La desolación de Smaug

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La ilusión de las vacaciones. La insolación de este sol despiadado que te recuece los huesos dentro de la carne. La desolación de saberse uno, ya fuera de toda duda,  irreparablemente torpe y decadente. Y por la noche, como en un retruécano de palabras, La desolación de Smaug, el nuevo videojuego de plataformas imaginado por Peter Jackson, en el que uno ni siquiera tiene que manejar el mando: sólo repantigarse y dejarse llevar por la aventura. Y por la alegría contagiosa de A., que lo flipa cada vez más con sus ojos abiertos y con sus piernas en tensión. 

Enanos persiguiendo dragones, dragones persiguiendo humanos, orcos persiguiendo enanos, elfos persiguiendo arañas… La Tierra Media de Tolkien es una escaramuza continua de  todos contra todos que se parece mucho a los partidos de fútbol que jugábamos en el recreo, 4ºB contra 4ºA y al mismo tiempo contra 4ºC, en sólo dos porterías, persiguiéndonos como tontainas con el balón en los pies, sin saber muy bien hacia dónde tirar. En la Tierra Media andan todos como locos buscando anillos y espadas, armaduras y riquezas. Nosotros -los esclavos de los Maristas, tan lejos de Nueva Zelanda, en aquel siglo XX de la Tierra Esteparia, sobre aquel pavimento de cemento que te arrancaba la piel y las postillas con sólo rozarlo -buscábamos la gloria de un gol, en la portería que fuese, para soñar con camisetas de profesionales y besos de damiselas mientras el profesor de matemáticas nos explicaba las fracciones. Que entonces eran quebrados.





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