Elena

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Con Elena -que no es Elena de Troya, ni Elena de Borbón, sino de Elena de Moscú- completo la escueta filmografía del director ruso Andrei Zvyagintsev, un hombre muy conocido en los festivales de relumbrón, pero casi ignorado en los planetas alejados del cogollo estelar. Aquí, en las Provincias Exteriores, estas películas llegan con mucho retraso porque nunca llegan a estrenarse, y es una nave pirata, muy parecida al Halcón Milenario de Han Solo, la que nos sirve la mercancía  muchos meses o años después. Es por eso que uno, cuando quiere debatir sobre ellas, se encuentra con que ya está todo dicho. Hablar sobre ellas en este blog es un ejercicio de redundancia, de desahogo de los dedos, más que una aportación provechosa. Menos mal que nadie lo lee, y que quien lo lee apenas lo entiende, pues son cosas muy particulares las que aquí se exponen, muy obsesivas y maniáticas. Y atrasadas, ya, de noticias.


            Las películas de Andrei Zvyagintsev son dramas hipnóticos, silenciosos, casi de fantasmas o de lunáticos, en los que hay que armarse de paciencia para que los personajes vayan mostrando poco a poco las intenciones y la calaña moral, casi siempre sorprendente, y muy poco compasiva. Son personajes afilados, duros, tallados por el frío persistente y por la aridez propia de la estepa. Son rusos y rusas que descienden de la guerra, del hambre, de la utopía fracasada. Desgraciados que ahora sobreviven en esta selva postcomunista del sálvese quien pueda. A Andrei Zvyagintsev le salen unas películas muy fatalistas, muy pesimistas, muy rusas en definitiva, del mismo modo que a Almodóvar le salen unas películas muy españolas y cañís, y a Haneke unos puzzles de centroeuropeísmo muy cerebral y cuadriculado.
        



           

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