Black Mirror: 15 millones de méritos (y 2)


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La otra lectura terrible de 15 millones de méritos es que las personas que luchan por cambiar el sistema terminan siendo fagocitadas por el mismo, y convertidas, a su pesar, en otra distracción para las masas. En hologramas que animan el pedaleo, o entretienen las noches de cansancio. Esto ya lo intuíamos desde que el Che Guevara fuera inscrito en las camisetas, y convertido en icono pop. Comprado por los mismos que decimos admirarlo y tenerle presente en nuestras rojas oraciones. Ahora que llueven ladrones de punta en nuestro país, y que necesitamos sabios que agiten nuestras conciencias, el sistema ha vuelto a reaccionar con contundencia. Los podemitas a los que yo tanto quiero -y a los que tanto critico también- han hecho el viaje completo entre el auge y la caída. Ellos se dieron a conocer en los medios de comunicación, y saltaron a nuestras vidas para hacernos ciudadanos responsables. Y finalmente, cuando pasaron de ser una curiosidad zoológica a un peligro mayúsculo, los mismos intereses que los promocionaron los reabsorbieron, y los reclamaron como suyos, y los encerraron de nuevo en el televisor para animar los magacines matinales, y las tertulias nocturnas, poniéndolos en igualdad moral con esos indeseables que desean lo peor para usted y para mí. El debate político se ha convertido en un circo, en un espectáculo. Un teatrillo de guiñoles que se olvida nada más irse uno a la cama.

    Las personas de mi generación recordarán que al principio de Supermán, allá en el planeta Krypton, la pena impuesta al general Zod y sus compinches por el delito de rebeldía no es la muerte, ni la cárcel, ni el destierro a otro planeta. Simplemente se les encierra en un cuadrado bidimensional que flota por el espacio para que ya no se oigan sus gritos, ni se escuchen sus advertencias.