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Stranger Things. Temporada 1

🌟🌟🌟

Uno de los sueños incumplidos de mi biografía es sentirme un hombre objeto. Que las mujeres guapas se olviden de mi yo interior -que además vale tan poco, y me ha proporcionado tan pocos réditos- y se peleen por mis carnes en un plano absolutamente sexual, superficial, sin fingir que se interesan por las boludeces que uno escribe, o por las cinefilias que uno ejerce cada día. Pero claro: para ser un hombre objeto uno tendría que haber nacido con otro color de pelo, con ojos menos miopes, con dientes mejor alineados. Metabolizar las grasas con más rapidez. Rescatar los cabellos que se fueron por el desagüe y reimplantarlos con cuatro manotazos y un poco de agua. O hacer una escapadita a Turquía... Nacer otra vez, quizá, o dejarse un pastón en la clínica cosmética, con inciertos resultados. 



    Es por eso que, inalcanzable ya la condición de hombre objeto, me conformo con la categoría de hombre objetivo, no en el sentido de prudente, de preclaro, que de eso sólo pueden presumir algunos elegidos, sino en el de target comercial, que dicen ahora los expertos. Sentarme a ver una película o una serie de televisión, y sentir que ese producto lo han diseñado expresamente para mí, basándose en mi edad, en mi trayectoria, en mis hábitos de veterana cinefilia. Es un prurito de orgullo, y hasta de honda satisfacción, el que siento al pensar que unos guionistas, o unos showrunners, en este caso los hermanos Duffer, han parido una serie como Stranger Things pensando en mí, y en otros miles de cuarentones como yo, de cinco continentes distintos pero de una sola cultura verdadera, que pasamos de la niñez a la adolescencia viendo E.T., Los Goonies, Alien, Poltergeist... Estos tipos, los Duffer, hasta hoy mismo unos desconocidos, han metido todo esto en la coctelera y han creado un mejunje de alto valor nutritivo, porque la serie es muy entretenida, y de elevado contenido nostálgico, porque saben muy bien a quién dirigen sus cañones, los muy cabrones, y ya no sé si sentir vanidad por saberme un hombre objetivo, y en cierto modo homenajeado, o si mosquearme por esta manipulación artera de mis recordatorios, porque Stranger Things en ningún momento esconde sus intenciones, y me ha tenido ocho horas muy retro jugando a los homenajes, y a las memorias. A la vida que ya pasó.

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Prometheus

🌟🌟🌟

Veo, por la noche, en celebración particular y solitaria de este primer miércoles del año, la esperadísima Prometheus de Ridley Scott, que trata de explicar los enigmas desplegados en Alien y sus secuelas.

Me acuesto con la sensación de haber visto una gran película, casi una obra maestra, si no hubiesen quedado sueltos por ahi un par de cabos. Peccata minuta, en todo caso. Apago la luz y me encomiendo al sueño como un niño satisfecho y feliz, imaginando mundos extraterrestres, aventuras astronáuticas, hallazgos trascendentales que iluminan el origen de la humanidad. Luego, por supuesto, el sueño caprichoso toma sus propios derroteros, y lejos de transportarme a los espacios siderales, me devuelve a la realidad de mis asuntos laborales, de mis deseos sexuales, de mis conflictos nunca resueltos con el bendito balompié. 

A la mañana siguiente, en la cafetería que me proporciona la conexión, entro en los foros dispuesto a compartir mi éxtasis infantil. Mi sorpresa, al leer los primeros comentarios sobre Prometheus, irónicos y denigrantes, es mayúscula. No es posible, pienso. Están hablando de otra película... Leo la primera crítica con el escepticismo plantado en mi cara, y las garras de la respuesta bien afiladas, dispuestas a teclear una réplica implacable. No voy a creerme nada de lo que me diga este fulano, por muy valorado que figure en el escalafón. Pero la voy a leer, detenidamente, por educación, por ecumenismo cinéfilo. Para ir rebatiendo uno por uno sus argumentos, seguramente flojísimos, y antojadizos, porque este pecador de la pradera debió de ver Prometheus sin gafas, o con una novia sobándole el paquete, en inatención gozosa y muy perdonable.

Sin embargo, termino de leer su crítica y soy yo quien rinde las armas, y retrae las garras, y echa de menos haber visto Prometheus con el sexo dulcemente acariciado, cosa que, al parecer, lejos de reducir la concentración, la multiplica por dos o incluso por tres. Me doy cuenta de que ayer, en inusual comportamiento, no vi Prometheus como siempre veo todas las películas, sobándome los testículos, como hacemos todos los hombres abandonados a la soledad frente a la pantalla. Ayer, no sé por qué, yo tenía las manos castamente reposadas, una en el regazo y otra en el mando a distancia, y no vi los cabos sueltos que este internauta, perspicaz y cachondo, denuncia con gran sentido del humor. No dos cabos agitándose al viento en venial descuido, como yo recordaba, sino decenas de ellos, ridículos, risibles, evidentes hasta para el más corto de los espectadores.

Cómo pude pasar por alto estos dislates... Cómo pude tragarme el absurdo de los giros, el vacío de las explicaciones, el vagar inexplicable de los personajes... Cómo, por los dioses, cómo... Cómo me dejé llevar por las ansias, por la expectación, por la magia presentida. Está visto que me ponen una nave espacial y un planeta que encierra misterios, y ya me vuelvo tarumba, y se me nublala razón.






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