Morir de pie

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El primer episodio de Morir de pie me engancha. Me abre el apetito de ver la temporada completa. Y eso, en esta sobreabundancia de series que nos abruma, en este sin vivir de elegir una ficción entre mil, es un mérito incuestionable. Cuando estos jovenzuelos y jovenzuelas, aspirantes a la fama, desvergonzados y sinvergüenzas, salen al escenario y cogen el micrófono para soltar sus visiones ácidas sobre la vida, yo me descojono como un adolescente en el sofá. Hay mucho sexo, mucha cafrada, mucha mala follá... Son de la escuela de Lenny Bruce, estos muchachos. Pero es que luego, además, entre bambalinas, cuando se cruzan amores y envidias, amistades y puñaladas, los diálogos son igualmente chispeantes, lúcidos, tan buenos como los monólogos que les dan precariamente de comer, hasta que llegue la invitación de Johnny Carson para aparecer en su programa nocturno y se hagan de oro con las ofertas de trabajo.

    El problema de Morir de pie es que su segundo episodio es igual al primero, y el tercero al segundo, y así sucesivamente, como en una tira de muñecos de papel. He llegado al quinto episodio con la sensación de estar viendo siempre lo mismo... Y he decidido devolver el animal a la protectora. El flechazo amoroso se ha tornado pesadez y pereza. Lo poco agrada y lo mucha cansa, o algo así, que decía el refrán.

    Lo de hacer chistes con las mamadas, por ejemplo, está muy bien. Lo mismo en el escenario artístico que en la vida cotidiana. Tal práctica sexual se presta a todo tipo de ingeniosas malevolencias. Es sucia pero divertida. Escatológica pero excitante. Dice mucho de quien la practica, o de quien no la practica. De quien la enaltece y de quien la condena. Es como una prueba del algodón para detectar personalidades: en la mamada está el generoso, la melindrosa, el desprejuciado, la novicia... A las mamadas las puedes volver del derecho y del revés. Sirven para pasárselo muy bien y para fortalecer el vínculo. Si las subes a un escenario son material cómico de primera categoría. Yo mismo, que me crié en el arrabal, y que me rodeo de gente muy poco selecta, tengo un amigo que basa su éxito social en contar chistes sobre mamadas allá en el vino del mediodía, o en la cerveza del nocturneo. Las primeras cien veces yo me partía el culo con él... Ahora ya me sale la risa forzada. No hay más registros en su repertorio de comediante. Si mi amigo fuera un personaje de Morir de pie ya le habría cambiado por otro fulano menos cansino...



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