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Autosuficientes

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Con una pareja que tuve jugábamos a elegir príncipe azul y princesa rosa en el Reino de los Famosos. La condición era que no bastaba sólo con la hermosura, o con el talento. No podía ser una presentadora florero, por ejemplo, pero tampoco un escritor muy feo. O viceversa. La pareja de nuestros sueños tenía que ser el baricentro de los méritos, el ortocentro de las cualidades. Un Venus de Botticelli inteligente, o un David de Miguel Ángel con cerebro superior. Alguien para disfrutar de noche y presumir por el día. La repanocha, vamos. Esa persona que te puedes pasar vidas enteras buscando en internet, en las apps del ligoteo, incapaz de ceder en el orgullo o en la ensoñación.

Recuerdo que a mi pareja le ponía mucho Arturo Pérez Reverte, con esa cosa de Indiana Jones que recorrió el mundo y sobrevivió a varios tiroteos. Arturo era escritor de éxito, y hombre con presencia, y llevaba un peluco muy caro en su muñeca velluda. La piel morena y salitrosa tras su ancho navegar. Yo, por mi parte, aunque mi pareja protestaba, casi siempre terminaba eligiendo a Natalie Portman, porque ella era la más bella entre las flores y además estudiaba en la universidad de Harvard, con un cociente intelectual que era como el mío multiplicado por dos, o por tres, según cómo se levantara de despierta.

Hacía años que no recordaba esta tontería, este juego idiota que nos entretenía los paseos por el bosque o las cañas en el bar. Pero hoy, viendo este documental titulado Autosuficientes, que recorre los derroteros vitales y musicales de Parálisis Permanente, he recordado que una vez, para no elegir siempre a Natalie, hice la media aritmética entre la belleza física y la belleza intelectual y me salió como resultado Ana Curra, que es una mujer de hermosura gatuna, de mirada penetrante, musa de la Movida, punky particular, epicentro del rollo, musicóloga de verdad, entrevistada interesante... Y exnovia de Eduardo, claro, el pobre Eduardo, como Eduardo fue exnovio suyo hasta que se mató. Una pareja sexy, magnética, que se comía la vida a bocados, hasta que llegó la fatalidad. Una pareja ideal que ya es carne de nostalgia y espíritu de movidones.





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Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón

🌟🌟🌟

Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón no es realmente una película. Concebida en principio como un mediometraje, Almodóvar, que atareado en la Telefónica sacaba ratos de donde podía, y dineros de donde le dejaban, fue llamando a sus amigos punkis, a sus colegas travestis, a sus follamigos de la movida, para ir rellenando minutos y convertirla en una gamberrada que abriría nuevos caminos. En las ciudades de provincias nadie entendió su película, porque las tribus de Madrid eran gentes tan desconocidas como los extraterrestres, o como los aborígenes australianos. Y entre la lluvia dorada, el moco gastronómico y el concurso de pollas que el mismísimo Almodóvar presentaba al grito de "¡Erecciones Generales!", la película no duró en cartelera ni para cubrir los gastos de la distribuidora. En las ciudades civilizadas, en cambio, donde había apertura de mentes y también apertura de piernas, Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón encontró un público entusiasta, comprensivo, al que le importaba muy poco que la trama fuera simplona o que los medios técnicos fueran de cuarta categoría. Aquello era un espectáculo que indignaba a los curas y soliviantaba a los meapilas, y sólo con ir a verla uno ya obtenía el diploma de tipo moderno, o de mujer enrollada.

     Sólo cinco años después de que Franco muriera dejando las pantallas como una patena, ahora salía en ellas una punky de quince años que se meaba en la cara de una urofílica murciana. Y una vecina de Madrid que cultivaba macetas de marihuana en su terraza. Y una caterva de travestidos que te ofrecían su cuerpo serrano si estaban de buenas o te arreaban con el bolso si les pillabas mal follados. Tan avanzada era para su tiempo, la provocación de Almodóvar, que incluso se pasó de frenada en algunas cosas, y ahora que estamos viviendo el retroceso del péndulo, y el cuestionamiento de las licencias, ya no se podrían rodar ciertas cosas que ahora provocan un poco el sonrojo. Entre eso, y que las parafilias sexuales ya no nos sorprenden, y que en los restaurantes hemos comido cosas peores que unos mocos, Pepi, Luci y Bom... hoy sería una película con mucho menos bombo y recorrido. El caca-culo-pedo-pis de un adolescente descarado y ocurrente. Es la maldición de las películas pioneras, que desbrozan la selva a machetazo limpio, y quedan exhaustas, para que otros fluyan tranquilamente por el sendero.  




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