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Seinfeld. Temporada 2

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Seinfeld, en realidad, es una versión libre de Big, aquella película en la que Tom Hanks vivía entre adultos con cuerpo de hombre, pero con edad de adolescente. Los cuatro prendas de Seinfeld no le pidieron a la máquina de Zoltar que acortara los plazos: ellos, simplemente, se han ido rezagando poco a poco, perdiendo comba entre tonterías y distracciones, hasta que un día descubrieron -demasiado tarde, pero tampoco sin montar una tragedia- que se habían plantado en la treintena con una inmadurez de colegiales.

Elaine y George, Jerry y Kramer, son cuatro teenagers infiltrados en el mundo del trabajo, de las relaciones serias, de las decisiones inmobiliarias... Disimulan porque ganan dinero, son autónomos y se comportan con cierta racionalidad en los espacios públicos -a veces ni eso-, pero en realidad son personas que viven fuera de contexto, fuera de época, con el software sin actualizar. Ellos van al trabajo como antes iban al instituto, y en el amor siguen usando el “te ajunto”, o el “no te escucho, cucurucho”. La gente se ríe de ellos, y trata de evitarlos, pero a ellos les da igual porque nada les parece trascendente o definitivo. Son tontainas pero felices.  

Seinfeld es mi serie preferida porque me veo reflejada en ella. Qué le vamos a hacer. Nobody is perfect... Yo podría haber sido el quinto Beatle de la pandilla. El vecino de Jerry Seinfeld que nunca sale en las tramas. Otro tipo como Newman, el gordito, que también se las trae el gachó... Tengo anécdotas personales para aburrir. Cosas tan estúpidas, tan seinfeldianas, que Larry David y compañía podrían hacer con ellas una temporada completa. Sólo habría que cambiar León por Nueva York y repensar un poco el vestuario. 

Yo también soy un inmaduro que da el pego, un gilipollas que se traviste de ciudadano. A punto de cumplir los cincuenta años, he aprendido a disimular mi tontería, pero nada más. Sigo prefiriendo la fantasía a la realidad, y la divagación a la responsabilidad. No sé enfrentarme a la vida, pero puedo pasarme horas hablando en el Monk’s Café. Sí, lo sé...







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