Sin amor

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Vivir sin amor, así, a secas, es lo más normal del mundo. Incluso en pareja. En los rescoldos de la pasión se forman otros pegamentos que sostienen el tinglado. Y el tinglado, a veces, dura años, en perfecta armonía, sin tirarse los trastos, juntando tripa con culo en las horas del dormir. Así es como llegan al final las parejas más longevas, y más envidiables, manteniendo una temperatura confortable, estable, que ya no es el volcán de la pasión, ni el hielo de la indiferencia. 

    El amor, en realidad, no hay quien lo aguante demasiado tiempo: no duermes, no comes, no vives, todo te sobreexcita o te sobresalta. Es como vivir enganchado a la cocaína. No hay cuerpo que lo soporte. No estamos diseñados para la dicha perpétua, para la felicidad sin tacha. Tarde o temprano hay que pisar el freno. Inhalar impurezas. Cortar la droga. Instalarse en otro ritmo, en otra respiración. Dejar de amarse hasta el paroxismo y firmar un nuevo contrato. El amor es un sentimiento muy volátil, y muy escaso, en realidad. No es casual que se siga declarando con anillos de oro o con diamantes engarzados: eso habla de su rareza, casi de su excentricidad. Todos hemos vivido el amor, incluso el gran amor, y por eso sabemos que cuanto más asciende a los cielos más probabilidades tiene de pincharse. 

    El amor es una cosa más propia de las películas que de la vida real. Lo que pasa es que nos hemos criado amorrados a la pantalla de cine, al televisor del salón, y a veces ya no distinguimos los sentimientos reales de los sentimientos que soñamos. El amor es un recurso escaso, esquivo, como el sol en las películas de Andrey Zvyagintsev. Y no es lo mismo vivir sin amor a orillas del mar, o en la campiña de las vides, como en un desencuentro de Eric Rohmer, que padecerlo en este Moscú desangelado de la película, entre edificios de hormigón que legaron los soviéticos. Aquí hay nieve, frío, una desolación poética y muy triste de la naturaleza. Como si el general Invierno se colara entre los abrigos y congelara los buenos sentimientos, y las buenas intenciones.






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