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Amarcord

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La adolescencia es una película porno que nunca termina. Un amigo mío recordaba su pubertad como el destello intermitente y cegador de un anuncio de puticlub -sexo, sexo, sexo... Las luces del deseo, que se encendían y se apagaban con la regularidad de un faro, de un púlsar cósmico que jamás dejaba de girar. La erección de la mañana y la paja en el baño; el escote de la compañera y las piernas de la maestra, el tetamen de las viandantes y la farmacéutica que sonríe; la chica en el telediario y el beso en la película; la revista guarra y el VHS clandestino. El anhelo desbocado de los cuerpos en primavera. La polución nocturna y el sueño erótico. El beso a la almohada. La desesperación de poseer un cuerpo que no fuera uno imaginado. La chica de la que estábamos enamorados en la distancia, inalcanzable y preciosa. Y de nuevo el despertar erecto, la paja en la ducha, la condena del deseo inextinguible, del fuego que se reaviva en cada intento de apagarlo. La maldición del sexo, que arruinó nuestra vida despreocupada y feliz, apegados a un balón, y a los payasos de la tele.

    No todo va a ser follar, cantaba el maestro Krahe, pero en la adolescencia hay una radiación de fondo, una hilo musical, una miasma en el ambiente, que todo lo perturba. Una feromona que siempre anda revoloteando, incordiando, porque la exudamos nosotros mismos. Cuando Fellini se puso a recordar su adolescencia en Amarcord, le salieron unas memorias traspasadas por el sexo, y lo mismo en los desfiles fascistas que en las fiestas del pueblo, en las andanzas familiares que en las desventuras escolares, siempre había una mujer a la que desear, una chica a la que cortejar, una prostituta a la que espiar, una estanquera a la que resoplarle entre las tetas… En Amarcord Fellini no se pone ñoño, ni tonto, ni quiere vendernos la moto de una pureza o de una inocencia de poetastro. La adolescencia es sucia, obsesiva, y muy triste. Su recuerdo huele a semen, a lágrimas, a vergüenza. El humor nos salvó entonces de la desesperación, y el humor es el único filtro que nos permite recordarla con decoro.




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