,
además.
Dune también nos recuerda que hay mucho hijo de puta capaz de
subir el precio de los productos básicos aunque la chusma planetaria tenga que
comer arena para sobrevivir. Se me ocurren
muchos cabronazos de la vida real para interpretar a los Harkonnen y a los
Atreides. Alguno, incluso, de sangre azul.
Dune también va de un futuro distópico -o no- en el que los
hombres ya solo somos surtidores de semen, bancos de genes, y son ellas, las mujeres,
mucho más listas e iniciadas en los Secretos, las que cortan el bacalao y deciden
el destino del universo.
Pero Dune, sobre todo (y nos lo remarcan en el primer
fotograma) habla del miedo terrible a que nuestros sueños nocturnos se hagan
realidad. Yo entiendo muy bien a Paul de Atreides, aunque sea un explotador.
Entiendo su desazón y sus sábanas revueltas. Si mis sueños cotidianos se hicieran
realidad, yo tendría que volver con Ella, a revivir el infierno contradictorio
de su presencia. Todas las noches, cuando cierro los ojos, un gusano insidioso se
desliza por mi cama, y repta por mis piernas.