Chained

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Me hubiera gustado dedicarle esta entrada -que es la número 1000- a El club de los poetas muertos, que es mi película de cabecera, o a La guerra de las galaxias, que es mi pedrada de todos los tiempos. Pero la efeméride me ha pillado en tránsito veraniego, en Desembarco del Rey, muy lejos de mi señorío de La Pedanía, donde guardo mis películas como oro en paño -pues ellas, en mi biografía, valen tanto como el oro. Podría descargarlas, aducirán los que han llegado hasta aquí seducidos por mi prosa, o descojonados por mi tontuna. Pero es que mi DVDs son objetos sagrado, reliquias inviolables, y no pueden ser sustituido por cualquier objeto equivalente, por cualquier hechicería de megabytes transportados por el aire. Sólo el DVD, ya tan rancio, contiene la Verdad que alimentaría mi escritura recta y sabia. 

Así las cosas, para rellenar este vacío abrasador, he decidido hacerle caso a uno de mis lectores, a modo de homenaje extensivo a todos ellos, y he puesto en el portátil esta película desquiciante titulada Chained: una ida de olla que firma la hijísima -por estirpe, y por tamaño corporal- de David Lynch. La cosa va de un psicokiller que secuestra a un niño, lo ata con cadenas en un sótano, y lo obliga, durante años, a presenciar sus violaciones, sus asesinatos, sus enterramientos con cal viva de las pobres desventuradas, para que el chaval vaya aprendiendo un oficio y se prepare para la dura competencia laboral. Hay que estar muy enfermo para escribir una guión así; hay que estar muy enferma para rodar una historia así. Demasiada enfermedad, demasiada locura, demasiada pesadilla con ganas de epatar. Me he bajado en la segunda parada. 







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