Black Mirror: Cocodrilo

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La privacidad fue asesinada por el teléfono móvil. O más bien por el teléfono móvil con cámara. Porque sí: hubo un tiempo infeliz, pero tolerable, en el que los móviles daban por el culo con sus sintonías horribles y sus usuarios pelmazos, pero no tenían una cámara que recogía los pecados o pecadillos cotidianos. Podías ir distraído por la vida sin correr peligro, como cantaba Serrat, y sacarte un moco en la vía pública o mearte en la esquina de los borrachos, y era tu palabra contra la del testigo. Que yo le he visto, gamberro, y yo le digo que usted me confunde, señor mío. 

Sólo las cámaras de la tele, o de la sucursal bancaria, o la foto tomada de casualidad por un turista japonés, podía pillarte in fraganti con el gesto retorcido. Todo lo demás se quedaba en un careo de voces peatonales. Quedaba la memoria, sí, el archivo mental de lo que jurábamos haber visto por la gloria de mi madre, pero la memoria es flaca, caduca, deformable. Las emociones pintan los recuerdos de colorines o los degradan en una escala de grises. Las emociones aportan datos inventados o sustraen hechos fundamentales. La memoria no es fidedigna, y siempre que la traducimos al lenguaje se convierte en literatura de ficción.

    En Black Mirror: Cocodrilo, los humanos ya viven la época de la post-transcripción de la memoria. Durante unos años que suponemos muy duros en la lucha contra el crimen, la policía aplicaba un electrodo en tu cerebro y extraía del disco duro la imagen borrosa de un recuerdo decisivo. Si habías visto al terrorista, al asesino, al ciudadano que no recogía las cacotas de su perro, tu testimonio tenía valor de prueba y con eso los jueces tiraban para adelante. Pero todo aquello quedó en agua de borrajas. La memoria seguía siendo traidora, influenciable, y con el tiempo perdió su carácter de prueba indiscutible. Ahora, en Black Mirror, la maquinita de extraer imágenes ya sólo la usan las compañías aseguradoras para indemnizar o no a quien asegura haber sufrido el accidente que lo hará millonario. Se buscan testigos de la escena y se les aplica el electrodo de marras.  El problema surge cuando el testigo tiene algo horrible que ocultar, y en el visor del cachivache aparecen recuerdos que no pertenecen al asunto de la aseguradora: ciclistas atropellados, tipos estrangulados, sangre goteando de las manos…







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