True Detective. Temporada 2

🌟🌟🌟

En mi nuevo televisor Full HD de 43 pulgadas, el rostro angelical de Rachel McAdams, otrora armonioso y delicado, se ha descubierto, para mi horror, lleno de lunares. No esas pecas traviesas que a veces lucen las anglosajonas, sino excrecencias carnosas, verruguiles, que colonizan como cagaditas de oveja su cuello y sus mejillas. Hay un lunar, en concreto, en el párpado de su ojo derecho, que me ha traído a mal traer durante los ocho capítulos que ha durado True Detective, temporada 2. No sé si en las otras películas de Rachel McAdams el lunar ya estaba ahí, maquillado por las profesionales, o disimulado por la pobre resolución de mi anterior aparato. Pero en esta serie ha sido una mosca cojonera que se posaba en el televisor todo el rato, pero por dentro, inalcanzable a los manotazos o las golpes de zapatilla. Tal vez sea un lunar de atrezzo, colocado ahí con la artística pero poco honorable intención de afear a Rachel, para que nos la creamos mejor en su papel de mujer policía, perseguida por su pasado. Un lunar que tendría el poder mágico de volverla humana, terrenal, como una señora más que pega sus cuatro tiros en el trabajo y luego baja a comprar yogures al supermercado.

        De cualquier modo, esta mancilla sobre Rachgel nos la habría traído muy floja si True Detective II hubiera sido tan entretenida como su antecesora. True Detective I no necesitó de un gancho sexual para dejarnos los ojos como platos, y los oídos como aberturas de un gramófono. Pero en este esqueje putativo uno se aburre con mucha frecuencia, mareado en diálogos de una trascendencia shakesperiana, y confuso en una trama de raíces inaprensibles. Desnortado en un enredo de detectives que antes eran dos y peculiares, y ahora son ciento y sacados del molde de los arquetipos. 

    True Detective II ha sido una decepción policial que demandaba el solaz de una belleza femenina donde reposar la mirada. Menos mal que de vez en cuando, aunque su personaje fuera bastante plomizo y previsible, estaba ahí Kelly Reilly para lucir su cabello pelirrojo, su rostro de pantera, su escote profundísimo de abismos inconfesables, decorado, esta vez sí, por miles de pecas que hacían las veces de asideros donde sujetarnos a la realidad, y no caer como dementes al abismo de la turgencia. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario