Guía ideológica para pervertidos

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Slavoj Zizek, además de marxista y de psicoanalista, de filósofo y de cinéfilo, es un esloveno que habla un inglés macarrónico que hace mucho reír. Es la monda, Slavoj... Y además un tío de andar por casa, porque a veces abandona las aulas donde imparte sesudos estudios sobre Lacan y baja al barro del hombre corriente para explicar qué hay detrás de algunas películas que habíamos digerido sin reflexionar. En la Guía ideológica para pervertidos, Zizek vuelve a contarte Titanic, Tiburón, Taxi Driver, Breve Encuentro, Sonrisas y lágrimas... pero pasadas por su peculiar máquina de rayos X. Vistas así ya no hay amoríos ni terrores, traiciones ni bailoteos -que sólo eran brillos superficiales que entretenían al espectador. Sin piel y sin carne, lo que queda de aquellas películas es el esqueleto de la ideología: qué ética se postula, qué valores se defienden. A dónde querían llegar los fulanos que escribieron el guión, que rodaron la película, que pusieron la pasta necesaria. A veces con toda la intención del mundo, y otras -que para eso Zizek es un detective psicoanalista- de un modo inconsciente o subliminal, del que ni ellos mismos se percataban.

    El problema de la Guía ideológica para pervertidos es que la cabra tira al monte, y el bueno de Slavoj, aunque trata de adoptar un lenguaje elemental y comprensible, termina perdiéndose en lacanismos y germanías que te confunden más que te revelan. Él trata de advertirnos contra el consumismo, contra el capitalismo, y aunque se le agradece el esfuerzo, y hasta se comprenden algunas de sus lecciones, estaría bien que para otras enseñanzas bajara un poco más el nivel, a la altura del bar de pueblo, o de la grada de fútbol. Hace diez años, en la juventud, quizá me hubiese tomado la Guía ideológica para pervertidos como un desafío intelectual, como un documento al que dedicar varias horas de reflexión y muchas lecturas complementarias. Pero el esplendor en la hierba se ha quedado un prado reseco donde ya pasto tranquilamente los entretenimientos, y ya no quiero, ni puedo, entrar en estos abismos del filosofar.



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