Todo sobre mi madre

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Hoy que he vuelto a verla, he constatado que apenas recordaba cuatro pinceladas de Todo sobre mi madre, la película de Pedro Almodóvar que hace unos años fue el tema de conversación nacional: la gracia de Antonia San Juan, la belleza de Cecilia Roth, la mamarrachada del Toni Cantó prepolítico y precentrista. Maldita memoria... ¿Será la edad, que me traiciona? ¿Será la película, que se diluye? ¿Será Almodóvar, que se me queda desfasado? No lo sé. Ni soy un hombre provecto, ni la película, inclasificable, se merece este desatino mío de las neuronas. Ya estoy cansado, además, de filosofar sobre estas cosas, como un griego de hace dos mil años rascándose la cabeza frente el mar Egeo. ¿Son las canas, que me ofuscan? ¿Son las comedias, que no resisten el paso del tiempo? Paparruchas... Es la segunda ley de la termodinámica, tan concisa como fatídica, que todo lo jode y todo lo arruina, la vida y los recuerdos, las buenas películas de Almodóvar y los truños "personales" que a veces nos endilga.
        


 



            De todos modos, no soy el único que va confundiendo en la filmografía de Almodóvar a los travestís y a los travelos, a los transexuales y a los julandrones. A las locazas y a las drag queens. A los homosexuales declarados y a los maricones encriptados. Es un universo que Almodóvar ha convertido en familiar gracias a sus películas, pero que en realidad ni domino ni me interesa. Que cada uno encuentre su madriguera, y que todo el mundo sea feliz, eso sí. Hay una idea central que aflora en casi todos los guiones de Almodóvar, una filosofía esencial que nunca he comprobado ni compartido: ésa de que todos los heterosexuales, hombres y mujeres, somos en realidad bisexuales reprimidos, pero que nunca hemos encontrado la ocasión o el acicate. Por muy pesado que se ponga don Pedro, a mí no me ponen las pollas. Si acaso la mía, pero porque es mía, y la quiero mucho, y juntos hemos sufrido muchas hambrunas y desventuras. 

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