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Contraté a un asesino a sueldo

🌟🌟

Hoy he vuelto a ver una película de Aki Kaurismäki. Se titula Contraté a un asesino a sueldo y otra vez me he quedado frío como un finlandés en calzoncillos, perdido en la tundra. No conecto con Kaurismäki. No alcanzo ese grado de cinefilia, ni de implicación. Lo que debería ser una celebración para mi mentalidad escandinava se ha convertido, no sé cómo, en un desencuentro educado y muy frío. Muy nórdico. Ya me ocurrió con La chica de la fábrica de cerillas, o con Un hombre sin pasado. Ninguna de ellas ha dejado poso ni casi recuerdo. Las recuerdo como buen cine, genuino y diferente, pero cine del que se me olvida, del que no me deja imágenes, del que voy degustando con curiosidad mientras pienso en cientos de películas mejores con las que haber pasado el rato.




Quizá no soy tan escandinavo como pretendo ser, o quizá Kaurismäki es un finlandés atípico al que no entienden ni sus propios compatriotas. Quizás él baja al Mediterráneo mientras yo subo al mar Báltico, y nuestros encuentros se producen en una zona templada donde ninguna emoción nos conecta. Quizá soy yo quien espera de él cosas que no ha prometido. Al principio esperaba encontrar en sus películas la idílica Finlandia del bienestar social y las mujeres rubiazas como el trigo, y sin embargo, Kaurismäki jamás abandona los pisos cutres ni los baretos deprimentes. Siempre saca, además, a mujeres muy feas, y a hombres muy repulsivos, para que no le rompan el conjunto artístico ni la coherencia del plano. Su Finlandia no es precisamente la Dinamarca luminosa y bien funcionante que sí enseñan las películas Dogma. A veces, incluso, como en Contraté a un asesino a sueldo, ni siquiera es Finlandia el marco de sus historias desventuradas, sino Londres, con su niebla, con sus borrachos, con su cochambre…
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