El sexto sentido

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Los fantasmas existen. Tenía razón el niño Haley Joel. Yo los negué durante treinta años, en la edad de la razón, riéndome de los crédulos, pero con el tiempo tuve que asumirlos como ciertos. 

Sin embargo, en la infancia, educado por los curas y nunca desmentido por los padres, yo creía a pies juntillas en el mundo sobrenatural, aunque no exactamente en la fauna espiritual que describía el catecismo. Aunque éramos un poco lerdos y nos daban mucho la matraca, nosotros ya sospechábamos que los ángeles custodios eran paparruchas que daban el cante como un mal efecto especial. Pero intuíamos que había otras metafísicas a nuestro alrededor, casi científicas, y que la membrana que nos separaba de ellas no siempre era opaca e impermeable: energías, presencias, seres informes que a veces decidían manifestarse... Así viví hasta la adolescencia, buscando psicofonías, jugando con las tablas Ouija, en un realismo mágico como de novela de García Márquez, hasta que llegaron las lecturas serias y las rebeldías contra todo lo aprendido, incluidas las del Más Allá.

El sexto sentido es, junto al sentido común, y al sentido arácnido de Peter Parker, el menos común de todos los sentidos. Pero también es verdad que se va afilando con la edad.  Viendo películas aprendimos que los muertos no se van a ningún sitio, sino que se quedan en casita, con nosotros, aunque atrapados en otra dimensión que a veces se solapa. Ahora doy fe de que he visto a estos fantasmas, y de que he tratado con ellos. En los primeros encuentros tuve miedo de estar loco, o de volverme católico, o de confundir a un muerto con un vivo en la tiniebla de las dioptrías. Pero con el tiempo les he ido cogiendo confianza, y al igual que Haley Joel en la película he aprendido a escucharles y a hacerles las  preguntas correctas, y me tomo el vaso de leche en su compañía. 

Treinta años después de mi apostasía, más cerca ya de la nada futura que de la nada primera, he ido aceptando a los fantasmas como habitantes extraños de mi vida. No dan miedo ni repelús. Si acaso un poquito de pena, y un algo de frío.






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