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Wonder Woman

🌟🌟

Confío mucho en la opinión de los críticos cinematográficos. Soy así de inseguro y de confiado, qué le vamos a hacer. Aunque lleve veinte años de cinefilia en cada una de mis posaderas, y no suela equivocarme con lo que me gusta y con lo que no, a veces tengo que recurrir a ellos para decidir si una película de la que no tengo referencias -porque es el último hito de la cinematografía paraguaya, o la opera prima de un jovenzuelo desconocido de Arkansas-  merece el esfuerzo de pagar una entrada o de programar una grabación. O de fletar un barco que intercepte la mercancía en las rutas comerciales que nunca llegan a provincias.

    Si Quentin Tarantino -por poner un ejemplo- estrena nueva película, leo las críticas para saber qué voy a encontrarme en su nueva chifladura, pero nunca para decidir si voy a verla o no. La veré. Lo mismo me sucede, aunque al revés, cuando se estrenan las obras maestras de los coreanos impronunciables, o de los viejos maestros que gozan de bula pontificia. O, como en el caso de Wonder Woman, con las adaptaciones de los superhéroes del cómic que me pillaron ya muy mayor, medio sordo a los estruendos, y medio ciego a las pirotecnias.

    Hace unos cuantos meses, cuando se hablaba del estreno de Wonder Woman, ni siquiera me tomé la molestia de leer las sinopsis. Hostias y ruidos. Buenos de mazapán y malos de pacotilla. Y una actriz de evidente belleza...  Un cómic para la chavalada del centro comercial. Así que me olvidé por completo de la película hasta que hace unas semanas, en la revista de cine, con motivo de su lanzamiento en DVD, leí que la crítica sesuda y barbuda, ilustrada y veterana, curtida en mil y un festivales del ancho mundo, aplaudía esta película con adjetivos muy bonitos y altisonantes. Y yo, que me hago tan poco caso, que me dejo llevar por la primera contradicción de casi cualquiera (el Zelig que se mimetiza con el paisanaje) me desdije de mi renuncia y me planté en el sofá para descubrir este tesoro oculto. Esta adaptación que decían atrevida y diferente. 

Han pasado dos días desde que vi la película y todavía lo estoy buscando...




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Comanchería

🌟🌟🌟🌟🌟

El título original de la película es Hell or high water, que es una frase hecha que viene a decir: "Haz lo que tengas que hacer, no importan las circunstancias". Y eso es, justamente, lo que hacen los hermanos Howard en la película: cumplir con su deber, que en su caso es atracar bancos de medio pelo en los villorrios polvorientos de Texas. No para enriquecerse, ni para buscar el placer del puro delinquir. Simplemente para saldar las deudas que mantienen con su propio banco -curiosa ironía- y romper el círculo eterno de los infortunados de la tierra. 

    Del mismo modo, los rangers de Texas que los persiguen también cumplen puntillosamente con su deber, y en este esquema tan simple de policías y ladrones se desarrolla esta película que no necesita viajar al siglo XIX para ser un western en toda regla, uno muy entretenido, y muy crepuscular.

    Como la expresión del título no se iba a entender por estas tierras, los distribuidores han rebautizado la película como Comanchería, porque la acción transcurre en el territorio comanche que se extendía entre las llanuras de Texas y Oklahoma. Y porque ellos mismos, los hermanos Howard, aunque son anglosajones de ojos azules, y descienden del hombre blanco que usurpara las praderas, se consideran herederos de la rebeldía cimarrona. Los Howard también son hombres acorralados que luchan por su tribu y por su hacienda, solo que en vez de montar a caballo y disparar el rifle Winchester a horcajadas, han decidido proclamar su comanchería cabalgando autos robados y disparando armas de fuego sofisticadas. 

    Si los indios fueron arrinconados por sus antepasados, ahora son ellos -quizá en justo y demorado castigo- los que son exterminados por el sistema financiero. Un enemigo terrible, pero incruento, que ya no necesita al Séptimo de Caballería para imponer su ley y su presencia. Simplemente instalan una oficina, esperan con paciencia la ruina o la desesperación de las gentes, y se apropian de los terrenos sin más armas que un préstamo abusivo y un bolígrafo para firmarlo.   



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