Blue Ruin


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El odio es la venganza del cobarde. Lo dijo George Bernard Shaw, a quien mi incultura, enciclopédica, sólo recordaba como autor de Pigmalión, la obra de teatro que con los años dio lugar a My Fair Lady. Famélica de saberes, mi ignorancia, supina, ha tenido que buscar a Bernard Shaw en la Wikipedia para ubicarlo en su siglo correspondiente, y para confirmar, de reojo, con una vergüenza que sólo a los íntimos me permito confesar, que George era ciertamente un escritor, y no una escritora, porque yo le estaba confundiendo con George Sand. Sí, sí...

          La frase de Bernard Shaw sobre la venganza la he encontrado por casualidad, mientras buscaba otra que soltaba Tywin Lannister en Juego de Tronos: una sentencia fría, brutal, muy propia de su talante, que no anoté a su debido tiempo en los cuadernos, y que ahora, justo cuando más la necesitaba, no logro recordar, ni recobrar entre las verborreas de los frikis de la serie. Me hubiera venido al pelo el cinismo de Tywin Lannister para hacer un comentario sobre la película de hoy, Blue Ruin, que es una historia de venganza morrocotuda, muy a la americana, muy de Puerto Urraco, con un pobre desgraciado que para hacer justicia empieza por blandir una navajita y termina enfrascado en tiroteos con armas automáticas y la de Dios es Cristo. Como Bruce Willis en Pulp Fiction, mismamente, que para liarse a hostias en el badulaque de los violadores primero le echaba el ojo a un martillo y terminaba esgrimiendo la espada del samurái.

       El odio es la venganza del cobarde... No habría películas como Blue Ruin con un tipo como yo, incapacitado para la acción. Pero, para nuestra suerte, Dwight es un hombre aguerrido y valiente -aunque algo fondón y con cara de lelo- que se lanza a cazar al asesino antes de que el asesino venga a por él, lo que da lugar a entretenidas balaceras y matanzas en el estado de Virginia. 


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