Preacher

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Preacher es una serie sobre el silencio de Dios. O sea: una cosa muy seria y muy profunda, aunque en principio parezca la adaptación gamberra de un cómic ultraviolento, con mucho tiro descerrajado y mucha víscera saliendo de sus contenedores.

    El predicador es Jesse Custer, un exconvicto que aterriza en un poblacho de Texas para iniciar una nueva vida. El sólo quiere hacer el bien entre los feligreses, explicar la palabra de Dios a su manera y alejarse muchas millas de las tentaciones. Llevar la vida serena del pastor que se levanta por las mañanas reconciliado con la Creación, y se acuesta por las noches satisfecho consigo mismo. Pero Annville, su parroquia, no es un lugar cualquiera. Allí hay una puerta cósmica que comunica la Tierra con el Cielo, y con el Infierno. Un agujero de gusano por donde suben y bajan las criaturas celestiales y las bestias del Averno. Y sus hijos contranatura... 

    Annville es también el  lugar donde van a parar los vampiros borrachos que se caen de los aviones; donde rige la ley de un terrateniente que sólo cree en el dios de la Carne; donde reaparecerá, para terminar de enredarlo todo, Tulip, la exnovia del predicador, vieja compañera de correrías que todavía no ha soltado las pistolas y tratará de devolverlo a la vida aventurera. Como tantos otros urbanitas que se mudan al campo para buscar la tranquilidad y acaban topándose con los cencerros y con los gallos de las cinco de la mañana, Jesse se encontrará atrapado en un lugar donde es imposible hallar el descanso.

   Preacher, en el fondo, despojada de sus excesos, es en realidad otra película de Ingmar Bergman donde sus personajes echan mano a la oreja para escuchar mejor la voz del Señor, que nunca llega. Como radioaficionados sin suerte. Como ancianos sin sonotone. Un silencio que siembra las dudas e inquieta los corazones. 



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