Joy Division

🌟🌟🌟

No es la primera vez que oigo hablar del mítico concierto de los Sex Pistols en Manchester, en 1976. Un puñado de iniciados acudieron a la cita llevados por la curiosidad, y también por las ganas de gamberrear un poco, a ver si volaban botellas y escupitajos como anunciaba la publicidad. Pero luego salieron de allí iluminados, investidos de una labor de apostolado, como los discípulos de Jesús tras la Última Cena. Pensando que si estos londinenses cutrísimos, que rasguean los instrumentos en vez de tocarlos, y berrean en lugar de cantar, son capaces de producir semejantes emociones, qué no harán ellos, que saben un poco más de melodías y de composiciones. Aunque no mucho más… Algo así como aquellos madrileños que asistieron a los primeros conciertos de Kaka de Luxe y regresaron a sus garajes de ensayo, y a sus locales de reunión, estimulados por el ejemplo de aquellos pioneros de la Movida que tenían más voluntad que talento. Más desparpajo que otra cosa.


    El punk de los Sex Pistols  puso a los chicos de Joy Division -y a muchos más- en el recto camino de los tiempos, aunque ellos prefirieran transitar otras carreteras. El famoso concierto resuena como un aldabonazo, brilla como una revelación. Llegarán a compararlo con un monolito de Stanley Kubrick rematado en una cresta de colores. La enseñanza de los Sex Pistols no es musical, sino programática: hay que gritar. Con exabruptos, o con poemas, eso a gusto de cada cual. Cantar al inconformismo y a la rebeldía, y la puta que los parió a todos, como se ha hecho siempre, desde que el mundo es mundo y el rock es rock. Porque el tiempo feliz que vino tras la II Guerra Mundial se está terminando. Margaret Thatcher está a punto de iniciar una contrarrevolución que se verá refrendada en las urnas ( a veces la democracia tiene algo de suicidio colectivo, de locura compartida). Con este invento rescatado de la Antigua Grecia, los poderosos ya no tienen que desenfundar sables ni pasear tanques por las calles: sólo meter miedo para que la gente se traicione a sí misma en la papeleta. Del suicidio de la clase obrera vino la mugre de Manchester, el desencanto y la mala hostia. La explosión musical. El talento desbordado y fructífero. Y al final del camino, como cerrando el círculo, el suicidio del poeta.