El cuento de la criada. Temporada 1

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Ahora que ya no tenemos que cazar el mamut, ni que subir bombonas de butano, ni que abrir los tarros que antes necesitaban diez dedos rocosos y un gemido de poderío, el papel diferencial de los hombres ha quedado reducido a la nada. Matar arañas, quizá, de esas que corretean por los cuartos de baño y todavía asustan a algunas damiselas. Para todo lo demás ya no somos necesarios. La tecnología ha terminado con la necesidad de la fuerza bruta. Y los hombres, la verdad, somos poco más que fuerza bruta. La musculación ya sólo nos sirve para fardar. Y quien la tenga, claro. Pura inanidad. 

    Metidos como estamos en plena posmodernidad, lo único que ya nos diferencia de las mujeres es el pene. Ese aditamento ridículo que tiene el software más simple de la naturaleza. Un único bit de información que pone el 0 o el 1 según los aguijonazos del deseo o la presión de la vejiga al despertar. La selección sexual, siempre tan económica, irá eliminando poco a poco las otras diferencias biológicas, que dejarán de ser significativas. En la época de Google Maps ya no vamos a impresionar a las mujeres con esa brújula interior que nos orienta por las carreteras.

    Todo esto, por supuesto, es anatema y escándalo para los fundamentalistas religiosos. Los monoteístas, sobre todo. Agarrados a unas escritos que vienen de periplos muy antiguos por el desierto, los sacerdotes de los libros sagrados, si las sociedades civiles les dejaran, darían marcha atrás a los relojes para que todo volviera a ser como antes. Reinventarían la bombona de butano si hiciera falta, con tal de devolver al hombre a su posición hegemónica. Jurassic Park no era más que una tapadera del gobierno para devolver al mamut a las praderas, y darnos trabajo de verdad, sudoroso y machote, a los hombres que nos hemos decantado por la silla del ordenador.

    Lo más triste es que en gran parte del mundo la sociedad civil no existe, o no ha existido nunca, por mucho que la Ilustración prometiera lo contrario. No es necesario ver una distopía como El cuento de la criada para saber hasta dónde pueden llegar estos fanáticos que se toman los libros sagrados al pie de la letra. El cuento de la criada nos asusta porque sucede en Estados Unidos, en un contexto social muy parecido al nuestro, y porque los tiparracos que sustentan el tinglado visten como ejecutivos muy atildados y respetables, y no con turbantes ni máscaras de chamán.  

    Algunos arzobispos españoles, que ven la HBO gracias al pago de nuestros diezmos, babean de gusto cuando ven a la mujer reprogramada en “santuario de la procreación”. Ojo con ellos, que sólo están esperando su oportunidad. Hay que permanecer muy vigilantes.