Young adult

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En Young adult, una escritora neurótica, treintañera urbana a punto de asomarse al abismo de los cuarenta, decide regresar al pueblo para reconquistar a su antiguo novio y sentar la cabeza junto a él. Harta de la vida disoluta que lleva en la ciudad, sueña con una existencia más sencilla y ordenada, alejada de los ritmos diurnos, y de las tentaciones nocturnas, que poco a poco la van volviendo loca.

Nuestra protagonista es una mujer hermosa, antigua reina de la belleza en su etapa colegial. Ella es, por supuesto, Charlize Theron, y le basta una mirada en el espejo para saber que sus ojos de gata, y su cuerpo de gacela, dejarán patidifuso al hombre que ahora pretende recuperar. Éste, sin embargo, vive felizmente casado, y acaba de estrenar una paternidad que celebra a todas horas con un entusiasmo contagioso. Aunque su mujer esté a años luz de la belleza inmaculada de Charlize, Buddy vive en un paraíso armonioso de fidelidad al que no está dispuesto a renunciar. Las palabras muy serias terminadas en “ad” gobiernan su vida de hombre maduro, y no quiere adentrarse en las selvas ignotas de sufijos inquietantes y peligrosos, como adulterio, o fornicio. 

Negará tres veces a Charlize Theron antes de que acabe la película,  aunque ella se le presente en las citas vestida con trajes escotados, o le recuerde al oído las antiguas mamadas de novietes que lo dejaban para el arrastre. Si algún asomo de duda llega a cruzar por sus ojos, lo hace a la velocidad del rayo, como espantado por el pecado mortal. Es ahí donde Young Adult deja de ser comedia ácida, o tragedia cómica, para convertirse en el retrato psiquiátrico de un hombre con evidentes problemas mentales, autista, quizá, o prosoagnósico peculiar. Sólo las piedras, o los bloques de hielo, alcanzan estas alturas de hieratismo mineral. Uno lo ve, pero no se lo cree. Y la película, poco a poco, va decayendo. La falta de respuestas verosímiles convierten Young Adult en una comedieta bizarra y fallida. 





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