Mozart in the Jungle. Temporada 3

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Se le está yendo la magia, a Mozart in the Jungle. En esta tercera temporada ha habido mucho relleno, mucha tontería, personajes principales que dimitieron de sus funciones y chiquilicuatres sin sustancia que se hicieron con el timón. Lo de casi siempre. El virus inevitable que termina por infectar cualquier serie longeva. La revolución de las masas, que ya anticipara Ortega y Gasset mucho antes de que se inventara la televisión.

    Los últimos diez episodios se han hecho muy largos, muy prescindibles. y aunque el último ha retomado las viejas esencias de la serie, y han regresado las músicas mezcladas con los amoríos, y los fracasos mezclados con los sueños, tal esfuerzo no ha servido para redimir tanta decepción y tanto bostezo. Tanta gilipollez, en ocasiones. Hemos roto demasiadas veces nuestro juramento de fidelidad, nuestro voto de atención, y se nos ha ido la mente a la lista de la compra, a la cita con el médico, al teléfono móvil que ofrecía jueguecitos para entretener la espera de escenas mejores, de episodios mejores. Hemos pecado gravemente contra Mozart in the Jungle, y aunque sentimos un poco de vergüenza, y un poco de dolor en los pecados, no tenemos ningún propósito de enmienda si la cosa continúa por estos derroteros. Y ya anuncian una cuarta temporada para finales de año...

    Ha habido, por supuesto -porque la serie viene de tocar los cielos- diálogos sustanciosos, momentos bonitos, mujeres de belleza legendaria. Monica Bellucci y su pacto con el diablo. Pequeñas compensaciones que salpimentaron la ensalada casi siempre desfallecida. Y de vez en cuando -porque cada vez se prodiga menos, y es como si anduviera en otros compromisos, o lo guardaran en la recámara para resucitar nuestro entusiasmo- Gael García Bernal, que es el alma de la serie, el Mozart cada vez más perdido en Nueva York. Pequeños alicientes para preservar nuestro interés en decadencia.  Nunca me tendría que haber gustado esta serie, pero me gustó. Porque su humor es benevolente, buenrollista, y a este cínico recalcitrante, a este nihilista del género humano, lo que le va es el humor vitriólico, hijoputesco, donde la maldad y la estupidez rezuman en cada acto ponzoñoso, en cada palabra malévola. En Mozart in the Jungle no hay personajes malos ni estúpidos: sólo soñadores y románticos. Una utopía sentimental tan mágica como esa música que tocan a todas horas. Me enamoré de Mozart in the Jungle a contracorriente, contra todo pronóstico. Un amor imposible que duró dos temporadas completas. Pero ahora, ay, comienzan las dudas. Y yo no querría.




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