El bueno, el feo y el malo

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En IMDB.com, que es el lugar donde los cinéfilos del ancho mundo nos reunimos para consultar datos, poner calificaciones y buscar fotos de nuestras mujeres predilectas, figura, como la sexta mejor película de la historia, El bueno, el feo y el malo. Una exageración, a todas luces, ahora que por fin la he visto, o mejor dicho, que la he recobrado, porque los spaguetti westerns de Sergio Leone ya los habían pasado en el cineclub del colegio, y en las reposiciones de la antigua televisión pública. Lo que pasa es que tengo confundidas las películas de Clint Eastwood vestido con el poncho, y los silbidos musicales de Ennio Morricone que resuenan por las estepas. Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio y El bueno, el feo y el malo siempre han sido, en mi parca memoria, la misma película. De hecho, miras las sinopsis, y las tres tienen la misma trama de pistoleros mal afeitados persiguiendo dólares por el fake tejano de las sierras almerienses.





           Uno siempre había pensado que los westerns de Sergio Leone eran una parodia del género, una broma que él celebraba anualmente con los amigos para reírse de las viejas películas de Hollywood. Se subían al avión, se afincaban en España, rodaban los tiroteos en el pueblo  mientras se ponían ciegos de sangría, y luego volvían a sus casas de Italia o de Estados Unidos a esperar la lluvia de dólares recaudados. Uno ve El bueno, el feo y el malo y tiene la impresión de que todo es como de chunga, como de risa, con disparos imposibles, peripecias improbables, personajes reducidos al extremo de la caricatura. La película, no voy a negarlo, es muy digna, muy entretenida, y tiene el valor añadido de las cosas viejunas. Pero de eso, a ser la número 6 en el ranking mundial de todos los tiempos, media un abismo. La parodia del western se ha convertido, con el paso del tiempo, en el western clásico por excelencia, y eso no puede ser.



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