La batalla de los sexos

🌟🌟🌟

Como en cualquier película de guerra –y ésta, en el fondo, es una película sobre la guerra más vieja del mundo, interminable y soterrada- la escena de la batalla da sentido a todo lo que se contó antes, y a todo lo que se contará después, si es que alguien queda vivo tras la matanza. En La batalla de los sexos, sin embargo, el gran partido de tenis que enfrenta al hombre y a la mujer, al payaso y a la deportista, al macho pavoneante y a la mujer que se rebela, viene a desmontar, a ensuciar incluso, todo el discurso anterior que ennoblecía la película.

     A principios de los años setenta, Billie Jean King se puso al frente de las tenistas profesionales que estaban hartas de cobrar mucho menos que sus colegas masculinos. No vendían tantas entradas como ellos, o no daban salida a tanto merchandising de raquetas y zapatillas, pero la diferencia salarial era exagerada y ofensiva. Y decidieron plantarse. Renunciaron a jugar los grandes torneos y montaron una competición paralela al circuito oficial. Con Billie Jean se fueron las mejores raquetas del momento. El pulso ya estaba echado. Todo era muy serio, muy reivindicativo, muy profesional como diría el entrañable Pazos. Hasta que un día aparece en escena Bobby Riggs, el ex tenista que propone a Billie Jean el gran negocio del siglo: un partido Hombre contra Mujer para demostrar que el tenista masculino es superior, imbatible en el cuerpo a cuerpo, y que por eso merece ganar más dinero. Una propuesta absurda, falseada, porque él tiene cincuenta y cinco tacos y está fofo, y no se entrena desde que abandonó el profesionalismo, y Billie Jean, por el contrario, está en lo mejor de su carrera, con las piernas ágiles, el resuello controlado, el brazo combativo…


    La batalla de los sexos se pierde en el asunto muy tonto del partido de tenis cuando su chicha, su conflicto verdadero, estaba en el asunto de la bisexualidad escondida en el armario. Aún faltaba una década para que Martina Navratilova, en lo más alto de su carrera -no cuando ya se retiraba o ya nadie se acordaba de ella- saliera un día ante los micrófonos y dijera: sí, que pasa, soy lesbiana, y juego al tenis de puta madre.  Y créanme: no tiene nada que ver una cosa con la otra. Ustedes pagan una entrada o encienden el televisor para verme empuñar una raqueta. Lo otro es cosa mía.



No hay comentarios:

Publicar un comentario